Unos Beatles agitados por el pálpito del jazz vallecano
El percusionista Patax, formado en Berklee y con nueve discos ya en su historial, reinventa al cuarteto de Liverpool con cuerdas, metales y ritmos latinos
Todos, sin excepción, tenemos nuestros flancos débiles. Incluso Jorge Pérez, alumno avanzado en Berklee –la meca mundial para la docencia musical no clásica–, se vio obligado a asumir sus deficiencias en una asignatura inexcusable para cualquier compositor contemporáneo: los Beatles. “Me había despistado el envoltorio, la antigüedad de ciertas formas”, se excusa, casi apesadumbrado. Pero casi todo tiene remedio, y más con un temperamento tan intenso y avasallador como el de este percusionista madrileño. Pérez no solo se ha ...
Todos, sin excepción, tenemos nuestros flancos débiles. Incluso Jorge Pérez, alumno avanzado en Berklee –la meca mundial para la docencia musical no clásica–, se vio obligado a asumir sus deficiencias en una asignatura inexcusable para cualquier compositor contemporáneo: los Beatles. “Me había despistado el envoltorio, la antigüedad de ciertas formas”, se excusa, casi apesadumbrado. Pero casi todo tiene remedio, y más con un temperamento tan intenso y avasallador como el de este percusionista madrileño. Pérez no solo se ha zambullido sin miramientos en la beatlemanía, sino que el resultado de sus indagaciones, Patax plays The Beatles, acaba de cobrar forma discográfica (Youkali Music) y este sábado conoce en los Teatros del Canal su estreno absoluto sobre los escenarios.
Pérez de primero, González de segundo. Nuestro personaje no puede tener un linaje más español, pero el destino quiso que Jorge naciera, hace ahora 42 inviernos, precisamente en Boston. Su padre, ingeniero recién licenciado, acababa de obtener plaza en el prestigioso Massachusetts Institute of Technology y se trasladó a la metrópoli del noreste estadounidense con su pareja, bióloga. Fueron apenas seis años de experiencia, pero al matrimonio le cundió el tiempo para regresar a España con tres chiquillos (el cuarto, Rocío, ya nacería en tierras peninsulares) y una visión acaso más panorámica del mundo. “Yo me he criado en Vallecas y me siento madrileño hasta los tuétanos”, avisa Jorge, “pero regresar a Estados Unidos para mis estudios me ayudó a comprender que muchos sueños son posibles, que a veces somos nosotros mismos quienes no nos creemos todo de lo que somos capaces”.
Él procura predicar con el ejemplo, desde luego. Por eso conjuga sus habilidades innatas y adquiridas con el íntimo convencimiento de que se puede comer el mundo. Y los hechos avalan por ahora sus ambiciones. Quizá no les resulte todavía familiar su nombre, pero este batería y percusionista de discografía fértil –nueve álbumes ya a las espaldas bajo el epígrafe de Patax– ha grabado junto a luminarias del jazz como Danilo Pérez y John Patitucci o compartido aula con alumnos que hoy trabajan a la vera de Avishai Cohen o Esperanza Spalding. “No me siento poco reconocido o valorado”, aclara, “pero sí soy consciente de que vivimos en un mundo al revés. Ahora mismo, dentro del pop comercial, cuanto más cutre sea tu música, más gente te conocerá”.
¿Cómo acaba un vallecano de pro, sin apenas antecedentes artísticos en la familia, rubricando una arrolladora versión de diez minutos de Eleanor Rigby en clave de jazz latino? Seguramente por una mezcla de instinto, perseverancia y pundonor. El padre había participado en la fundación de la tuna universitaria y la madre practicaba alguna partitura con la flauta travesera, pero todo empezó cuando al pequeño Jorge acertaron a regalarle un ukelele a los cuatro años. El niño, todo desparpajo, le cogió gusto a tocar en misa todos los domingos en la parroquia de Nuestra Señora de La Piedad. A los ocho, cuando los Reyes Magos aparecieron con unos bongos, aquello ya fue el flechazo. “Luego llegarían la darbuka, las congas y todo lo demás. Y con el tiempo, cuando sentí la necesidad de componer, aprendí por mi cuenta nociones de piano, guitarra e informática musical. Fue una especie de formación complementaria: la percusión puede hacerte bailar, pero no llorar de la emoción”.
