Amor a primer oído por España desde la juventud
La embajadora de Polonia en Madrid se interesó por el castellano y toda su cultura desde que tenía 15 años
Lo que sintió Marzenna Adamczyk por España y toda su cultura solo se puede considerar como un amor de juventud y a primer oído. El concierto de una coral catalana ofrecido en su ciudad natal cuando tenía tan solo 15 años hizo que la actual embajadora de Polonia en Madrid se interesara por el castellano y se hiciera profesora universitaria del idioma e hispanista. Lleva ya cinco años en el cargo y reconoce que está enamorada de la capital por su variedad cultural y gastronómic...
Lo que sintió Marzenna Adamczyk por España y toda su cultura solo se puede considerar como un amor de juventud y a primer oído. El concierto de una coral catalana ofrecido en su ciudad natal cuando tenía tan solo 15 años hizo que la actual embajadora de Polonia en Madrid se interesara por el castellano y se hiciera profesora universitaria del idioma e hispanista. Lleva ya cinco años en el cargo y reconoce que está enamorada de la capital por su variedad cultural y gastronómica, entre otras razones.
Adamczyk nació en Varsovia hace 64 años. ¿Qué llevó a una “polaca de pura cepa y por los cuatros costados” a fijarse en España? Cuando era adolescente, vio un cartel que anunciaba el concierto de la coral y decidió acudir. “Me encantó, me pareció un concierto muy grande en todos los sentidos de la palabra”, describe con pasión. Nada más llegar a casa, cogió una enciclopedia y buscó qué era Cataluña. De ahí, pasó a España y a toda su historia. “Estuve leyendo todo lo que había sobre este país y vi que era extraordinario”, añade. Su pasión le llevó a estudiar castellano y a ser una intelectual de todo lo hispánico.
La embajadora no pertenece a la carrera diplomática. Entró gracias a que su gobierno permite a las personas más preparadas en determinados ámbitos trabajar en sus legaciones. De hecho, el primer destino fue como embajadora de su país en Cuba (2007-2010) y cónsul general en Barcelona (2010-2013), entre otros puestos, antes de recalar en Madrid. Aquí reside en el distrito de Chamberí, pese a que la embajada está en Puerta de Hierro. Afirma que le gusta residir en el centro de la ciudad para poder palpar el ambiente de la ciudad y acudir a toda la oferta cultural de que dispone el centro. De hecho, se conoce al detalle todas las exposiciones importantes en los diferentes museos, las obras de teatro y la programación en general. “Madrid no es de las ciudades más bellas de España, como Salamanca o Cuenca, pero es una metrópolis con todos sus pros y contras, una ciudad donde cada uno encuentra todo lo que quiere”, destaca Adamczyk –”es difícil de pronunciar, pero es uno de los apellidos más comunes del polaco”, reconoce-.
La población polaca en España ronda las 100.000 personas de lo que un 20% está en la Comunidad de Madrid. Al principio se encontraban en el corredor del Henares, pero poco a poco se han ido extendiendo a otras localidades como Leganés, Fuenlabrada o Parla e incluso a provincias limítrofes como Segovia y Ávila. “El trabajador polaco está muy bien considerado y nos los suelen pedir los empresarios porque son responsables y vienen con ganas de trabajar”, afirma sin ambages la embajadora. “Además, aprenden el idioma en un pispas y se adaptan muy bien a las costumbres españolas”, añade la responsable de la legación, que se caracteriza por utilizar un sentido del humor muy fino y por meter expresiones típicamente castellanas con una precisión increíble.
Durante la pandemia, Adamczyk ha acudido todos los días a la embajada, bajo la conocida premisa de que “el capitán siempre tiene que estar lo más cerca del timón posible para dirigir el barco”. En el estado de alarma, tuvo que organizar al igual que otros compañeros el regreso de compatriotas a su país natal, muchas veces procedentes de Latinoamérica. Durante la primera oleada de la pandemia de la covid, su país se salvó de las devastadoras consecuencias vividas en España y en Italia. Hubo muy pocos contagiados y unos 3.000 muertos: “La gente pasaba olímpicamente”, resume la embajadora. Sin embargo, la segunda, como ya ocurriera con Alemania, ha sido mucho más grave. Han tenido hasta 28.000 contagios y 600 fallecidos en un solo día. “¿Quién estaba preparado para esta pandemia? Nadie. Todo se hacía sobre la marcha y no entiendo que se critique a los gobiernos. Creo que todo eso sobraba y que siempre se ha luchado por el bien común dentro de un hecho que tiene unas dimensiones insólitas y con una tragedia que durante meses parecía que no tenía remedio”, ataca Adamczyk, que pone como ejemplo que el Palacio de Hielo –”un centro de deportes alegre”- se convirtiera en un depósito de cadáveres: “Era tremendo, era horripilante”. La responsable de la legación polaca se describe como “pro vacuna” y afirma que se la pondrá en cuanto pueda.
La embajadora reconoce la posición de enfrentamiento de su país, junto con Hungría, en el reparto de los fondos de la Unión Europea para la reconstrucción de los 27 países miembros a causa de la pandemia. “Lo que hemos hecho ha sido defender un principio, mantenido además por el Tribunal de Justicia Europeo, de que no se puede dar más de lo que te permiten los tratados”. “Al final, hablando se entiende la gente y se ha llegado a un acuerdo”, concluye.
La Navidad, patrimonio inmaterial de la Humanidad
Si hay una tradición arraigada en Polonia, es sin duda la celebración de la Navidad, para la que han solicitado a la Unesco que la declare patrimonio inmaterial de la Humanidad. Durante el día de Nochebuena, por ejemplo, los polacos practican el ayuno y se reservan para la cena. Aquí se llegan a poner hasta 12 platos distintos elaborados de manera casera y en los que predominan las verduras y los pescados. “Me encierro cuatro días seguidos en la cocina. Y el que se arrime a ella, aunque sea con la intención de ayudarme, corre el riesgo de sufrir graves lesiones e incluso de tener que ingresar en urgencias”, bromea la embajadora Marzenna Adamczyk. “Me convierto en esos días en cocinera, lavaplatos y repostera”, añade. La tradición fija poner un mantel blanco y por debajo un poco del heno utilizado en el horno, como si fuera un pesebre. Antes de empezar a cenar, cada comensal coge una oblea y la entrega uno por uno al resto de comensales de forma que se comparte un trocito. “Tiene un sentido de compartir, de estar juntos y de olvidar todo lo que pueda haber ocurrido durante el año”, añade Adamczyk, que recuerda incluso que se suele dejar hasta un sitio libre por si se presenta alguien a última hora.