Ir al contenido

Vida “tranquila” junto al asesino y agresor sexual múltiple en andador

El valenciano Antonio Gali cumplió condena por tres asesinatos, entre ellos el de una niña, y al salir de prisión, con la salud perdida, eligió una aldea de Ourense. “Hay que dejarlo vivir”, opinan sus vecinos

La semana no ha sido fácil para los 19 habitantes de San Pedro de Berredo, una aldea del municipio de A Bola (Ourense) que lleva esperando un cuarto de siglo ver cumplida la promesa del alcantarillado. Al fin, estos días llegó una cuadrilla con los tubos y las máquinas. Pero poco después desembarcaron las teles y la prensa, y los vecinos de San Pedro desearon seguir como siempre, con su ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

La semana no ha sido fácil para los 19 habitantes de San Pedro de Berredo, una aldea del municipio de A Bola (Ourense) que lleva esperando un cuarto de siglo ver cumplida la promesa del alcantarillado. Al fin, estos días llegó una cuadrilla con los tubos y las máquinas. Pero poco después desembarcaron las teles y la prensa, y los vecinos de San Pedro desearon seguir como siempre, con su vida “tranquila”: solo ellos y ese ejército de gatos menudos que van buscando el calor de las cocinas de leña, en esta aldea de castigadas casas de piedra, hórreos, castaños y emparrados de kiwi donde muere la carretera asfaltada.

A finales de febrero arribó al lugar un vecino desconocido. Un hecho insólito aquí, donde si acaso se instala alguien es un emigrado que se jubila. Se presentó con su coche rojo cereza sin carné, sus muletas, su andador, sus piernas rotas y su sordera. Y habitó una infravivienda que se ofertaba por internet, a la que un día le voló parte de la cubierta ondulada y en cuya puerta luce un cajetín con clave como los de los apartamentos turísticos. No venía para cuatro días, porque en el buzón escribió con boli azul su nombre: Antonio Gali Balaguer.

Pasaron meses hasta que en julio, tras una visita a domicilio de los servicios sociales del consistorio, se supo que aquel vecino desvalido era un asesino y agresor sexual múltiple recién salido de la cárcel. Los habitantes de San Pedro, que se habían apiadado de su desamparo y le habían ayudado en todo al llegar, dejaron de volcarse con él. La relación se cortó, pero fueron discretos y siguieron cada uno a lo suyo. Ahora, sin embargo, el caso ha saltado a los medios y las noticias acerca de la “alarma social” han corrido como la pólvora. Pero en San Pedro nadie se muestra inquieto: “es una mentira”, comentaban los residentes este jueves.

“Lo que nos amarga no es él, que está inútil total y es inofensivo. Lo que nos amargan son las cámaras, que no nos dejan en paz”, se queja un vecino. “Ya están otra vez hablando de San Pedro en la tele”, avisa una mujer desde el balcón de su casa. “De todos los lugares del mundo en los que podía caerse muerto, vino a parar aquí. Una mala casualidad”, reflexiona otra. “Ahora ya está y no tiene remedio; no nos gusta, pero estamos tranquilos”, confirma otro hombre: “es un esqueleto, está escacharrado, no vale para nada”. “Hay que dejarlo vivir”, pide una de las más cercanas a la casa de Gali, en el medio de la calle que vertebra la aldea de 32 viviendas, muchas cerradas o en ruinas.

Antonio Gali entró en la definición canónica del asesino en serie (tres muertes espaciadas en el tiempo) a eso de las dos de la madrugada del 21 de noviembre de 2005, después de recoger en su coche a Aurora en la Alameda de Ourense y llevársela hasta un descampado del municipio de Maside en busca de sexo. Había prometido pagarle 70 euros. Pero lo que hizo fue estrangular con las manos a la mujer, madre de dos hijos, de 58 años, e irse a tomar una copa tras abandonar a la víctima en una cuneta. En los otros dos crímenes por los que fue condenado, Gali, de oficio mecánico, se esmeró mucho más en esconder los cadáveres.

El primero fue el de José Luis, un pastor del municipio zaragozano de La Zaida, muerto a hachazos en 1982. El segundo, el de María Victoria, una niña de 11 años, violada y ahogada en una bañera en el barrio rural de la Cartuja Baja de Zaragoza, en 1984. A él lo ocultó en un foso para arreglar coches, lo envolvió, le echó cal y lo sepultó bajo ladrillos. A la pequeña, amiga de una de las hijas de su amante (la esposa, y luego viuda, del pastor), la sepultó bajo el suelo de una leñera. Selló con cemento el agujero y puso troncos encima.

