José Luis es el hijo del cura, como todos sospechaban
La justicia da la razón a un vecino de Ponteceso (A Coruña) que se presentó en el velatorio del párroco y pidió una prueba de ADN. El cuerpo fue incinerado de forma “apresurada e inesperada”, según la jueza, y los hermanos del sacerdote se negaron a hacerse análisis genéticos
Elisa tenía 21 años y Luis, 26 cuando, en 1968, vivieron un “noviazgo” a escondidas. Se veían en misa; los domingos, en el Rosario, y el resto de la semana se buscaban y encontraban por las noches. Aquella relación secreta no pasó del año. La chica se quedó embarazada, se lo comentó a él, pero nunca le pidió nada. Ella sabía desde el principio en qué consistía aquello. Luis Varela Rama era el joven párroco de su aldea, San Martiño de Cores (Ponteceso, A Coruña), y murió en 2018, siendo párroco emérito, con su testamento hecho y sin reconocer a su vástago. De alguna manera, ...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
Elisa tenía 21 años y Luis, 26 cuando, en 1968, vivieron un “noviazgo” a escondidas. Se veían en misa; los domingos, en el Rosario, y el resto de la semana se buscaban y encontraban por las noches. Aquella relación secreta no pasó del año. La chica se quedó embarazada, se lo comentó a él, pero nunca le pidió nada. Ella sabía desde el principio en qué consistía aquello. Luis Varela Rama era el joven párroco de su aldea, San Martiño de Cores (Ponteceso, A Coruña), y murió en 2018, siendo párroco emérito, con su testamento hecho y sin reconocer a su vástago. De alguna manera, el religioso siempre estuvo cerca y atento a los avatares de la vida de su pequeño parroquiano, mientras entre los vecinos surgían suspicacias por el parecido físico entre ambos. Pero nada más.
El bebé nació en junio de 1969 y se llamó José Luis. En el nombre del padre llevaría consigo una señal, pero se quedaría para siempre con los dos apellidos de su madre: Porteiro Carril. Creció oyendo el runrún en la aldea de que era el hijo del cura. Con el tiempo, Elisa se casó y dio hermanos a aquel crío que había traído al mundo de soltera, en aquella “realidad social” de un pequeño núcleo de población rural (hoy 500 habitantes desperdigados en 13 entidades distintas) a finales del franquismo. Con esas palabras reconoce la oscuridad del caso la Audiencia Provincial de A Coruña en la sentencia que respalda íntegramente el fallo judicial de primera instancia, dictado a favor del nuevo heredero legítimo después de que este, el día de la muerte del cura, arrancase una confesión a su madre y decidiese reclamar la filiación.
José Luis Porteiro Carril, que con el tiempo también fundó una familia en Ponteceso y se echó al mar a trabajar, recuerda desde que tuvo “uso de razón” que “en todo Cores se comentaba” que el cura era su padre. Sin embargo, tal y como recoge la sentencia de primera instancia e instrucción número 1 de Carballo (A Coruña), dictada en 2022 por la magistrada Adriana López Barcón, “su madre nunca se lo confirmó” y el chico “nunca se lo preguntó al párroco don Luis por su trabajo, por respeto”. “Cuando fallece don Luis”, sigue describiendo el escrito judicial, el hijo “le pregunta a su madre tajantemente si es su padre, cosa que ella le confirma”. El hombre explica que a esta “le costó” reconocérselo, y que fue “la única vez” que ella se lo “afirmó categóricamente”.
Nada más tener la respuesta de Elisa, José Luis condujo hasta el tanatorio. Eran sobre las 10 de la mañana y el cadáver se velaba en Santiago porque el sacerdote había muerto en el hospital de la capital gallega. Al llegar, se encontró con la familia del finado y con sacerdotes de la archidiócesis compostelana, viejos compañeros del difunto. Se dirigió a una de las hermanas de Luis Varela Rama, le contó el secreto del que acababa de enterarse y le anunció que “quería hacer una prueba de ADN para evitar desenterrarlo en el futuro”. La mujer, que ahora la justicia considera tía natural del demandante, lo despachó diciéndole que no era “el momento de estar allí”, cita la sentencia confirmada por la Audiencia.
