Melancolía o libertad

Un hombre incapaz de una mala palabra frente a depredadores curtidos en la jungla de las redes sociales como Isabel Díaz Ayuso y Pablo Iglesias

Un cartel electoral gigante del candidato del PSOE a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, Ángel Gabilondo, colocado en la fachada de uno de los edificios de la madrileña plaza de Callao.Mariscal (EFE)

A Ángel Gabilondo se le notaba francamente compungido. El candidato socialista denunciaba el cierre de los centros de atención primaria de Madrid en Semana Santa y explicaba que eso deja cuatro días sin vacunar a mayores de 80 años y grandes dependientes. Se le veía contrariado y hasta —¿sería posible?— con un cierto timbre de indignación. “A mí esto me parece…”, anunci...

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A Ángel Gabilondo se le notaba francamente compungido. El candidato socialista denunciaba el cierre de los centros de atención primaria de Madrid en Semana Santa y explicaba que eso deja cuatro días sin vacunar a mayores de 80 años y grandes dependientes. Se le veía contrariado y hasta —¿sería posible?— con un cierto timbre de indignación. “A mí esto me parece…”, anunciaba Gabilondo en un aparente crescendo de su discurso. Algún periodista ya veía venir un titular retumbante. Hasta que el candidato acabó la frase: “A mí esto me parece… muy mal”.

Hay algo de fascinante en esta apuesta socialista para las elecciones del 4-M. Un hombre incapaz de una mala palabra frente a depredadores curtidos en la jungla de las redes sociales como Isabel Díaz Ayuso y Pablo Iglesias. Un “viejo profesor”, como le decían a Tierno Galván, sin la jocosidad del primer alcalde democrático de la capital. Un señor con ese inconfundible aire melancólico de quien ha pasado muchas horas de su vida leyendo a Heidegger y que debe abrirse paso en medio de la jarana de los demás.

Para relanzar la candidatura de Gabilondo se ha puesto al mando el equipo comunicativo habitual de La Moncloa, ese que sus adversarios pintan como un ejército en la sombra moviendo sus hilos desde los sótanos del complejo presidencial con el propósito de dominar el mundo. Todos, el candidato el primero, deberíamos agradecerles que no hayan pretendido hacer de él lo que no es. Cuánta vergüenza ajena habremos sufrido viendo a pulidos tecnócratas intentando pasar por carismáticos líderes de masas en bailes de mayores o parques infantiles.

El ejército monclovita en la sombra ha hecho lo que parecía más razonable: no disimular cuál es su producto y tratar de vender sus mejores características. Y ahí tenemos a Gabilondo enorgulleciéndose de ser ese señor serio, de amplios conocimientos y exquisitamente educado que pide sentido común en medio de la algarabía. El equipo comunicativo habitual ya hizo algo parecido con Salvador Illa en Cataluña. Y con notable éxito. Pero lo que gusta allá no siempre gusta aquí, y viceversa: acuérdense de Mourinho, un precursor en muchas cosas del estilo comunicativo de la presidenta madrileña.

Con esas armas, Gabilondo intenta hacer frente a la favorita electoral, que inadvertidamente ha sufrido una prodigiosa metamorfosis. Ahora ya nadie se acuerda, pero hace un año Isabel Díaz Ayuso era aquella mujer doliente y enlutada cuyos gestos trágicos recogían las portadas de los periódicos más entusiastas. Nada que ver con esta nueva presidenta y candidata que derrocha alegría y “modo de vivir madrileño”. No hay más que ver los vídeos que promociona, llenos de cañas burbujeantes y camareros felices que brindan por el Madrid libre. Como si el lema ya no fuese “comunismo o libertad”, sino “melancolía o felicidad”. Así no extraña que las encuestas vayan como van.

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