Stromboli, el último videoclub para salvar el cine
El último videoclub de la ciudad de Valencia cumple 20 años. Mientras otros cierran, su vigencia se multiplica
Daniel Gascó (52 años) es el algoritmo de cine para 12.000 socios en el videoclub Stromboli. Aunque solo unos cientos lo visitan con asiduidad, su relación con el séptimo arte está atravesada por este comercio que cumple 20 años en unos días. Programador de ciclos para distintas instituciones públicas valencianas, colaborador desde hace décadas de Cineuropa, su historia y la de su pequeño comercio es extemporánea: “cuando abrimos supe que sobreviviríamos a la extinción del negocio. Queríamos ser un videoclub para la gente que no quería ir al videoclub. Un sitio donde pudieras ver todo aquello que era imposible de ver. Incluso en tiempos de plataformas, lo cierto es que la mayor parte del catálogo que ofrecemos no está disponible en ninguna”, defiende entrevistado por EL PAÍS. Y es cierto que se extingue. Él mismo ha acompañado en sus últimos días a Marcia Seburo, la dueña de Ficciones, que acaba de cerrar en Madrid. Hace unos meses lo hizo Valle, en Petrer. Según informa el Instituto Nacional de Estadística a este diario, quedan 247 locales dedicados al alquiler de cintas de video y discos. “Eran 300 un año antes, así que ese es el ritmo al que están desapareciendo, supongo”.
La afición de Gascó por el cine “es freudiana. Tiene que ver con mi obsesión por el mundo de los adultos y el sexo”. Recuerda con claridad un visionado a deshoras y en La 2 de ‘Amanecer’, de F. W. Murnau. También cómo mantuvo engañados a sus padres durante años y les convenció de que “un rombo era para todos los públicos y dos para mayores. Cuando lo descubrieron ya no tenía sentido volver atrás”. Pero la oferta televisiva no era suficiente. En su Benicarló natal se convirtió “en una rata de videoclub” donde “agotaba siempre un bono mensual de 25 películas”. Por eso, pese a estudiar Empresariales en la Universitat Jaume I de Castellón, se convirtió en el primer becario del Aula de Cine. Y allí empezó a programar ciclos y más ciclos, a acumular lecturas de sus admirados Serge Daney o Gaston Bachelard y, finalmente, a acudir a festivales de cine. “Un festival de cine es el peor sitio para ver cine si tienes que ver cinco o seis películas al día. A mí me encanta ir porque nunca he querido ser crítico de arte, que es un traje muy incómodo. Pero sí he entrevistado a infinidad de directores, actrices y demás, entablando amistades memorables que luego han formado parte de una forma u otra de Stromboli”.
Dos de esos nombres propios son los de los cineastas Javier Rebollo y Jonás Trueba. La huella del primero está desde la conceptualización de Stromboli a la frase de François Truffaut que figura en el cartel y comunicación de precios (mantiene los mismos desde su apertura). La del segundo tiene mucho que ver con el abrumador catálogo de cine italiano que atesora el local. “Ahora mismo tengo unas 15.000 películas donde la mayoría del cine es europeo, aunque hay cientos que todavía no he catalogado porque han sido compras recientes de algunos lotes”. Un hecho, la compra a particulares, que se ha convertido en una de las dos preguntas más habituales en su mostrador: “la gente me pregunta que si compro y que si sigue viniendo gente al local. Son curiosidades malsanas, pero dentro de la psicología que creo que tenemos todos los que regentamos comercios singulares como este, las gestiono desde el cinismo y la complicidad. La verdad es que no estamos en un mal momento para nada”.
Hay al menos un motivo por el cual Stromboli goza de buena salud: Gascó, que se asesoró legalmente antes de dar el paso, tiene en su catálogo miles de películas que nunca se han editado en España. Para ofrecerlo, desde hace dos décadas, traduce y subtitula muchos de esos filmes. La cifra está por encima de los 600 que, en ese caso, se sirven al cliente en un estuche doble donde está el DVD o Blu-ray original acompañado de un disco que incluye su versión subtitulada. Esos subtítulos han servido a no pocos festivales y filmotecas de cine en España cuando han programado a directores europeos. “La lengua que más he traducido ha sido la italiana, seguida de la francesa, la inglesa y, finalmente, la portuguesa”. Ese, se atreve a concluir, “será el legado. El cine fue mi primer amor, por eso me sigue apasionando. Pero no descarto serle infiel, hay que vivir otras cosas. Estar en un mismo lugar durante mucho tiempo haciendo lo mismo te lleva a la alienación o a la sofisticación y, de momento, puedo seguir prometiendo a mis clientes que lo que les recomiendo son una o dos horas muy especiales. Cuando note que el instinto me falla, veremos”.