De los artesanos, a los imitadores de Pablo Escobar: la historia tras las armas que esconde Madrid
Al depósito de la Policía Municipal llegaron el año pasado 600 objetos peligrosos, algunos de ellos ostentosos, otros, tan discretos que caben en una cartera. Todos pueden ser letales
Están los artistas, los coquetos, también los tradicionales y los que intentan ser discretos. El arsenal de armas que se extiende en una mesa de la jefatura de la Policía Municipal de Madrid es una muestra mínima de lo que decomisan cada mes. Destaca en una esquina una imitación de un AK47 con empuñadura dorada, como si su dueño se hubiese creído una especie de Pablo Escobar castizo. Cuando pillan a sus portadores, las excusas siempre suenan igual, aunque hay variaciones. “Eso es de mi cuñado”, dijo uno cuando le encontra...
Están los artistas, los coquetos, también los tradicionales y los que intentan ser discretos. El arsenal de armas que se extiende en una mesa de la jefatura de la Policía Municipal de Madrid es una muestra mínima de lo que decomisan cada mes. Destaca en una esquina una imitación de un AK47 con empuñadura dorada, como si su dueño se hubiese creído una especie de Pablo Escobar castizo. Cuando pillan a sus portadores, las excusas siempre suenan igual, aunque hay variaciones. “Eso es de mi cuñado”, dijo uno cuando le encontraron una fusil en el maletero. Todas las armas tienen una historia detrás. Relatos en los que se mezclan vendettas, chulería, ostentación y brutalidad.
En 2021 llegaron a estas dependencias más de 600 armas. “No hay día que no pillemos algo, sabemos dónde buscar”. El que habla es Carlos Rodríguez, subinspector de la Policía Municipal con más de 30 años de servicio a sus espaldas. Una gran parte de ellos en Vallecas. “Si yo te contara lo que he visto...”. Y algo cuenta. “Recuerdo que un compañero que salió corriendo tras un traficante y, cuando estaba a punto de alcanzarlo, se paró en seco, se dio la vuelta y le hizo fuego con bolígrafo pistola casi a quemarropa. Tuvo suerte y la aguja no percutió de forma correcta sobre el culote del cartucho y la bala no salió. El tío tiró el arma al suelo, se puso de rodillas y se dejó detener... pero de haber salido el disparo, el compañero seguramente estaría muerto”, relata.
Son historias de policías, de esas que se cuentan después como anécdotas, pero que pudieron resultar fatales. Sobre todo cuando las armas están rodeadas de un clima de máxima tensión, como ocurrió en el Pozo del Tío Raimundo, en Vallecas, en 2019. Un miembro de un clan había asesinado a otro por una discusión por un perro. Corte en el cuello. Esos días, el barrio parecía una olla a presión. A la disputa entre las familias de víctima y verdugo se unieron las protestas de unos vecinos hartos de la inseguridad. “Parecía que iba a estallar un conflicto racial”, recuerda Rodríguez. En una de sus rondas, cacheó a un hombre que resultó pertener a una de esas familias. “Llevaba una navaja de esas tipo Curro Jiménez de toda la vida. Nos dijo: ‘Lo llevo porque, para que llore mi madre, antes prefiero que llore la del otro”.
La pandemia todavía se nota en el descenso de incautaciones. Las 600 armas que llegaron al depósito de la Policía el año pasado no llegan aún a los niveles previos al virus, cuando podían acumular en un año cerca de 900. Aunque parezca mentira, en el catálogo de objetos para hacer el mal, se encuentra uno que se popularizó al principio de la pandemia. Se trata de una especie de llavero de plástico con un agujero para meter el dedo y una parte más alargada para abrir una puerta sin tocar el pomo con las manos. “Esto también lo han usado tipo puño americano”, apunta el subinpector mientras enseña sus dos usos: el legal y el de los maleantes.
La Policía Municipal puede requisar objetos peligrosos si son ilegales, pero también por las condiciones en las que se encuentra la persona que los lleva o la situación en la que se han encontrado. “Si llevas un bate de beisbol en el coche de madrugada en una zona de copas, no es lo mismo que un domingo por la mañana en el campo para echar un partido con los amigos”, argumenta. Junto al bate, encima de la mesa, también hay un palo de golf. El que lo llevaba no estaba federado.
Objetos como estos son sencillísimos de adquirir y pueden hacer mucho daño. Lo malo, apunta este agente, es que las pistolas simuladas y los machetes también se pueden comprar incluso en tiendas de barrio. Y, por supuesto, por internet con un par de clics. “Un día”, empieza Rodríguez, “pillamos a una pareja que tenía 16 años ella y 17 él saliendo de un centro comercial en el que habían comprado unos machetes. Nos dijeron con total naturalidad que los habían adquirido por si había pelea con los de la banda rival esa noche. Se los quitamos, pero estoy seguro de que más tarde fueron a comprar otros”. Esa naturalidad con la que justificaron la compra, es la que pone los pelos de punta al subinspector. “Antes llevaban armas los delincuentes, ahora raro es que no encontremos en una zona de copas, a gente muy joven e incluso en colegios”, resume.
Eugenio Martín, es el veterano policía al frente de este depósito. “Ni te imaginas la de gente que lleva una navaja a las cuatro de la mañana para cortar fruta o el bocadillo”, bromea. Después de tantos años y miles de armas, curiosamente de la que más se acuerda no es de la más vistosa, sino de la más trabajada: “Lo más raro que he visto es una cuchara que habían afilado de tal manera que habían convertido en un cuchillo. El que lo llevaba, me dijo que era un recuerdo de la cárcel”. También le llaman la atención los artesanos. Señala un bastón al que se quita la parte inferior y emerge un estoque. “¡Esto es artesanía casera, eh!. La gente le da mucho a la mente para esto, y es muy mañosa”. Y, como no, los ostentosos. Para muestra una enorme hebilla de cinturón con brillantes con un agujero para meter cada uno de los dedos. Una resplandeciente advertencia para enemigos en la cintura.
Frente a la fantasía con las armas, también se encuentran los que piensan de forma más práctica. Tal vez, los más peligrosos. Los que esconden un minicuchillo en la hebilla del cinturón, una navaja oculta en una llave falsa, o un táser que imita la forma de un mechero. Este último todavía funciona. El ruido que provoca las descargas que suelta es inversamente proporcional a su pequeño tamaño. El subinspector Rodríguez coge un aparentemente inofensivo objeto que parece una tarjeta de crédito negra. Cabe en una cartera. Con dos o tres movimientos, la covierte en un puntiagudo cuchillo. “Lo que está más de moda ahora, vale dos euros como mucho”, señala. El mal también tiene sus modas.
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