Siete tumbas profanadas sin botín ni explicación

La policía no encuentra conexión entre los difuntos que ocupaban los nichos abiertos el lunes en Ribeira y el párroco dice que ahora nadie se entierra “con joyas”

Uno de los nichos profanados en el cementerio de Castiñeiras (Ribeira, A Coruña).OBarbanza.gal

Entre los cuerpos extraídos de sus nichos en la madrugada de ayer en el cementerio parroquial de Castiñeiras (Ribeira, A Coruña) no había conexión aparente. Solo la comodidad del ladrón de saquear los huecos situados más abajo. Las siete tumbas profanadas, separadas entre sí muchos metros y en distintas calles del camposanto, se corresponden con la primera o la segunda fila, pero los difuntos que contienen (restos de varias personas, en algunos de los nichos) no guardan entre ellos relación de parentesco ni vínculos conocidos.

Algunos eran cadáveres ya consumidos, de hace más tiempo, pe...

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Entre los cuerpos extraídos de sus nichos en la madrugada de ayer en el cementerio parroquial de Castiñeiras (Ribeira, A Coruña) no había conexión aparente. Solo la comodidad del ladrón de saquear los huecos situados más abajo. Las siete tumbas profanadas, separadas entre sí muchos metros y en distintas calles del camposanto, se corresponden con la primera o la segunda fila, pero los difuntos que contienen (restos de varias personas, en algunos de los nichos) no guardan entre ellos relación de parentesco ni vínculos conocidos.

Algunos eran cadáveres ya consumidos, de hace más tiempo, pero otros eran relativamente recientes, como dos mujeres fallecidas hace tres meses y algo más de medio año. El autor (o autores) del asalto nocturno, después de forzar las lápidas, arrastró los ataúdes afuera y así se los topó una vecina de Castiñeiras el lunes a primera hora de la mañana, cuando fue al cementerio a visitar a sus parientes. La escena presentaba algunas cajas nuevas y otras desvencijadas, y forros rotos, y sudarios, y restos mortales al aire. “Era muy macabro de ver”, resume el párroco, Ricardo Villaverde.

“Unos eran vecinos de Castiñeiras, pero otros pertenecían al centro de Ribeira y alguno al pueblo de Aguiño. Y además los había católicos y protestantes”, comenta el cura del lugar, “porque aquí tenemos bastantes evangélicos”, explica. Después de la llamada de socorro de la mujer, acudieron al lugar tanto la policía local como la nacional, que se ha hecho cargo de la investigación para buscar culpables. “Robar, hacer daño” o alguna suerte de “rito satánico”, dice el cura de O Bo Pastor de Castiñeiras, son vías abiertas; pero los agentes no encuentran relación entre los finados, y los difuntos “hoy no van con joyas” a la sepultura. “Ayer, desde primera hora, entre la inundación de gente que se juntó en la puerta del cementerio corrió el rumor de que uno de los nichos era el de una señora que enterraron hace ocho días y se habló de si iba cargada de alhajas, pero era todo falso”, zanja el religioso.

Los agentes cerraron las puertas para evitar la vista de los nichos destrozados y “los especialistas tomaron pruebas y huellas de todo”, describe el responsable de la parroquia y del cementerio, “estuvieron todo el día”. Los vándalos “habían revuelto todo, quién sabe para qué”.

Dos mujeres limpian un nicho, hoy martes, en el cementerio de Castiñeiras.OSCAR CORRAL

La Policía Sanitaria Mortuoria, mientras tanto, dedicó la mañana de ayer a identificar todos los restos que quedaron a la luz valiéndose de los libros en los que se registran “nombres, panteones y huecos”. En torno a las dos de la tarde, los investigadores salieron a la puerta, donde se agolpaban muchos vecinos para comprobar si los profanados eran sus seres queridos, e informaron a las familias afectadas. A las siete de la tarde ya estaban todos los nichos tapiados de nuevo, con sus restos recogidos y las viejas cajas destrozadas por los años “en el punto limpio”.

El cementerio de Castiñeiras es relativamente nuevo y tiene aún más nichos vacíos que llenos. Dista de la casa más próxima unos 200 metros, por lo que ningún vecino oyó ruidos por la noche, a pesar de los grandes destrozos causados. Nadie lo vigila cuando está cerrado, pero está protegido por un muro de tres metros de altura y vegetación. Nichos “abrieron unos aquí y otros allá... Anduvieron un poco por todo”, lamenta un trabajador del camposanto,“la mente humana no se sabe bien como va”.

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