Cantos de amor y compromiso del trovador más quijotesco
El chileno Manuel García, una celebridad en su país, acerca a la Galileo Galileo un repertorio que ahora está regrabando con Rozalén, Depedro o El Kanka
El domingo 1 de marzo de 2020, justo el día que soplaba las velas de su cumpleaños número 50, al cantautor chileno Manuel García le vino a la mente el personaje por el que se ha sentido más influido e inspirado a lo largo de este medio siglo de vida. Que no es ningún compositor, en contra de lo que pudiera sospecharse, sino un antihéroe de ficción: Don Quijote de la Mancha. “El ingenioso hidalgo se lanzó a los caminos justo a esa misma edad”, argumenta. “Salió en busca de su verdad y no le importó que el viaje aconteciera con una lanza medio rota y una armadura maltrecha. Porque al caballero d...
El domingo 1 de marzo de 2020, justo el día que soplaba las velas de su cumpleaños número 50, al cantautor chileno Manuel García le vino a la mente el personaje por el que se ha sentido más influido e inspirado a lo largo de este medio siglo de vida. Que no es ningún compositor, en contra de lo que pudiera sospecharse, sino un antihéroe de ficción: Don Quijote de la Mancha. “El ingenioso hidalgo se lanzó a los caminos justo a esa misma edad”, argumenta. “Salió en busca de su verdad y no le importó que el viaje aconteciera con una lanza medio rota y una armadura maltrecha. Porque al caballero de la triste figura le importaba más encontrar la magia que el éxito, y esa es una enseñanza con la que me identifico mucho”.
Tres lustros atrás, en septiembre de 2006, nuestro quijotesco hombre de voz sedosa había pisado suelo peninsular por vez primera, en el Mercat de la Música Viva de Vic (Barcelona), y aprovechó para pasar unos pocos días en Madrid y debutar en un escenario de la capital, Libertad 8, ante apenas medio centenar de curiosos. El destino, siempre tan amigo de las travesuras, dispuso que la humilde pensión desde la que Manuel iba desentrañando la ciudad aquellos días se encontrara en la calle Cervantes. Él, que con 12 años escasos no solo se había leído El Quijote, sino también Lazarillo de Tormes, el Romancero gitano y hasta el Poema de Mio Cid, quiso interpretar aquella carambola como una señal. Y refrendó su amor ya irrenunciable por un país donde ahora pugna por consolidarse gracias a un próximo álbum de dúos para el que ha regrabado algunas de sus piezas más celebradas junto a cómplices como Jairo Zavala (Depedro), María Rozalén, Amparo Sánchez, Muerdo o El Kanka.
Al principio le sorprendía que algunos españoles, o más bien muchos, no hubiesen leído a Cervantes y su cúspide en la historia de la literatura universal. O que tanto ciudadano a pie de calle apenas conozca más allá de dos o tres generalidades sobre la vida y obra de García Lorca. Con el tiempo, matiza enseguida, ha interiorizado esta idiosincrasia nacional. “Los amigos que he ido haciendo aquí, desde Depedro a Marwán o Pez Mago, me hicieron ver que cualquier españolito tiene un primo o un tío que canta, toca la guitarra o escribe relatos. La literatura la llevan ustedes en el habla, las costumbres, hasta en la cocina. Lo transforman todo en una suerte de retablo, de alegoría contemporánea”, argumenta. Y avisa, divertido: “Yo también he aprovechado para ir aprendiendo, claro. No todo va a ser la parte cultureta de los museos. En Chile causo sensación con mi pan tumaca o con unas tortillas de patatas muy decentes…”.
Nos encontramos en plena Plaza Mayor, epicentro guiri por antonomasia, donde Manuel García disfruta de una impunidad rara y gozosa. El suyo es un rostro muy reconocible en Chile, pero a lo largo de su buena hora y media de cafés no le interrumpirá ninguna de esas peticiones de autógrafos o selfis con las que a veces se siente “un poco animal de zoológico”. Y la importancia de esta cura de humildad radica más en su significado profundo que en la ausencia de incomodidades. “A esa marea humana que somos le corresponde ahora una etapa de humildad”, certifica. “No es hora de vender nada. A raíz de la pandemia, al arte le corresponde la parte más noble, la de la comunicación por encima del escaparate. Los artistas debemos contribuir, ahora más que nunca, a que no naufraguemos como especie”.
Lo asombroso de este hombre que se expresa con profundidad y poesía en cada frase radica en su origen periférico y sencillo. Aunque radicado desde hace años en Santiago de Chile, García proviene de Arica, en el extremo norte del país, a solo un paso ya de Perú y bien cerca de Bolivia. En aquel contexto de ruralidad mamó de sus padres y tíos las canciones de todos los grandes, desde Atahualpa Yupanqui a Violeta Parra, Víctor Jara y Silvio Rodríguez. También aprendió sobre el legendario guitarrista paraguayo Agustín Pío Barrios, alias “Nitsuga Mangoré”, un estudioso de Bach que enarboló las culturas indígenas y acabaría amigándose con Andrés Segovia, el primero que le suministró cuerdas de nailon frente a las mucho más toscas de metal.
