El túper del recreo pasado

La idea de “comida normal” llegaba a suponer burlas

Un fotograma de 'Comer, beber, amar', película de Ang Lee de 1994.Samuel Goldwyn Company

Todos los domingos, Chu y sus tres hijas -Jia-Zhen, Jia-Qian y Jia-Ning, protagonistas principales de la película Comer, Beber, Amar del director Ang Lee-, se juntan para celebrar lo que ellas llaman “la cena del ritual de tortura del domingo”. Según explica Ang Lee, Chu representa un “padre tradicional taiwanés que no se comunica directamente, sino de manera superficial" o a través de la comida, por lo que se expresa con sus hijas mediante rituales domingueros. A lo largo de la película, podemos ver a la Fam...

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Todos los domingos, Chu y sus tres hijas -Jia-Zhen, Jia-Qian y Jia-Ning, protagonistas principales de la película Comer, Beber, Amar del director Ang Lee-, se juntan para celebrar lo que ellas llaman “la cena del ritual de tortura del domingo”. Según explica Ang Lee, Chu representa un “padre tradicional taiwanés que no se comunica directamente, sino de manera superficial" o a través de la comida, por lo que se expresa con sus hijas mediante rituales domingueros. A lo largo de la película, podemos ver a la Familia Chu navegar el impacto de la globalización en Taiwán, las diferencias generacionales y la desvinculación con la tradición y las raíces.

Una de las primeras escenas de la película muestra al padre cocinando en su casa, en contraste con el trabajo en una cadena de comida rápida de su hija Jia-Ning, que, como dice Malkiva Patil, representa, desde los ojos de Chu, “una cultura occidentalizada e industrializada, donde la comida se vuelve irreconocible, sin una identidad distintiva propia”. Tan irreconocible como el lunchable que se asomaba en la cesta de compra de mis padres junto a productos chinos, ingredientes para el hotpot de la cena, a unos 10.869 kilómetros de la casa de la familia Chu, mientras hacíamos recados en un supermercado chino en la Calle del General Margallo, en algún momento de los noventa. Me encontraba vagando por un laberinto de estantes, preocupado por algo tan banal y primermundista como escoger el almuerzo que iba a llevar al recreo. Ahí estaba, con el pegote de queso amarillo radiactivo y otros productos procesados cortados geométricamente, apretados en un mismo contenedor.

Aprendí con el tiempo y las enseñanzas del recreo lo que era el lunchbox shaming, cuando se le señalan a los padres por no prepararles un túper a la altura de los estándares de los demás y a no llevar zongzi (arroz envuelto en hojas de bambú) o lu dan (huevo a la soja) en la caja de almuerzo para evitar comentarios racistas sobre cómo apestaban, o cómo circulaban rumores especistas y racistas de que llevaba “carne de perro” en mi almuerzo. Gradualmente los xiao lon bao (panecillos) en túper se convirtieron en bocadillos de Nutella y lunchables (cajas con galletas saladas, queso y embutidos) , lo que consideraba “comida normal” de pequeño.

Me acuerdo de Eddie en la serie Fresh Off The Boat, quien, en el primer episodio, decide llevar tallarines chinos al colegio y al destapar su túper es ridiculizado por unos compañeros blancos. “¡Ying Ming está comiendo gusanos! Tío, eso huele mal”, le dicen. Razón por la que Eddie convence a su familia a que le preparen “comida de blancos”, como lo llama él, llevándole a un supermercado, como me llevaron a mí. Y mientras mis padres estaban en caja metiendo los ingredientes para el hotpot de la “cena ritualística” en casa, yo metía el lunchable en una bolsa a parte con un alivio incoherente de que el próximo día podía por fin ser un niño normal, que come “comida de blancos”.

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