Mintió mucho, llegó a participar en las batidas en busca de la cría. No lo hubieran descubierto, y con ello destapado ambos asesinatos, si no fuera por las pulgas. Según publicó la prensa aragonesa en aquellas fechas, un guardia civil que fue a entrevistarlo de forma rutinaria en medio de las pesquisas volvió al cuartel lleno de picaduras. La familia de Victoria contó también que la niña se quejaba últimamente de lo mismo. Fue un dos por uno. Al descubrirse la autoría del segundo crimen confesó el primero. Al abrir la fosa del pastor —del que se le suponía amigo, pero que había descubierto la infidelidad— y ver el cadáver descompuesto, comentó: “Aún conserva el último cigarro que fumó”.

“Encaja perfectamente en el perfil de un agresor sexual impulsivo de tipo psicopático”, descifra por su historial Jorge Sobral, catedrático de Psicología en la Universidade de Santiago y uno de los mayores expertos de España en la mente criminal. “La gente no es idiota, sabe que detrás de una persona con crímenes horrorosos puede haber una tendencia que no se cura como una pulmonía. El miedo es libre, yo no estaría contento de tenerlo como vecino, pero la posibilidad de reincidir en ese tipo de delitos”, a su edad y en su estado, “es muy baja”, defiende. Y aunque estuviera sano: “la testosterona cae brutalmente”, señala el psicólogo, “la impulsividad neurótica, las emociones desatadas, la ira, el rencor, bajan mucho por pura biología”.

Por estos crímenes y un largo historial de delitos (robos, agresiones sexuales a cinco víctimas, varias menores, en Teruel, y narcotráfico en Portugal) este valenciano de 74 años, extremadamente achacoso para su edad, ha pasado cuatro décadas entre rejas. En Zaragoza lo condenaron a 64 años, pero el Supremo redujo la pena a 43 y medio, y quedó en libertad antes de transcurrir 18. En 2001 marchó a Portugal y finalmente acabó en Ourense, donde fue detenido en 2006 por el asesinato de Aurora el año anterior gracias al testimonio de otra víctima. El fiscal lo definió como un “monstruo”. En la cárcel de A Lama (Pontevedra) acabó de cumplir íntegra y sin permisos su última condena (19 años por el crimen de Aurora) y en su regreso a la libertad encontró una “casa muy ruin”, describen sus vecinos, “propiedad de una gente de Vigo que la alquila por 150 euros”.

Enseguida, al verlo llegar en tan mal estado, los de San Pedro se apiadaron. Acordaron comprarle una nevera y un microondas: “íbamos a poner 20 euros por cabeza”, cuenta un vecino que también le ayudó a arrancar el coche y lo recogió del suelo “varias veces”, porque le cuesta andar y “se cae mucho”. Pero antes de hacer la colecta, pensaron que quizás el consistorio correría con los gastos, por ser una persona sin recursos. Fue entonces, dicen, cuando se destapó todo y Gali, que había llegado a la aldea contando que había trabajado “en la construcción” y saludaba a todo el mundo desde la ventana (“adiós, señor”, “adiós, señora”), se encerró en el caparazón de su casa.

Este miércoles, la alcaldesa de A Bola, Teresa Barge (PP), convocó una rueda de prensa para intentar zanjar la expectación generada. Recordó que Gali, libre de deudas con la justicia, tiene derecho a vivir donde quiera, pero también advirtió acerca de las lagunas del proceso de reinserción, más difícil en zonas rurales, despobladas, envejecidas, con los recursos sociales al límite, y que sufren, como esta, grandes recortes en la Guardia Civil. También justificó la decisión de alertar a todos de los supuestos riesgos: “La gente es mayoritariamente buena. Muchas vecinas se ofrecían a subirle la compra, por eso es necesario que estén informadas”. Barge sugirió además que “un entorno urbano” le daría al exconvicto la oportunidad de entrar en “programas de reinserción” que aquí no existen.

Ahora, citas médicas aparte, Gali no sale de casa más que un día a la semana. Según los de San Pedro, va a la cabecera comarcal, Celanova; compra en Día comida “enlatada y empaquetada que no necesita frío”; hace la colada en una lavandería automática; y “en cuestión de hora y media” está de vuelta, sin pararse “a nada más”. Llega a duras penas con las muletas hasta el coche que aparca algo más arriba de su casa y, para tirar de la cesta y moverse entre las baldas del supermercado sin desequilibrarse, saca el andador. Las dependientas le ayudan a llevar las bolsas, y de vuelta a San Pedro, describen, las arrastra con una cuerda. También el butanero le lleva la bombona. “No se come a nadie, ya no puede hacerlo”, recalcan los habitantes.

El propio Gali lo confirmó esta semana, asomado por una vez a la ventana, en El programa de Ana Rosa, de Telecinco: “Lo que quiero es morir tranquilo, ya no soy peligroso”. “En España, la reincidencia general está en el 20% y la de homicidios y agresiones sexuales en el 15%”, apunta Jorge Sobral con datos oficiales del Gobierno sobre la mesa. “Pero después de los 70 años, la reincidencia se desploma al 2%”, concluye: “Sería extremadamente raro que este señor volviera a matar”.

Más información

Archivado En