Un parto y muchas palas
‘Filomena’ pasa de largo, pero la nieve se mantiene, lo que dificulta llegar a los hospitales, el tránsito por las calles y el abastecimiento de los mercados
La capacidad de resistencia de los ciudadanos es admirable. De madrugada, ayudados de un palo de fregona, una embarazada de nueve meses y su pareja cruzaron ayer una calle repleta de nieve camino del hospital. La ventisca les dificultaba el paso. Tardaron un buen rato hasta alcanzar la boca de Metro de Alonso Cano. En el andén descubrieron que el próximo tren llegaba en 30 minutos. Demasiado tiempo. Las contracciones cada vez eran más constantes....
La capacidad de resistencia de los ciudadanos es admirable. De madrugada, ayudados de un palo de fregona, una embarazada de nueve meses y su pareja cruzaron ayer una calle repleta de nieve camino del hospital. La ventisca les dificultaba el paso. Tardaron un buen rato hasta alcanzar la boca de Metro de Alonso Cano. En el andén descubrieron que el próximo tren llegaba en 30 minutos. Demasiado tiempo. Las contracciones cada vez eran más constantes. A los diez, sin embargo, un tren paró. La impuntualidad resultó oportuna. La embarazada se acomodó en el asiento entre fuertes dolores, frente a una adolescente que levantó la vista del móvil durante unos segundos y después volvió a sus cosas. La gente está viviendo tanto últimamente que se ha perdido la capacidad de asombro.
Madrid amaneció otra vez helado, aunque con menos centímetros de nieve. Filomena pasó de largo, pero la masa de aire frío se mantiene y se redobla. La semana pinta dura, aunque contamos con una herramienta sorpresa. La gente se echó a la calle con tantas palas que no sabíamos dónde se escondían antes. Creíamos que solo había de un tipo, de hierro con el mango de madera, y no, señor, la gente exhibió algunas hasta con resortes, ergonómicas, de mopa o retráctiles.
Las autoridades despejaron las principales avenidas de la ciudad. Las secundarias quedaron en mano de los vecinos. En una de esas, Alonso Cano, era por la que caminaba la joven a punto de parir. Horas después intentó entrar por allí un camión de la basura al que habían colocado en el frontal una pala gigante. Esa sí, la madre de todas las palas. El conductor del camión intentó girar en José Abascal, con la mala suerte de que una rueda se quedó atrapada. Es una imagen común estos días en cualquier barrio y la gente que se junta alrededor siempre es la misma. El que graba la escena: “Esto es oro”. El que lo hubiera hecho mejor: “A quién se le ocurre dar ahí una curva”. El pesimista: “No va a salir, ahí se queda”. El propositivo: “Entre 15 lo movemos”.
Volvieron las colas a la puerta de los negocios Después de dos días encerrados la gente salió con ganas de comprar. El cierre de Mercamadrid provocó que escasearan la carne y el pescado. Las estanterías de algunos súpers estaban vacías. Los dueños de los bazares fueron a llenar sus carros porque ellos sí habían abierto durante lo más duro del temporal y se habían quedado sin existencias. Esa gente caminaba después, con las bolsas acuesta por las calles todavía congeladas, por medio del arcén. Madrid volvía a parecer un pueblo.
También volvieron a funcionar parcialmente los aviones, los Cercanías y los trenes de larga distancia. Ana Fernández tenía billete para volver el sábado a Ferrol. Imposible, la nevada paralizó las vías. Le tocó quedarse otras 48 horas en Madrid, en casa de su hermana, sin ropa suficiente. Estuvo pensando si pedir un Uber o llamar a teletaxi, pero se imaginaba escenas como la del camión de basura atascado y le daban escalofríos.
Eligió el metro, el medio de transporte más fiable estos días. Lo agarró atestado en Gregorio Marañón, unas imágenes que ya había visto por la mañana en Twitter. Iba en silencio y con la mascarilla bien puesta para no expandir partículas. En Chamartín se encontró con un ambiente parecido. Todos los atrapados de los últimos días parecían locos por irse. “Practico patinaje artístico en Chamartín”, comentaba una mujer por teléfono mientras cruzaba el vestíbulo mojado. Los trenes programados salían en hora, salvo el de Ávila. La gente que iba a agarrar ese tren no estaba de buen humor. Tenían que hacer un rodeo pasando por Valladolid, lo que les demoraría unas horas más para dejar atrás esto que, después de tantas horas, les parecía un infierno.
Hay otros tantos que se quedan. Rosa Feliz, empleada del hogar, estaba agradecida de haber podido ir a trabajar, gracias al metro. Eso sí, hacia tiempo que no había visto a tanta gente apelotonada y no hay crítica en sus palabras. “No había otra. ¿Cómo te mueves? Era la única forma de moverse”, decía. Hoy, con la puesta en marcha de 28 líneas de autobuses se espera que no haya tanta acumulación. Además, los quitanieves siguen despejando calles. Le sigue la limpieza al minuto a través de un mapa interactivo.
Les hará falta esas indicaciones a la embarazada y a su pareja para encontrar el camino de vuelta a casa. Pero antes hay que terminar de contar su historia entre la nieve. Ayer, al bajar del vagón, buscaron un ascensor en la estación de Cartagena, sin encontrarlo. Unos operarios de Metro, que por casualidad se bajaron en la misma parada. Les encendieron las escaleras mecánicas. Nada más salir se cruzaron con una máquina quitanieves y levantaron el dedo como dos autostopistas extraviados. El conductor les dijo que no tenía autorización para llevar pasajeros. Estaban a tres minutos del hospital Quirón San José, se veía de lejos. Saltaron varios montículos, derraparon por hielo. Al final entraron por su propio pie en la recepción y ella soltó, sin saludar: “Vengo con muchas contracciones”. Se topó de frente con la burocracia: “Tarjeta sanitaria y DNI”. El parto duró poco más de dos horas. La bebé pesó cuatro kilos. El padre se llama José y la madre, María. No, en realidad ella se llama Anaís. ¿Y la bebé? “Alicia”. Muy bonito, aunque le podían haber dado alguna oportunidad a Filomena.