Las lavanderías autoservicio ya no están solo en las películas americanas

Los negocios para hacer la colada están en plena expansión y llegan a todos los barrios de la capital. Los clientes los usan para prendas grandes, para ahorrar en la factura de la luz y también dan servicio a pisos turísticos

Ramón Sanz sale de la lavandería que está al lado de su casa en el barrio de Carabanchel.david Expósito

Una imagen de un Cristo reposa encima del extintor, mientras una niña con unos auriculares con forma de orejas de gato mira la ropa dar vueltas en el tambor de una lavadora. En la misma sala, un actor que fundó su compañía de teatro en los años de la Movida se prepara para sacar su abrigo de la secadora y volver a casa. Es domingo por la noche y esta escena se produce en una lavandería de autoservicio en el distrito madrileño de Carabanchel. España, que tradicionalmente ha sido un país de lav...

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Una imagen de un Cristo reposa encima del extintor, mientras una niña con unos auriculares con forma de orejas de gato mira la ropa dar vueltas en el tambor de una lavadora. En la misma sala, un actor que fundó su compañía de teatro en los años de la Movida se prepara para sacar su abrigo de la secadora y volver a casa. Es domingo por la noche y esta escena se produce en una lavandería de autoservicio en el distrito madrileño de Carabanchel. España, que tradicionalmente ha sido un país de lavar los trapos sucios en casa, empieza a ver cómo se consolida este sector. En Madrid, la expansión de los locales para hacer la colada es visible con un simple paseo por cualquiera de sus barrios.

¿Quién y por qué las usan? Los motivos son muchos. Algunos por una cuestión de necesidad, otros por comodidad a la hora de lavar prendas más grandes, otros por una urgencia, como es el caso de la niña con orejas de gato. Sus padres, Jennifer Rivas, de 27 años y Marni Pineda, de 28, explican que no les había dado tiempo a lavar el uniforme de su hija para que lo llevara al día siguiente y necesitaban que estuviera seco lo antes posible. El actor, Ramón Sanz, de 62 años saca el abrigo de la secadora. Se le ha quedado una manga mojada porque la ha dejado sin estirar sin darse cuenta. Él, explica, emplea estos negocios para prendas grandes como esta, también para edredones o mantas. “Antes he dejado otra lavadora y he subido a casa para que no se me pegaran las lentejas”, comenta.

A un par de calles de este local, Cristina Vera, de 58 años, venezolana, mira el móvil mientras su ropa da vueltas en una de las máquinas. Llegó a España hace cuatro años y empezó a vivir en el distrito de Usera con más familiares, pero hace seis meses se mudó a Carabanchel y en su casa nueva no tiene lavadora. “Cuando pueda comprar una casa sí que tendré, pero estando de alquiler, prefiero venir aquí una vez a la semana”, apunta. En su visita de cada domingo a la lavandería aprovecha para llamar a su hija, que continúa en Venezuela. La mayor parte de la semana la dedica a trabajar. Tiene un puesto de arepas y empanadas en el mercado Maravillas.

Marcos Pérez introduce su colada en una de las máquinas de la calle del Desengaño.david Expósito

La percepción de que las lavanderías ya no solo se pueden ver en las películas americanas se confirma con los datos. Dioni Mengual, es gerente de La Colada Express. Hace 10 años abrió el primer local en el barrio de Tetuán, hoy son más de 110 los negocios que operan en Madrid bajo esta marca. “En los últimos tres o cuatro años es cuando ha empezado a haber más competencia”, explica al teléfono. Muchos de estos negocios siguen el mismo modelo que el suyo: actúan como distribuidores de una marca, en su caso, Electrolux. “Nosotros proporcionamos la maquinaria y asesoramos al emprendedor al principio”, resume. Esta competencia es evidente: en Madrid operan 20 marcas de lavanderías, según fuentes del sector.

La Wash o La Casa de la Colada son dos de ellas. La primera cuenta con 500 lavanderías en España y Portugal, de las que 275 están en la Comunidad de Madrid. “Abrimos entre 25 y 30 locales al año”, especifican desde la compañía en un correo electrónico. La segunda ya ha inaugurado siete locales en la región, aunque suelen ser más grandes que los de sus competidores. Mercedes Calleja es directora comercial de La Casa de la Colada. “Está cambiando la mentalidad y las costumbres y la gente ya no ve raro utilizar este servicio. Lo usa mucha gente joven, más dinámica, que prefiere ahorrar tiempo y saber que en una hora su ropa estará limpia y seca”, señala. Esta empresa lleva 20 años dedicándose a las lavanderías industriales y fue hace cuatro cuando dio el salto los locales en la calle. “Cada vez hay más emprendedores interesados, porque es un negocio que se abre con una inversión inicial para instalar las máquinas, pero luego funciona solo”, añade.

Un 'rider' recoge unas sábanas en una lavandería del centro de Madrid para distribuirla por varios pisos turísticos y hostales. david Expósito

Uno de sus locales está a escasos metros de Gran Vía, en la calle del Desengaño. Apurando el último lavado permitido, rozando las diez de la noche de un sábado de diciembre, se encuentran cuatro clientes. Representan más cartas en la baraja de motivos por los que usar estos establecimientos. Scarevna Svetlana, moldava de 46 años, lava ropa de cama de la casa en la que trabaja como limpiadora antes de volver a su casa en San Fernando de Henares. Lucía Barros, brasileña de 58 años, explica que tiene que usar este servicio porque ahora está viviendo en una pensión. Marcos Pérez, venezolano de 50 años, cuenta con una sonrisa que prefiere lavar y secar en estos sitios “porque en casa me da la flojera y lo acabo dejando”, dice. Son cuatro en casa, así que lo utiliza tres veces por semana.

