Madrid, capital LGTBI de Europa
La ciudad recupera en el primer Orgullo pospandemia el nivel de participantes, entre el entusiasmo de los comerciantes y las reacciones agridulces de los vecinos de Chueca
Adrián Vargas (27 años) se ajusta unos tacones negros de cuero sentado en un bordillo de la calle Pelayo, en Chueca. Son horas todavía intrascendentes en la fiesta del Orgullo LGTBI, pero Vargas ―programador informático― tiene este día marcado en rojo en su calendario. Como hacen los velocistas antes del inicio de la carrera, el joven taconea fuerte en la acera para agarrarse a la superficie y arr...
Adrián Vargas (27 años) se ajusta unos tacones negros de cuero sentado en un bordillo de la calle Pelayo, en Chueca. Son horas todavía intrascendentes en la fiesta del Orgullo LGTBI, pero Vargas ―programador informático― tiene este día marcado en rojo en su calendario. Como hacen los velocistas antes del inicio de la carrera, el joven taconea fuerte en la acera para agarrarse a la superficie y arranca a trote cochinero. A mitad de calle se ve con confianza y mete una velocidad más hasta alcanzar a su hermana que le ayuda a frenar. Una mujer mayor que había detenido su marcha para ver el espectáculo, le felicita: “Te sientan los tacones de puta madre. Vas a ganar”.
Él sonríe y respira aliviado. Sus tobillos hacen lo propio cuando se quita el calzado. “He dado vueltas por todo Madrid y no encuentro tacones para chicos”, confiesa. Desesperado, ha entrado en la primera tienda que ha visto para comprarse unos de mujer, dos tallas por debajo de la suya. Con los pies embutidos en el cuero del tacón, unos días después de esta escena, Vargas participará por primera vez en la carrera de tacones ―una de las tradiciones más originales del Orgullo madrileño― donde se clasificará para la gran final.
Las fiestas de 2022 han sido las primeras que muchos jóvenes han podido disfrutar como dios manda. La pandemia suspendió las celebraciones multitudinarias en los últimos dos años, y la comunidad LGTBI tuvo que esperar más de mil días para volver a tomar las calles de Chueca. Sagi Sheinkman, estudiante israelí de 28 años, tuvo que esperar incluso más. La primera vez que pisó Madrid fue en 2016, durante un viaje que hizo con su familia y que por casualidad coincidió con los festejos del Orgullo. “En ese momento aún no había salido del armario. Me moría de ganas de participar, pero mi familia era muy conservadora”, explica. Este año, nada le impidió celebrarlo por todo lo alto, e incluso compartir su felicidad con su familia en Tel Aviv, que ahora lo apoya con entusiasmo: “En mi ciudad el Orgullo dura solo un día, cuando hay manifestación, mientras en Madrid son semanas de eventos. Es para pasárselo estupendo”.
Que Madrid sea el ejemplo a seguir cuando se habla de diversidad y tolerancia es algo que en Europa todos tienen claro. “Cuando viajamos a otros países y los organizadores de los Orgullos nos piden qué pueden hacer para mejorar, siempre contestamos: ‘¡Miren lo que hacen en Madrid!”, explica Kristine Garina, presidenta de la Asociación Europea de Organizadores del Orgullo (EPOA, en su sigla en inglés). Según los datos de la organización, el Orgullo de Madrid es el más multitudinario del continente, seguido por los de Londres, Berlín y Copenhague. Contrariamente a lo que se suele pensar, la razón no se encuentra en el buen clima que casi siempre acompaña las celebraciones en la capital española. “Es la gente que lo hace tan especial. Y no estoy hablando solamente de la comunidad LGTBI, sino de todos los madrileños que consiguen crear un ambiente amistoso y libre de prejuicios”, añade Garina.
Jan Jacob acaba de mudarse a Madrid tras unos años viviendo en Sevilla. Sin embargo, este belga de 43 años es un veterano del Orgullo madrileño. “Bruselas, Copenhague, Londres… el mes pasado estuvimos incluso en Milán. Pero en ningún lugar se vive como aquí. El Orgullo es un poco el día de Madrid, es una fiesta para todo el mundo”, dice. Mientras ayuda a su marido a elegir unos bañadores ceñidos en una tienda en el centro de Chueca, recuerda con nostalgia el año en que descubrió la ciudad en estas fechas “mágicas”, cuando participó en el mejor Orgullo de su vida. Desde entonces, nunca más volvió a sentir el entusiasmo que le transmitieron la calles madrileñas durante esos días. “Este año ha sido otra vez muy especial, es lo que pasa cuando tienes que esperar tanto”, afirma.