Con todo, Pérez se formó en la escuela superior de Arquitectura y aprendió a amar a los más grandes, con especial devoción por Frank Lloyd Wright, Alvar Aalto y demás exponentes de un arte humanista y sensible. Se le daba bien. Completó los seis cursos. Cuando iba a afrontar el proyecto de fin de carrera, allá por 2008, llegó una llamada telefónica desde Boston que le cambió la vida para siempre: el eminente Jamey Haddad, habitual de Paul Simon, le admitía en sus clases de percusión de Berklee. Pudo renunciar a ellas, pero se impusieron sus ansias exploratorias. “No me arrepiento. Patax me da por ahora para vivir. Y aunque no fuera así, seguirá siendo siempre la mayor de mis motivaciones. Me atrae esa idea de la belleza, de aportar alguna cosa bonita a un mundo con tantos ingredientes horribles. La mía es una voluntad artística, o, si se quiere, narcisista”.
Cruza los dedos, ante todo, para que nunca le dé esquinazo la motivación. Ahora mira hacia atrás, al día en que se conjuró para reinventar 13 clasicazos de los Beatles (I saw her standing there, Blackbird, un Let it be con deje rumbero y hasta un Yellow submarine que intercala un “Corre que te pillo con mi submarino amarillo”), y piensa en las “más de 1.000 horas” de soledad y silencio frente al ordenador, pergeñando arreglos para una docena larga de músicos, secciones de metal y cuerdas incluidas. “Embarcarte en cada nueva iniciativa es una invitación al vértigo”, suspira. Pero él ya tiene un nuevo argumento para sus desvelos más inminentes. Precisamente por “romper con esa dinámica tan nuestra de mirarnos al ombligo”, ha compuesto nueve canciones de música urbana con vocación comprometida, versos en los que ha querido reflejar su “conciencia ciudadana” en asuntos como el bullying, la eutanasia o la diversidad de género. “Las cantará una chica neoyorquina de la que aún no puedo adelantar el nombre, pero con voz tan estupenda como Beyoncé o Jennifer López. Y habrá algunos elementos de reguetón, por qué no. Como patrón rítmico es interesante: ¡eso pone a bailar hasta a las ratas! Su gran problema siguen siendo esas letras machistas, grotescas, tontorronas y chabacanas”.
Hiperactivo, locuaz, visceral. Jorge Pérez tiene algo de torbellino. Atiende una llamada sobre una casita que se está levantando en el municipio de Chinchón (con diseño propio: para algo tenían que servir tantos años de Arquitectura). Aprovecha mesa, silla y hasta el platito del café para poner ejemplos de ritmos que le bullen en la cabeza. Repasa aventuras previas que le marcaron: su disco de homenaje a Michael Jackson, las versiones de Stevie Wonder o Prince; ese álbum de 2018, Creepy monsters, grabado en riguroso directo y del tirón desde el Teatro Rialto. “Ahora que lo pienso”, recapitula, “todas las músicas que admiro, desde Mozart hasta Paco de Lucía, tienen el denominador común de su capacidad rítmica”. Alguno remataría la frase con un chis-pom, pero él lo tiene más fácil: pa-tax.
Patax actúa el sábado 26, a las 21.00, en los Teatros del Canal (c/ Cea Bermúdez 1, metro Canal. De 9 a 25 euros). El ciclo “Jazz en Canal” también incluye los conciertos de Euscádiz (jueves 24) y O Sister (viernes 25), con mismos horarios y precios
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