A partir de ese amor por las enseñanzas heredadas se sustancia el cancionero de este hombre y su guitarreo ágil y minucioso. Un cuarto de siglo y un centenar de canciones después de su debut, la humildad se le tatúa hasta en el nombre, que no quiso reformular de una manera más sofisticada. “Durante algún tiempo”, revela, “sopesé bautizarme artísticamente como Manuel Garpez porque nunca me desprendo de un anillo con las siluetas de un par de cojinovas. Son los peces más característicos de Arica, el pez nuestro de cada día, lo que acabas comiendo cuando no tienes nada que comer”. Al final, desechó el alias y se decantó por el mismo nombre que consta en su documento de identidad, aunque ello le acarree en España no pocas confusiones con el ilustre Manolo García. “No me importa. Soy fan, le admiro mucho y, a su lado, yo sí que soy el último de la fila…”, ríe.
Desde aquellas primeras apariciones en los noventa –primero al frente de las bandas Coré y Mecánica Popular, luego ya en nombre propio–, García ha ido acumulando en el currículo un Premio Nacional de Música, la dirección del Museo Violeta Parra, intensas colaboraciones con la Fundación Víctor Jara o las agrupaciones de familiares de desaparecidos y, en general, una infinidad de intervenciones desinteresadas por causas progresistas. Solo un dato: las dos terceras partes de su intensísima agenda de conciertos se corresponden con actuaciones benéficas. Se ha visto amenazado en docenas de ocasiones y ha puesto su vida en peligro durante “no pocos conciertos estudiantiles o en peñas folclóricas, de esos que acaban entre bombas lacrimógenas y con las balas silbándote muy cerca”. Pero el compromiso frente a cualquier forma de totalitarismo dictatorial forma parte de su ADN más irrenunciable. “Siempre me he tomado como un honor ser un proscrito”, resume. “La música, en tiempos de dictaduras, sirve como tráfico clandestino de información. En los momentos más difíciles, no hay mayor logro que tus canciones lleguen a esas casetes piratas que van pasando por las casas de mano en mano”.
Y en abierto contraste, porque no todo habría de ser política y compromiso, la obra de Manuel también se eleva como rotundo alegato por el amor. En tales momentos es donde aflora ese hombre de enamoramientos perennes, el mismo que, con cinco años apenas, ya suspiraba por su maestra de preescolar y que hoy, felizmente emparejado y con tres hijos varones (Emilio, Santiago y Luciano, de entre 17 y 13 años), enarbola nuevamente su espíritu quijotesco y encuentra nuevas dulcineas y amores platónicos a cada paso. “Desde aquella muchacha del sombrero, dos mesas más allá, a la mujer madura que te regala una conversación maravillosa”.
Tal vez por todo ello, cuando la directora Maite Alberdi le pidió el año pasado una canción para su prodigioso documental El agente topo, García se armó de valor y entregó una sentidísima versión a guitarra y voz de Te quiero, el clasicazo ultrarromántico (“Cada vez que te beso me sabe a poco…”) de José Luis Perales. Y organizó un revuelo ineludible entre quienes aún tienen al conquense por un autor poco glamuroso o, en el mejor de los casos, por eso que ahora dicen de los placeres culpables. Él, que comió y cenó con Perales durante una semana completa cuando ambos coincidieron como jurados en el Festival Viña del Mar, no puede contener una amplia sonrisa final. “Ese hombre lleva siendo un barco indestructible durante décadas, mientras géneros, modas y artistas se desmoronan uno tras otro. Nadie es capaz de escribir poesía así, con las palabras sencillas de la gente, para luego, en la paz y el silencio de su taller de alfarería, replicar vasijas romanas y griegas”.
Ese es Perales, aunque muchos no lo sepan. Y definitivamente, como avisa su correligionario chileno, hay que quererle más.
Manuel García va a dar a conocer sus composiciones favoritas –en formato de guitarra y voz, aunque con invitados especiales– en una gira española que llegará a la sala Galileo Galilei el próximo 21 de septiembre. Antes, el chileno habrá hecho escala en La Salà de Valencia (domingo 12), el Centre Artesà Tradicionárius de Barcelona (viernes 17) y el Mercat de la Música de Vic, el sábado 18, coincidiendo con la fiesta nacional chilena. Será buena ocasión para irse familiarizando con las canciones de su próximo álbum, un disco doble en el que reinterpreta sus mejores temas junto a artistas amigos de España e Iberoamérica. García ha accedido a improvisar definiciones en torno a los cinco cantantes españoles con los que ya ha grabado sus dúos. Son estas:
- El Kanka: “La naturalidad y el ingenio. O cómo aportar reflexión y profundidad sin perder la alegría”.
- Jairo Zavala: “Un torero latinoamericano de la canción. Alma genuina y fresca, un trabajador incansable”.
- Rozalén: “Su voz es capaz de tatuar los huesos. Aúna la tradición y lo contemporáneo con una verdad conmovedora”.
- Muerdo: “El más latino de los hispanos. La ilusión que le brilla en los ojos se traslada a su trabajo. Con él, la canción tiene futuro”.
- Amparo Sánchez: “Cantadora y, por tradicional, cantora. Poderosa y arrolladora, una madre joven para quienes la rodean”.
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