Dos semanas de ingresos económicos
Como consecuencia de la cumbre de la OTAN en Madrid, este año el Orgullo se ha celebrado unos días más tarde de lo habitual. Oficialmente, los festejos empezaron el miércoles 6 de julio con el pregón de Chanel en la plaza de Pedro Zerolo, y acabaron este sábado con la manifestación en el centro de Madrid. Sin embargo, no todos parecen haberse enterado del cambio de fechas, y los comerciantes y hosteleros de Chueca trabajaron al máximo de sus capacidades durante dos semanas.
En el número 62 de la calle de Hortaleza, Mili Hernández asegura que muchos clientes acudieron el fin de semana pasado a su librería, Berkana, ―la primera librería especializada en temas LGTB de España―, pensando que las fiestas ya habían empezado. “En la semana del Orgullo siempre registramos un incremento de ventas. Viene mucha gente de fuera que normalmente compra en línea, y que cuando está por Madrid pasa a saludar”, explica. “Con la confusión de la OTAN, este año estamos teniendo dos semanas así de llenas”.
La ocupación media de los hoteles ha sido del 83%, una cifra que incluso supera a la edición anterior al estallido de la pandemia (79,18% en 2019), según datos de la Asociación Empresarial Hotelera de Madrid (AEHM). También las previsiones de ingresos de la Asociación de Empresas y Profesionales para Gays y Lesbianas de Madrid y su Comunidad (AEGAL), organizadora del Orgullo en la capital, confirman el éxito de las fiestas en términos económicos. La previsión inicial —las cifras finales no se darán a conocer hasta este lunes— rozaba los 200 millones de ingresos en toda la ciudad. Sin embargo, tras un primer fin de semana de julio más concurrido de lo habitual, la previsión ha subido hasta los 300 millones.
“No suelo tener el local a tope, porque no tengo terraza y en verano la gente prefiere beber al aire libre. Pero hace dos semanas que no tengo una mesa libre”, señala Ángel Méndez, propietario de un bar de cócteles a 100 metros de la plaza de Pedro Zerolo, uno de los lugares neurálgicos de los festejos. Para sostener los ritmos frenéticos de esta semana, contrató a más personal y colocó una segunda barra cerca de la entrada. El potencial de negocio que el Orgullo genera tampoco ha pasado desapercibido para los dueños de una heladería en la calle Gravina. El local, aún en obras, abrió momentáneamente sus puertas para dedicarse a la venta de cervezas y cubatas en la plaza de Chueca, que durante las fiestas se transformó en el principal escenario de agrupaciones y ruido.
Una fiesta continua
En una esquina de la plaza de Chueca se encuentra la Pollería, tienda de postres para adultos. Teresita Rojas (23 años), recién graduada en ballet clásico en la Universidad Rey Juan Carlos, hace la cola con su hermana Emma (27 años) que ha venido a visitarla junto a la madre desde su Chile natal después de más de un año sin verse. Ambas lucen un vestido chillón de rayas que recuerdan a la bandera del orgullo. “Hemos buscado en el armario lo más colorido para ver a las Ketchup”, confiesan. “Aserejé es una de las canciones de nuestra infancia allá en Chile. Los abuelos la ponían durante las vacaciones y en el colegio sonaba todo el día”, recuerda Teresita. En la puerta del local degustan sus dulces con forma de pene recubierto por chocolate fundido. Un clásico del barrio, así como los botellones hasta bien entrada la noche.
Ricardo Murias (54 años) es dueño y propietario de la tienda XXX Madrid, además de vecino de Chueca. Ha estado a punto de abandonar el barrio en varias ocasiones por el incesante ruido. “Por un lado, me siento agradecido porque el éxito de nuestra tienda es el barrio en el que está y la libertad que se respira. Pero para vivir, Chueca es complicado”, explica. “Yo siento que es un micromundo. La gente cree que tiene derecho a hacer fiesta un martes por la noche o a ir gritando por la calle porque es Chueca. Pero no es así”, sentencia.
A Javier Bueno (28 años) el ruido no le molesta nada, tanto que se mudó a Chueca después de la pandemia con mucho gusto. “Estuve viviendo ocho años en Suiza, era todo demasiado tranquilo”, bromea. Cuando se mudó a Madrid, eligió un piso en la calle de San Marcos con balcones a la calle de Pelayo, “para compensar”, pero sobre todo para estar en primera línea durante la semana del Orgullo. “Es sin lugar a duda el mejor de Europa, es la verdadera fiesta de Madrid”, sentencia.
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