Tu coche nos votaría

No se puede circular por el centro en bici sin que se caguen en tus muertos

Vista de las calles de Orcasitas a finales de los años setenta, en un fotograma de 'La ciudad es nuestra' de Tino Calabuig.

Recibo en el teléfono una pancarta electoral de un partido alemán ultraliberal rayano en la extrema derecha llamado AFD cuyo eslogan es: “Tu coche nos votaría”. Mec, mec. El grupo de WhatsApp al que llega es el de una ‘grupeta’ ciclista de la que formo parte que se hace llamar “Safari de pobres”. Fui yo quien en su día le puso ese nombre, porque consideraba la idea que nos unía a sus miembros, ir sobre dos ruedas más allá de la M-30, una forma fácil de practicar un turismo interior asequible, en ausencia de opcion...

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Recibo en el teléfono una pancarta electoral de un partido alemán ultraliberal rayano en la extrema derecha llamado AFD cuyo eslogan es: “Tu coche nos votaría”. Mec, mec. El grupo de WhatsApp al que llega es el de una ‘grupeta’ ciclista de la que formo parte que se hace llamar “Safari de pobres”. Fui yo quien en su día le puso ese nombre, porque consideraba la idea que nos unía a sus miembros, ir sobre dos ruedas más allá de la M-30, una forma fácil de practicar un turismo interior asequible, en ausencia de opciones más sofisticadas y caras. Es decir, “los pobres”, en mi idea, éramos nosotros, los ciclistas.

Más tarde descubrí que mis compañeros de rodada, madrileños todos, habían estado asumiendo desde el primer minuto que yo me refería a nuestras incursiones en la periferia matritense como una forma de ir a avistar gente humilde como quien va a ver animales a un zoo o leones a eso, un safari. Ha sido leyendo Madrid 1983 (Libros del KO, 2021) cuando he comprendido el origen del malentendido con mis colegas.

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Cuenta Arturo Lezcano en su fabuloso nuevo ensayo que, cuando en Orcasitas se hizo entrega de las últimas casas construidas para pobladores de infraviviendas, el barrio editó un libro conmemorativo (que firmaba Tomás Marín Arnoriaga), en el que se relataba cómo “los periodistas venían aquí como quien acude a visitar los poblados esquimales de Alaska o las islas exóticas Polinesia”. Le costaba a los habitantes del “centro” de la ciudad creerse que a solo cinco kilómetros de la Puerta del Sol hubiese una civilización de chabolas donde las ambulancias se quedaban atascadas en un mar de barro. Aquel Madrid de los barrios de aluvión, donde las viviendas precarias —construidas con sus propias manos por gente que emigraba con lo puesto desde el campo hasta la gran ciudad— crecían en torno a estrechas calles sin alumbrado y sin alcantarillado, ya no existe, pero sí la rémora espiritual de la brecha de clase de aquellos tiempos en la conciencia de los hijos y los hijos de los hijos y los hijos de los hijos.

Veo de nuevo gracias al libro de Lezcano un alucinante documental titulado La ciudad es nuestra (dirigido por Tino Calabuig) en el que hablan los presidentes de las asociaciones de vecinos de aquellos barrios periféricos. La apisonadora inmobiliaria de los setenta quería desalojarles de sus casas a cambio de nada cuando el terreno sobre el que las construyeron empezó a tener valor en una ciudad que se abría a la sociedad de consumo. Aparece en esta monumental pieza audiovisual un jovencísimo Felix López Rey, un héroe aún en activo que será recordado entre otras muchas cosas como alguien capaz de ir a una radio y decir: “El hombre ha llegado a la luna, pero en Orcasitas seguimos cagando en una lata”. En el Madrid de 2021 los atascos están llenos de coches eléctricos pero no se puede circular por el centro en bici sin que alguien se cague en tus muertos.

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