Al lado está su compatriota, Ángel Herrera, de 40 años, que lleva tres viviendo en el centro de Madrid. “Los que tenemos que economizar cada euro, tenemos estas cosas en cuenta. He echado cálculos y mi factura de la luz bimensual ha bajado de 97 a 68 desde que vengo a la lavandería. Si tienes que costear tu vida y mandar dinero a casa, ahorras por donde puedes”, explica. Las tarifas varían poco y dependen de la carga y el tiempo que se quiera tener. Una colada en una lavadora de más de 10 kilos oscila en torno a los cinco euros y el secado está sobre los tres. Se pueden añadir monedas de 50 céntimos cada 10 minutos que incrementa el tiempo dentro del tambor.

Maite García (70 años), encargada de una lavandería en Tirso de Molina, recoge sábanas provenientes de pisos turísticos.david Expósito

Estos negocios también se extienden como franquicias. Según el primer recuento de estos locales por parte de la Asociación Española de Franquiciadores, en la capital hay 85 establecimientos con este régimen. “Como es un sector incipiente, antes se incluían en el apartado de tintoterías”, indican. Ahora ya cuentan con su propio recuento, lo que también da una idea del peso que están ganando. Eduardo Abadía, director ejecutivo de esta asociación confirma que “es un negocio emergente en plena expansión”. No solo se lo indican los datos, también experiencias recientes: “Un elemento muy significativo es ver los stands en las ferias, siempre hay algún sector que copa más. En las últimas, eran los de empresas de lavanderías autoservicio”.

Jennifer Rivas y su hija esperan en una lavandería de autoservicio en el barrio de Carabanchel.david Expósito

Los pisos turísticos también se nutren de estos negocios. Maite García, de 70 años, es la encargada de dos de ellos, uno en Ópera y otro en Tirso de Molina. “Mi jefe presenta presupuestos a los propietarios de estas viviendas, y les ofrecemos servicio de recogida de la ropa, lavado, secado, planchado y entrega de las prendas”, detalla mientras saca de la lavadora precisamente varios kilos de sábanas de uno de estos pisos y el chico que se encarga de las entregas sale del almacén con ropa lista para entregar. Ella, que se ocupa también de cuadrar las cajas, da una idea de la rentabilidad del negocio: “Ayer hice las cuentas de este, y en cuatro días habíamos hecho 700 euros. En el de Ópera, 1.200 en una semana”. En ese momento entra Michelle Ramírez, de 31 años, que explica que viene a hacer la colada de prendas de uno de los pisos turísticos de su pareja. “Tenemos una chica de la limpieza, pero cuando ella no puede, echo una mano yo”, puntualiza. Los nombres de ilustres escritores de la literatura española miran desde la pared a estas dos mujeres haciendo la colada. Un homenaje al barrio de Las Letras, en el que se ubica el establecimiento.

Colada y copas

Hace dos años abrió en Chamberí el Washbar. A la entrada, las lavadoras y secadoras, al fondo, un bar con máquina de arcade, ofertas de cubos de cervezas y juegos de mesa. Es sábado por la noche y una pareja toma cervezas mientras su colada gira en el tambor. Ella es Clara Cabeza, sevillana de 27 años. “Hemos venido unos días a Madrid y antes de irnos queríamos llevarnos todo limpio, así que aprovechamos y mientras nos tomamos algo”, resume. De fondo suena Julio Iglesias y una bola de disco da vueltas e ilumina la estancia. José Manuel Romero es el encargado. Hace un recorrido por el extenso abanico de clientes que utilizan el negocio. “Por esta zona viven muchos estudiantes, muchos en un piso pequeño y no siempre tienen tiempo de compartir la lavadora, también viene la típica señora mayor que baja con las cortinas, o por ejemplo, hay una familia que viene cada jueves y se deja 30 euros y con eso hace la colada de los cuatro miembros... Por las mañanas viene más gente que deja las cosas y se va a hacer recados y por las tardes sí que vienen más relajados y se toman algo mientras esperan”. En el bar también hay wifi, así que muchos aprovechan incluso para trabajar.

Las lavanderías han llegado a los barrios con más nivel económico. En una del Retiro, Lola Arribas, de 75 años, lucha con su edredón para que entre en una bolsa de tela. “Esto es lo que lavo yo aquí, este monstruo no se puede lavar en casa, aunque creo que las tarifas han subido con respecto al año pasado eh...”, desliza antes de irse de vuelta a casa. En una de las sillas en las que se puede esperar, una revista de Lecturas con Bigote Arrocet en la portada descansa por si alguien quiere entretenerse con el cotilleo mientras el tambor da vueltas.

Clara Cabeza, junto a su pareja, en una lavandería de autoservicio del barrio de Chamberí donde el local cuenta con un servicio de bar para los clientes.david Expósito

Cuando ella sale, entra Juby Hau, filipina de 48 años, que vive en Madrid desde hace 15. Introduce un billete de cinco euros en la máquina mientras comenta “siempre voy corriendo detrás de la hora”. Ella usa estas lavadoras para la colada de la familia para la que trabaja y también para la suya propia. En el tiempo de lavado, aprovecha para hacer la compra u otros recados. ”Ahora en un rato voy a por los niños al colegio”, dice. Cierra la puerta de la máquina y se va corriendo con el carrito en el que llevaba las prendas. No tiene tiempo que perder. La vida sigue girando, al igual que la ropa en el tambor.

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