Opinión

De los errores se aprende, pero de las negligencias se dimite

No todos los políticos son iguales, como algunos quieren hacernos creer: hay políticos que tienen las botas manchadas de barro mientras otros no son capaces de salir a la calle

El presidente valenciano, Carlos Mazón, en el pleno de las Cortes Valencianas del 28 de noviembre.Manuel Bruque (EFE)

Resulta muy doloroso que, un mes después de la DANA, Carlos Mazón siga siendo presidente de la Generalitat Valenciana. Es incomprensible que quien ha menospreciado sistemáticamente a las víctimas y se ha burlado de todos los valencianos continúe al frente del gobierno autonómico. Cada día que pasa Mazón en el Palau es una derrota democrática y una humillación colectiva.

La miseria moral que ha exhibido Carlos Mazón desde entonces no hace sino certificar que el president es peor persona que político, algo que parecía difícil y que sin embargo ha demostrado sobradamente. Incapaz de mostrar dolor por lo sucedido y arrepentimiento por las decisiones que no tomó y podían haber salvado decenas de vidas humanas, sólo se le ha visto emocionarse al hablar de sí mismo, como acertadamente recogió Pablo Ordaz en la crónica de su intervención parlamentaria del 15 de noviembre.

Tiene mérito haberse convertido, en poco más de un año, en el peor presidente valenciano de la democracia. Hemos sufrido a corruptos, ineptos y mediocres, pero jamás a alguien con los evidentes rasgos de psicopatía de Mazón, quien además se ha revelado como un mentiroso compulsivo. Esto nos obliga a proclamar con más convicción que nunca que no todos los políticos son iguales, como algunos quieren hacernos creer. La antipolítica se nutre de este tópico pantanoso, un lugar común que no se ajusta en absoluto a la realidad. Hay políticos que tienen las botas manchadas de barro mientras otros no son capaces de salir a la calle un mes después de la tragedia. Hay políticos que entienden que su lugar es un puesto de mando y no el reservado de un restaurante mientras sus conciudadanos luchan por su vida. No son iguales. Nunca lo fueron.

Pero no nos fijemos únicamente en Mazón. Debe extenderse la responsabilidad a quienes han aceptado compartir andadura política con él. No me refiero únicamente a las conselleras cesadas, cuya humanidad y capacidad brilla por su ausencia. Tampoco al codicioso y desnortado Gan Pampols, al desaparecido y cobarde Rovira o al negacionista climático, tiktoker frustrado y adalid del ladrillo Martínez Mus. Todos y cada uno de los cargos que forman parte del Consell son corresponsables del desastre y participan del desprecio a nuestro dolor. Su silencio es cómplice y su puesto está manchado de fango. Si tienen una pizca de dignidad, que se vayan, pero no sin antes pedir perdón.

Esta no ha sido una tragedia climática, por mucho que el calentamiento global esté detrás de unas precipitaciones de récord. Con la misma lluvia y un gobierno competente se habrían salvado gran parte de las vidas perdidas, quizás casi todas. Como muchos han repetido, ha sido un problema de incompetencia, no de competencias. Incompetencia manifiesta de un presidente frívolo, un indigente intelectual incapaz de entender ni leer las señales de alarma que eran evidentes para todos menos para él. Incompetencia de un Consell paralizado en un momento crítico, resultado de la asignación de cargos clave a personas sin ningún tipo de cualificación, experiencia ni preparación.

Carlos Mazón cargará el resto de su vida, por su inacción, su despreocupación y su chulería, con el peso de más de doscientos muertos e incontables vidas truncadas. El lodo se irá, pero su rostro y su voz seguirán siendo el símbolo de la ignominia y del abandono, de la dejación de funciones y la ineptitud. De los errores se aprende, pero de las negligencias se dimite.

Y luego, que no se nos olvide, se responde ante la justicia.

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