“¿Ya está? Pues no es para tanto”
Se vacunan 100 residentes en una jornada en DomusVi Leganés, donde fallecieron otros 60 durante los meses más duros de la pandemia
Carmen García Cordero lleva en el pecho una banda de color rosa que acredita su condición de cumpleañera: 96 años. El mejor regalo, según ella, se lo estaba suministrando en el brazo derecho una enfermera de la residencia DomusVi Leganés, donde vive.
García Cordero es una de las primeras residentes que recibirá la primera dosis de la vacuna Pfizer, un trámite que se solventa en un par de minutos. “Esta tarde vendrá a darme un paseo uno de mis hijos. Fíjate que creo que los otros dos que tengo ap...
Carmen García Cordero lleva en el pecho una banda de color rosa que acredita su condición de cumpleañera: 96 años. El mejor regalo, según ella, se lo estaba suministrando en el brazo derecho una enfermera de la residencia DomusVi Leganés, donde vive.
García Cordero es una de las primeras residentes que recibirá la primera dosis de la vacuna Pfizer, un trámite que se solventa en un par de minutos. “Esta tarde vendrá a darme un paseo uno de mis hijos. Fíjate que creo que los otros dos que tengo aparecerán de sorpresa, escondidos detrás de un matorral o algo así. Después nos iremos a tomar algo a una terraza”, predice.
El camión refrigerado con las vacunas llega a las nueve menos cuarto de la mañana. Las dos enfermeras de la empresa entrenadas por la Consejería de Sanidad manipulan las cajas. Comprueban, tras abrirlas, que el termómetro que lleva dentro marca una temperatura entre dos y ocho grados, la idónea para su conservación. Desde las 10 de la mañana se forma una cola en el pasillo de sillas de ruedas y andadores con pelotas de tenis en sus extremos que ayudan a su deslizamiento.
Las enfermeras, Olga Sánchez y Mariela Bellido, vacunarán a 50 hasta mediodía. Les quedarán otros 50. El centro recibió 100 dosis para una población de 128 internos. Los restantes y los trabajadores del centro serán vacunados el 14 de este mes. La llegada de la vacuna supone un alivio para un lugar en el que murieron 60 ancianos en primavera de 2020, durante los meses más duros de la pandemia. El 70% de los que sobrevivieron generaron anticuerpos.
“Hemos dejado de cuidar a nuestra familia para atender a los ancianos. Y no siempre se nos ha valorado”, dice la directora del centro, Beatriz Fernández.
Teresa García es otra de las primeras en vacunarse. “Tengo muy pocos años, 94”, dice. El sonotone se queda sin pilas y dificulta por momentos la comunicación con las enfermeras. Pero todo es muy rápido, un suspiro. “¿Ya está? Pues no es para tanto”.
Después de ella le llega el turno a un hombre con chaleco de cazador. “Solo me falta la escopeta y el perro” dice. Las enfermeras le preguntan la edad. “78 o 87”, bromea. ¿El nombre? “Me llamo como el pequeño de los hijos de Jacob”. Se hace el silencio. Él mismo lo rompe: “Eso es que no os habéis leído las escrituras. Benjamín, me llamo Benjamín. Benjamin en inglés”.
La directora de DomusVi Leganés, Beatriz Fernández, de 39 años, sigue de cerca toda la operación. “Este es el mejor regalo de reyes, después de todo lo que hemos pasado. Han sido meses muy duros. Esto es una pequeña esperanza”, señala. En el pico de muertes ella y los trabajadores encadenaron jornadas de 14 y 15 horas.
“Entonces yo tenía un bebé de ocho meses y otro niño de cinco años que dejé al cuidado de mi pareja. Hemos dejado de cuidar a nuestra familia para atender a los ancianos. Y no siempre se nos ha valorado”, dice. Recuerda que el familiar de un residente le dijo que no estaban preparados para algo así. “Y le dije que tenía razón, pero que no estábamos preparados ni nosotros ni nadie. Llamar a alguien para decirle que su padre estaba enfermo y pocas horas después avisarle de que había muerto, y que no podía venir a estar con él. No se está listo para algo así”.
La mayoría de los residentes consintió vacunarse. Solo tres se opusieron. Alberto, un militar de aviación retirado con honores, escribió en mayúsculas en el papel que le facilitaron en el centro un no consiento gigante que ocupaba casi toda la hoja. “Me parece sospechoso que quieran vacunar primero a los viejos”, dice. En su habitación hay un marco con foto suya en la que viste el uniforme. Del pecho le cuelgan muchas medallas. “Esta vacuna no se sabe todavía qué es exactamente”, insiste.
Milagros Hernández, en cambio, estaba feliz de administrársela. Tiene 90 años. Lleva un collar de perlas que le resaltan la cara. Nació en el barrio de Chamberí. Se quedó viuda a los 38, con tres hijos a su cargo. Limpió casas hasta que encontró empleo en un cine de Madrid. Empezó en la taquilla aunque ascendió a acomodadora, donde se ganaba más gracias a las propinas. “Un día vino la duquesa de Alba a ver una película. ¿Adivina cuánto me dio? ¡Una peseta! Después llegó un chaval cualquiera y me dio 500”. Un día, el cine ardió, con ella dentro. “Hubo víctimas, pero yo no me morí”, cuenta, toda una superviviente.
Después de la inyección, las auxiliares de enfermería trasladan a los ancianos a una habitación en la que permanecerán media hora, un tiempo prudente para detectar una reacción adversa a la vacuna. De ahí proviene un sonido hermoso. Es la voz de Visitación, una mujer que en su juventud perteneció a un coro. No recuerda ninguna canción, solo alarga durante minutos, con la destreza de una soprano, un hola. “¿A que canta bonito?”, pregunta García Cordero, la cumpleañera, que asiste atónita a la actuación. Visitación dice que tiene 47 años, aunque nació en 1928. Las dos ancianas se miran con complicidad. “La vida es bonita”, acaba García Cordero, el día de su 96 cumpleaños.