Las esquelas publicadas en La Voz de Galicia el 24 de mayo de 2018 revelan que estaba previsto que el cadáver fuera trasladado desde Santiago hasta Cores para quedar “expuesto” antes de ser “enterrado” en “cristiana sepultura”. También anunciaban la celebración, con sacerdotes (en total, 25) y el mismísimo arzobispo Julián Barrio Barrio, máxima autoridad de la Iglesia gallega, de un funeral de cuerpo presente. A continuación, el séquito trasladaría al difunto hasta el camposanto aledaño para darle el último adiós. Pero, según consideran probado la jueza de Carballo y la sección tercera de la Audiencia coruñesa, donde recaló el caso tras el recurso presentado por dos de los tres hermanos del cura demandados, a última hora la familia de Varela Rama “acordó la incineración” en lugar de la inhumación. Lo hizo “sin aviso”, de forma “apresurada e inesperada”, concluyen los jueces, después de conocer las intenciones del que las habladurías del pueblo señalaban como hijo bastardo.
Cuando se presentó el arzobispo para oficiar las exequias, supo por otros clérigos lo sucedido. Las pompas se celebraron igualmente, aunque el ambiente ya no fue el mismo. El ataúd fue portado a hombros por seis religiosos que caminaban delante del monseñor Barrio, miembro de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española y desde 2023 arzobispo emérito de Santiago, pero la caja no acabó en el nicho. “Estando en un primer momento organizado un funeral de cuerpo presente, a escasas cuatro horas de este, la familia decidió incinerar el cuerpo, siendo los únicos familiares directos del difunto sus hermanos, esto es, los aquí demandados”, recuerda la jueza López Barcón.
La imposible muestra de saliva
Es, “por tanto, imputable a los hermanos que no existan restos cadavéricos que permitiesen practicar la prueba biológica”, zanja la magistrada. Pero no solo eso: “Pese a estar citados los tres en varias ocasiones para acudir al Imelga [Instituto de Medicina Legal de Galicia]” para la toma de una muestra de saliva que serviría para encontrar o descartar la “relación de parentesco tío-sobrino”, recuerda la sentencia, “ninguno de ellos compareció ni alegó justificación a dichas incomparecencias”. “Existen evidentes intereses económicos en los demandados”, reprocha la titular del juzgado de Carballo, por ser los herederos de las propiedades muebles e inmuebles del religioso. Los tres hermanos del cura son personas ya mayores y, según la última sentencia, algunos padecen ahora deterioro cognitivo.
“Hasta cuatro veces se negaron”, explica Darío Antonio Díaz Pineda, el abogado de A Coruña que, sin más indicios que los comentarios del pueblo; las declaraciones ante notario de varios vecinos y un cura; la palabra de madre e hijo y la flagrante sospecha avivada por la incineración de urgencia, logró que la justicia reconociese a José Luis Porteiro como hijo no matrimonial del cura y ordenase su inscripción, como tal, en el Registro Civil. El letrado —que actualmente representa al hijo del sacerdote de Cores en el reparto de la herencia, porque le corresponde la legítima— está ya acostumbrado a enfrentarse a complicados casos de filiación. “Ante la ausencia de ADN, tuve que crear la prueba”, comenta, empezando por unas actas notariales en las que varios testigos esbozan aquella relación tabú de la vecina y el cura veinteañeros.
En la demanda presentada por José Luis Porteiro, los testimonios ante notario dan fe de esos rumores. Una vecina que trabajaba en una vivienda con Elisa relató que en una ocasión, cuando ella se marchaba, apareció el cura buscando a la chica y “quedaron los dos en la casa”. “El caso era conocido de aquella manera”, describe el abogado: “Rumorología al calor de la lumbre”. Pero aquel párroco no dejaba de estar “cerca” del niño: “el páter iba por allí… La gente decía que físicamente se parecían, y de carácter, también”. Luis Varela asistía a los cumpleaños del pequeño, y una vez que el crío tuvo un problema de salud, el cura fue quien se encargó de llevarlo al hospital.
Tanto la Audiencia como el juzgado de primera instancia consideran “suficientemente esclarecedora” esta prueba presentada por el hijo, unida a “la negativa” de la familia a aportar el ADN. La madre explicó en el juicio que cuando era joven trabajaba en varias casas y tierras de la zona, también en la del párroco y sus padres. Después de casi un año de “noviazgo”, al quedarse embarazada, ella “nunca” le pidió nada al cura, aunque este le dio “un dinero al nacer” el bebé. Elisa tragó con el estigma de madre soltera, dio a luz en Santiago y el párroco, según explica el abogado del hijo, “fue de visita al hospital”.
Pasó medio siglo hasta la defunción del cura y ella “jamás en la vida quiso perjudicarlo”, recalca Díaz Pineda. “Nunca conté nada porque no quería hacerles daño ni al párroco ni a sus padres, era un secreto de los dos”, testificó ella en el juicio; aunque “por el pueblo se sabía”, admitió la madre, “porque una persona lo vio y se corrió la voz”. Elisa solo asintió ante su hijo cuando, fallecido su antiguo amante, entendió que “ya no hacía daño” a don Luis.