Una ciudad, dos tempos

La colonia Retiro, con 203 hotelitos, es un espacio en el que la vida transcurre a un ritmo diferente al de las grandes vías que la rodean

Una vivienda en la colonia Retiro en Madrid.DAVID EXPOSITO

Si se está atento, Madrid ofrece la posibilidad de viajar en el tempo -que no tiempo- en cuestión de unos pocos metros. Sucede, por ejemplo, al tomar la salida de la Avenida del Mediterráneo en la rotonda de Conde de Casal, dirección Atocha. Es como una entrada a boxes.

Una casa gris, rematada por una cúpula, ejerce de avanzadilla de las 203 viviendas que componen la colonia Retiro, también conocida como “La Regalada”. Dentro, la vida transcurre a otra velocidad. Es una característica de las colonias históricas -no fueron diseñadas como lugar de paso- que más destaca en esta. Desde el s...

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Si se está atento, Madrid ofrece la posibilidad de viajar en el tempo -que no tiempo- en cuestión de unos pocos metros. Sucede, por ejemplo, al tomar la salida de la Avenida del Mediterráneo en la rotonda de Conde de Casal, dirección Atocha. Es como una entrada a boxes.

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Una casa gris, rematada por una cúpula, ejerce de avanzadilla de las 203 viviendas que componen la colonia Retiro, también conocida como “La Regalada”. Dentro, la vida transcurre a otra velocidad. Es una característica de las colonias históricas -no fueron diseñadas como lugar de paso- que más destaca en esta. Desde el silencio y la tranquilidad de la calle Antonio Díaz-Cañabate se divisa, al fondo, el trajín de la Avenida del Mediterráneo.

Hay varios colegios. “Aquí la hora punta son las 9 de la mañana y las cinco de la tarde, que es cuando la gente viene a dejar y a recoger a los niños en las escuelas. El resto del día, apenas hay coches”, cuenta Antón Laguna (57 años, Madrid). Director artístico de numerosas películas y series, lleva toda su vida viviendo en la colonia. Su bisabuelo compró dos hotelitos en 1930. Se fueron transmitiendo de generación en generación. La familia llegó a tener cinco casas en la colonia. Hace 20 años, decidió comprar una junto a sus dos hermanos. La dividieron. Él, vive en una de las mitades. La otra es para un hermano. El tercero vive en la parte de debajo de la que habitó su bisabuelo. Antón recuerda los tiempos en los que se veían pasar las ovejas y cuando empezaron a construir edificios alrededor. “Íbamos a tirarles los muros a las constructoras. Nuestros padres se hacían los despistados…”, recuerda riendo. Hoy, ese espacio en el que ejercían la resistencia es un parque con pistas deportivas y juegos que utilizan los colegios como espacio para el recreo. También un medidor del tiempo del día: a primera hora de la tarde, unos niños juegan al fútbol. El siguiente partido sube la edad media hasta la preadolescencia. En el turno de noche, ya hay música y botellón.

Vivienda con una pequeña torre en la colonia Retiro en Madrid. DAVID EXPOSITO

La colonia del Retiro se construyó entre 1925 y 1931. De estilo regionalista, hay, al menos, cinco tipos de chalet: castellano, vasco, mudéjar, italiano y francés. Hay cúpulas, torres, tejados a cuatro aguas, óculos, cornisas, recercados de ladrillo visto en algunas esquinas. La mayoría de las casas son de dos alturas. Con unos 90 metros cuadrados por planta. Varios propietarios han optado por dividir las viviendas.

En el piso de arriba de una de ellas vive de alquiler desde hace seis años Ana Gallego (46 años, Granada). Funcionaria. Su habitación está rematada por la característica cúpula del modelo francés. Vive junto a su marido y sus dos hijos, de 15 y 10 años. “Aquí te vienes por la personalidad de la colonia, no por los servicios... es que soy del Albaicín”, explica riendo. Destaca “el orden y la tranquilidad” del entorno. Y también lo caros que salen los despistes: “por dejarme la puerta del patio abierta, ya se han llevado dos bicis y un patinete”.

Justo enfrente, en una casa de estilo vasco, viven Carmen y Antonio –”la edad no se pregunta”. Adquirieron la casa en 1968. De pared blanca con detalles grises, tiene una cornisa volada de madera de medio metro. La verja, de hierro, se remata con un peculiar giro en su parte más alta. En la parte de atrás, han levantado un vergel con varios toldos, en los que cada domingo se reúne la familia a comer. “A veces somos hasta 22, entre hijos, hijas, yernos, nueras, nietos… y a cada uno le preparo su plato preferido”, dice con orgullo Carmen. En el patio delantero se levanta una palmera de unos seis metros de altura. La plantó la madre de Carmen hace 50 años. Los brazos no alcanzan para abrazar su tronco. Algunos de los dátiles que han caído en una alcantarilla y en los huecos de la acera han empezado a brotar.

La tarde avanza y en la terraza del bar de la colonia se animan las conversaciones. En la parroquia de Santa Catalina de Siena -diseñada por Alberto López de Asiain y Enrique Llano-, construida en unas formas circulares que recuerdan a Niemeyer, hay misa. Un cartel recuerda, muy sutilmente, que “donando a tu parroquia 150 euros al año, la agencia tributaria te devuelve en tu IRPF 120€”.

Desde una ventana se oye Summer in the city, de Joe Cocker. Y al fondo de la calle se divisa la ciudad, enfrascada en su propio tempo.

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