Dry Cleaning, el orgullo de la diferencia
La banda británica, comandada por una magnética Florence Shaw, convenció anoche en el Loco Club, en la que era su primera visita a Valencia
No hay nada como ver a un grupo cuando está en la cresta de su ola. Cuando enfila curva ascendente y aún no ha tenido tiempo de asomarse al despeñadero de la decadencia. Cuando luce un currículo sin mácula. Cuando llena a reventar una sala que ya se le quedará pequeña en su próxima visita. Cuando está a punto de petarlo en su cruzada (quizá involuntaria) por agrietar el dique que separa lo independiente, underground, alternativo o minoritario – escojan el adjetivo que les apetezca – de lo que son las corrientes relativamente predominantes. No son muchas las ocasiones que tenemos en Valencia de disfrutar de fenómenos que aún muestran ese estado de gracia, en lo alto del disparadero (algunos de los últimos que se me ocurren fueron Big Thief, hace dos años, o Bodega hace tres, a menor escala): es algo que suele ocurrir cuando aún no han sobrepasado su tercer o cuarto disco o sus primeros cinco años de carrera. Están frescos. Huelen más o menos a novedad. Son cool.
Anoche ocurrió con una banda cuya vocalista no canta (no en el sentido que dicta la RAE) y cuyas canciones apenas insinúan estribillos ni coros épicos para que el público se los devuelva. Y aun así, los británicos Dry Cleaning resultan absolutamente magnéticos. Florence Shaw, ese cruce imposible entre Kim Gordon (Sonic Youth) y Ariadna Paniagua (Los Punsetes), podría estar enumerándonos su lista de la compra y nos fascinaría por igual: al fin y al cabo, lo suyo es sacarle punta a lo mundano, al absurdo de nuestra existencia, a los sinsentidos de esta post modernidad tan pasada de rosca. Como hacían los Black Box Recorder de Luke Haines, otro que sabe mucho de escribir fuera de los márgenes: una amiga me los recordó anoche. Hay animalidad en su belleza porque, al igual que sus gloriosas paisanas de Wet Leg, reivindica con orgullo natural que lo freak también puede llevar rúbrica de mujer. Que lo inclasificable, no normativo o directamente extravagante no está reñido con una feminidad arrebatadamente estilosa, tan hierática como plena de carisma en su caso. Quizá Dry Cleaning no sean exactamente contribuyentes a la cuarta ola del feminismo (me da que lo suyo no son las etiquetas), pero sí han logrado despuntar desde una cuarta ola post punk – el revival que no cesa – a la que niegan algunos de sus principios activos porque no se parecen prácticamente a ninguno de sus coetáneos. No se parecen a casi nadie, en realidad.
Anoche se empeñaron en que su técnico de sonido llevara las riendas en el Loco Club y se echó de menos algo más de volumen en la voz de Shaw y en el filo de la guitarra del entusiasta (esos puños en alto) Tom Dowse. Otra cosa es la base rítmica: ahí no hay medias tintas, porque el musculoso bajo de Lewis Maynard es media banda y no hay quien lo aplaque. Las suyas son canciones de desarrollos que van calando poco a poco. A veces parece que cada uno de sus miembros vaya a su bola, que jueguen a ese ideal del caos controlado que tan bien nos enseñaron Pixies o Pavement (cuánto hay de estos últimos en la serpenteante Driver’s Story), pero cuando se montan sobre el traqueteo de Strong Feelings, Gary Ashby, Scratchcard Lanyard, Magic of Meghan o esa Hit My Head All Day que insinúa un futuro inmediato más funky, son como una locomotora a la que no puedes evitar querer subirte pese a que intuyas que está a punto de descarrilar. Hay algo en ellos de unos años noventa tan retorcidos y desfigurados que ya no se parecen a sí mismos. Tampoco les faltó personalidad a sus teloneros, los valenciano – canadienses Rat Penat, joven dúo que se debate entre el indie lo fi noventero, el garage rock y una vocación pop contemporánea (el uso del laptop me recordó a los malogrados Her’s) que apunta muy buenas maneras.