Uno de los curas que se salvó de la explosión: “Fue todo rapidísimo. No paraba de salir humo del ascensor”
La estructura del edificio ha quedado muy dañada. “Está claro que ha habido una deflagración por una gran acumulación de bolsa de gas”, ha dicho el concejal de Obras, Mariano Fuentes
Las siete calderas tenían una luz roja: una señal de alerta. Olía a gas durante toda la mañana: otra más. Algo fallaba. Los radiadores no calentaban. El frío se colaba por todos los recovecos de las siete plantas del edificio de la Iglesia que voló por los aires el pasado miércoles. Allí, repartidos entre las diferentes plantas, se encontraban cinco sacerdotes. Gabriel Benedicto, Alejandro Aravena, Moisés Leó...
Las siete calderas tenían una luz roja: una señal de alerta. Olía a gas durante toda la mañana: otra más. Algo fallaba. Los radiadores no calentaban. El frío se colaba por todos los recovecos de las siete plantas del edificio de la Iglesia que voló por los aires el pasado miércoles. Allí, repartidos entre las diferentes plantas, se encontraban cinco sacerdotes. Gabriel Benedicto, Alejandro Aravena, Moisés León, Matías Ernesto Quintana y Rubén Pérez de Ayala. Ninguno tiene más de 45 años. Este último, Rubén Pérez, decidió llamar a un amigo. Un telefonazo de urgencia. Se puso en contacto con David Santos, de 35 años. Santos es técnico de mantenimiento y un católico ejemplar que se conocía al dedillo las siete plantas de este céntrico edificio. Del Atleti, era un asiduo de la parroquia, a la que acudía casi a diario. A las 14.37 de la tarde, según fuentes cercanas a la investigación, sonó su teléfono móvil:
― David, vente, que esto huele mucho a gas.
― Voy para allá.
David Santos se encontraba justo en la calle de al lado. Vivía en el barrio con su mujer, Sara, y sus cuatro hijos. Al llegar al edificio le esperaba el cura Pérez. 20 minutos después, todo voló por los aires. “Subieron, bajaron, ellos dos debieron de estar siete minutos juntos como mucho. Fue todo rapidísimo”, ha relatado el párroco Gabriel Benedicto, según fuentes de la investigación. Él está vivo de milagro. “Minutos antes, toqué los radiadores y no estaban ni fríos ni calientes. Estaba claro que algo no iba bien”. Benedicto había estado cuatro horas fuera. Al llegar, subió a su planta y se puso a comer, como el resto de párrocos. “Nos cruzamos antes de que comenzaran a averiguar qué estaba pasando. Fue todo muy rápido, muy rápido. Recuerdo que después de la explosión no paraba de salir humo por el ascensor”.
El cura y el técnico de mantenimiento fallecieron. La explosión también se llevó por delante la vida de dos personas que estaban paseando por la calle. Javier Gandía, de 45 años, un albañil que trabajaba en el edificio de enfrente y vecino de La Puebla de Almoradiel, un pueblo de 5.000 vecinos de Toledo. Estaba casado y tenía dos hijos. Según su alcalde, acudía casi a diario a trabajar a la capital. “Todos los vecinos estamos hechos polvo”. El cuarto y último fallecido es Ivanov Korhev, un ciudadano de origen búlgaro, también se encontraba en la calle de Toledo número 98. Este jueves habría cumplido 47 años.
Fue una explosión espectacular. El bloque se ha quedado en los huesos. La calle entera repleta de escombros, una alfombra de piedras pequeñas; restos de ladrillo de las paredes del edificio que se entremezclan con el hielo de la nieve y los árboles caídos por la borrasca Filomena. Una estampa bélica a 15 minutos de la Puerta del Sol. 16 coches han sido dañados por el petardazo y retirados de la zona cero. En el edificio había siete calderas domésticas. Las primeras investigaciones apuntan a una gran condensación de gas entre todas las plantas. Una bolsa de aire invisible que, ante cualquier chispazo, como el simple gesto de pulsar el interruptor de la luz del salón o del baño, puede provocar una tragedia, según los expertos consultados.
Los 10 heridos se encuentran bien. Los otros cuatro sacerdotes salieron ilesos. “Pero aún con el susto en el cuerpo”, relatan en su entorno. El cura Matías Ernesto estaba en la última planta. Tras la explosión sacó el móvil y grabó un vídeo para su familia, que vive en Paraguay. Ernesto pensó literalmente que se iba a morir. Mandó, por si acaso, un mensaje de despedida con un tono sereno para el momento de los hechos: “Acaba de estallar nuestra casa por la tubería del gas. Estoy atrapado en el quinto piso y no puedo bajar. Rezad por mí. No sé si me van a poder rescatar de aquí. Ha estallado nuestra casa”. El vídeo ha volado por múltiples grupos de WhatsApp. En él se ve una planta entera de un piso sin paredes y sin techos. Solo escombros. Ernesto fue rescatado por los bomberos.
La estructura del edificio ha quedado muy dañada. “Está claro que ha habido una deflagración por una gran acumulación de bolsa de gas”, ha dicho el concejal del Área de Desarrollo Urbano, Mariano Fuentes, “pero no se sabe si ha sido la caldera, si ha sido la tubería... Todo apunta a que fue por la parte de arriba, que es donde se generó el mayor impacto, pero se está analizando. No se ha podido revisar todo el edificio porque está de ‘mírame y no me toques’, no pueden entrar. Por eso la demolición se va a hacer con cesta y desde fuera”. La Policía Nacional ha inspeccionado todas las partes con drones pequeños y con un perro guía. Nadie garantiza que con una pisada todo se venga abajo.
Todavía hay tres edificios de viviendas afectados. El gas ha sido cortado en gran parte de la calle. 80 familias, que viven en los bloques colindantes al edificio, podrán volver a sus casas entre este jueves y este viernes. El otro edificio que comparte medianera es el colegio La Salle-La Paloma. El 98% de los 215 alumnos debía estar en el patio a la hora de la explosión, pero estaba repleto de nieve y no pudieron salir. Filomena les echó una mano.
El sonido de la explosión asustó a los mayores y alguno tuvo una crisis de ansiedad. Los más pequeños no entendían nada. Y los padres, 24 horas después, todavía estaban asimilando “lo que podría haber pasado”. “A mí me llamó mi mujer llorando y diciendo que había explotado el patio del colegio y salí corriendo”, cuenta Roberto Prada, padre de un niño de cinco años y secretario de la asociación de padres del centro. “Vivo en la calle de Toledo, al final, al lado del río, y pasé los 10 peores minutos de mi vida. En general estamos más tocados nosotros que los niños. Porque lo piensas y se te viene el mundo encima”. Ahora mismo no saben cuándo volverán las clases presenciales, pero tampoco les importa demasiado.
El barrio sigue conmocionado. Manolo Río, de 50 años, es el carnicero del mercado de La Paloma, justo enfrente del edificio de la explosión. También ofrece unas tortillitas de gambas y de bacalao a 14 euros el kilo. Cinco minutos antes de la explosión, se montó en el coche con el pescadero y con el frutero. “Me enteré porque no paraba de llamarme gente preguntándome cómo estaba”. Rubén Pérez, el sacerdote fallecido, visitó su puesto el pasado martes. Se llevó dos filetes de ternera.