Opinión

Que lo limpien, que para eso les pagan

¿Cuántos docentes conocen los nombres de las personas que asean la clase en la que imparten su materia?

Un aula con jóvenes estudiantes de Bachiller durante una clase en el Instituto público Serpis de Valencia.Mònica Torres

Os propongo un ejercicio de memoria: pensad en cuando fuisteis estudiantes, evocad ese periodo elástico y vibrante de la enseñanza, volved a las aulas. No importa si ha transcurrido mucho o poco tiempo, tampoco el nivel educativo.

Acomodaos en las imágenes que emergen, deteneos en las personas que estaban allí. Seguramente sonriáis o frunzáis el ceño al recordar las amistades que se trababan entre el alumnado. Seguid. Moved vuestra mirada más allá de los pupitres. Es probable que os venga a la cabeza una profesora o un tutor que destacó por su palabra luminosa y viva o, si tuvisteis mala suerte, por su oscuridad devoradora. Continuad. Salid a los pasillos, recorred las instalaciones. Posiblemente vuestro itinerario mental pase por delante de la conserjería y salude. También, quizá, se acerque a quienes tantos almuerzos nos suministraron en la cantina y guiñe un ojo. Persistid. ¿Veis a alguien más?

Los medios de comunicación de la Comunitat Valenciana se hicieron eco durante el verano de los impagos sufridos por el personal de limpieza de más de sesenta centros de educación pública. Si ni siquiera cobran puntualmente ¿cómo van a formar parte de nuestra memoria sentimental?

Pedimos la estabilización de las plantillas docentes porque entendemos que es una medida crucial para mejorar la calidad nuestros centros. Nos escandalizaríamos si se subcontrataran enseñantes. Sin embargo, apenas nos fijamos en lo que ocurre con quienes limpian, como si no formaran parte de la comunidad educativa, como si no constituyeran una preciada pieza del proceso de enseñanza.

¿Cuántos docentes conocen los nombres de las personas que asean la clase en la que imparten su materia? ¿Cuántos interactúan profesionalmente con ellas? ¿Qué porcentaje de profesorado mantiene una relación fluida y no verticalizada con esta parte del personal?

Si respondiéramos con sinceridad a estas preguntas, nos sonrojaríamos.

Quienes nos dedicamos a la formación sabemos que enseñamos todo el tiempo, con todo lo que hacemos y también con todo lo que no hacemos. Nuestra responsabilidad es inmensa. La desconexión entre los diferentes sectores de la comunidad educativa tiene consecuencias. La jerarquización o el trato condescendiente de unos sobre otros todavía más. En este contexto, por desgracia, no resulta extraño que escuchemos en nuestros centros comentarios despreciativos de algunos chavales (por ejemplo, el famoso “que lo limpien, que para eso les pagan”) o incluso observemos faltas de respeto directas. En el mejor de los casos, el alumnado ignora al personal de limpieza, finaliza su etapa formativa sin conocer un nombre, sin recordar una cara… Si no forma parte de nuestra memoria afectiva, como hemos comprobado con el ejercicio de memoria que os proponía al inicio, no está siendo colocado en el mapa de las profesiones valiosas, fundamentales, dignas.

Ahora es el momento de iniciar el nuevo curso. Por eso me gustaría animar al profesorado, desde las aulas de infantil a los pasillos universitarios, a integrar a las personas que limpian en el proceso de aprendizaje. Llamémoslas por el nombre delante de nuestro alumnado, tengamos interacciones frecuentes y horizontales con ellas, colaboremos activamente, invitémoslas a clase. ¿Y si toman la palabra un día y explican sus dificultades laborales? ¿Qué aprenderíamos?

Este curso vuelvo a ser tutora de 2º de Bachillerato. Ojalá en junio, entre los agradecimientos que pueblan los discursos de graduación, alguien mencione, con nombres y apellidos, a las personas que limpian.

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