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El eco emocionado de Nino Bravo da la bienvenida al Roig Arena

Un espectáculo colectivo perfectamente medido y estilísticamente diverso evoca la memoria del cantante valenciano, quien tendría hoy 81 años, en el estreno del nuevo recinto multiusos de Valencia

Actuación final de los artistas en el concierto dedicado a Nino Bravo. Foto: María Carbonell | Vídeo: epv

Un reguero de caras sonrientes nos daba la bienvenida al nuevo recinto. En los amplios accesos a la pista, un público más bien talludito (hacía tiempo que yo no veía tanta gente mostrando su entrada en papel), se arremolinaba en torno a los muchos puestos de restauración. Se palpaban las ganas de agradar, la emoción del instante, el olor a nuevo. Todo estaba en su sitio en el nuevo Roig Arena. Y con razón: por mucho que nos empeñemos, ni una plaza de toros, ni un velódromo, ni un estadio de fútbol ni un enorme parking junto al puerto son recintos pensados para la música en directo, aunque sirvan para salir del paso. El cementerio de elefantes que puebla nuestro historial de salas de mediano o gran aforo ya desaparecidas – Arena, Greenspace – también demanda que la sala anexa del Roig Arena, con aforo para dos mil personas, eche a rodar: será el 22 de este mes con los australianos The Cat Empire.

A diferencia de todos aquellos, el nuevo recinto multiusos de Quatre Carreres sí está concebido y diseñado para albergar música en directo (aparte de baloncesto y otros deportes) y se notó anoche: sonoridad impecable, volumen adecuado, iluminación a la última, cuatro pantallas desde las que no perder detalle, una de ellas cenital – hasta el teleprompter con las letras de las canciones – y visibilidad idónea desde cualquiera de las cerca de 20.000 butacas que ocupaba un público que había agotado todo el papel hace meses. Más comodidad, imposible.

Una de las grandes asignaturas pendientes de Valencia en los últimos tiempos es la concordancia entre los continentes y los contenidos, entre recintos – vistosos, sin duda – y programaciones que se adapten a ellos con cierta lógica y los justifiquen. El Roig Arena ha nacido con esa vocación. En lo musical, únicamente falta que no solo vengan aquellos artistas que, con toda seguridad, igualmente hubieran venido a cualquiera de los recintos que hemos citado antes (casi todos lo han hecho), sino también aquellos músicos internacionales de relumbrón a quienes no vemos aquí. Que sirva para competir no solo con un Sant Jordi o un Movistar Arena, sino que nos ponga también a la altura de programaciones de ciudades como Bilbao o Sevilla. Esperemos que sea una cuestión de tiempo. Las prestaciones del recinto lo merecen.

Con quien nadie, en su sano juicio, podría tratar de competir, es con la voz de Nino Bravo. Por eso el espectáculo Bravo, Nino, que tomaba el relevo del lejano tributo que se le hizo en la Plaza de Toros de Valencia en 1973, tuvo la virtud de adaptar las piezas de su repertorio a las características de sus intérpretes. O también de que ellos las llevaran a su terreno: una veintena de músicos de toda España, arropados por una orquesta de más de veinte instrumentistas, dirigidos por José Miguel Álvarez, en un show dinámico: una canción por vocalista, por regla general. Funambulista le dio aires de bolero a Eres todo cuanto quiero; Sole Giménez acunó en ritmo de bossa nova Te quiero, te quiero; La Mari, de Chambao, y Pitingo, acercaron – cada uno a su manera – al flamenco Mi tierra y Es el viento; Carlos Goñi (Revólver) resolvió estupendamente la cuota rock (casi blues rock) con La puerta del amor y una imponente Marta Sánchez se metió muy bien en el papel de estrella pop de los swinging sixties – al estilo de Massiel o Sandie Shaw – con Tú cambiarás. A David Bisbal también le sentó bien el traje de la exultante América para cerrar la noche, después de que Vanesa Martín y Pablo López releyeran Cartas amarillas con la cadencia del piano de este.

El único músico que ya había estado presente en el tributo de 1973 es Víctor Manuel: con él no valen estilos porque su voz se apropia de cualquier cosa que toque. Su rendición de Libre, beso al suelo incluido, restalló en una de las más estruendosas ovaciones de la noche. Como también la recabó Eva Ferri, hija de Nino, a dueto con su padre no solo en lo sonoro sino también en lo visual: la pantalla fundiendo a ambos en un mismo plano, como si cantasen casi nariz con nariz, eleva a otra dimensión esa técnica que empezó a popularizar Natalie Cole en 1991 cuando hizo dueto virtual con su padre, Nat King Cole, fallecido casi tres décadas antes. Personalmente, me genera más desasosiego que emoción. Como las predicciones que aventuran ciertos usos de la IA.

El verso suelto fue la aportación de Jorge Martí (La Habitación Roja), Guille Milkyway (La Casa Azul) y Óscar Ferrer junto a Vicente Illescas (Varry Brava), interpretando Mi tierra sobre algo parecido a una base rítmica de hip hop de la vieja escuela. Como recordó muy bien Guille, Nino también se curtió en el mundo de las bandas de pop, en su caso Los Hispanos (al igual que Camilo Sesto pasó por Los Botines, Bruno Lomas por Los Milos, Juan Camacho por Los Relámpagos o Juan Bau por los Modificación), grupos que a su manera también surgían de la nada mucho antes de que se inventara la palabra indie. No había muchos atajos para llegar al éxito. Óscar, vocalista de Varry Brava, esbozó una tímida denuncia del genocidio perpetrado en Gaza, sin citarlo explícitamente: Miguel Poveda lo dejó muy claro unos minutos después, tras su sentida interpretación de Como todos, canción en la que Manuel Alejando reivindicaba (a finales de los sesenta) que cada cual ame y viva como le apetezca, sin ataduras ni prejuicios. Apenas fue una pincelada (como la utilización del valenciano: solo él, Jorge Martí y hasta Bisbal lo utilizaron) que viene bien para saber cómo, cuándo y dónde estamos.

Solo un apunte final: he mencionado a Manuel Alejandro. Apena que ni su nombre, ni los de Juan Carlos Calderón, Augusto Algueró o el tándem formado por José Luis Armenteros y Pablo Herrero fuera nombrado a lo largo de las casi dos horas de espectáculo. Ni tan siquiera recuerdo verlos en los créditos finales que emitía la pantalla. Ellos escribían las canciones, y merecen un reconocimiento. Como el que les brindan en directo de vez en cuando Raphael o Tom Jones a sus compositores.

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