Que donen el cuerpo de Chrissie Hynde a la ciencia cuando ya no esté, por favor
Los veteranos Pretenders ofrecen un electrizante concierto en Valencia, con los Seguridad Social del disco ‘Introglicerina’ como eficientes teloneros
Alguien tendrá la explicación de cómo con 72 años se puede mantener semejante estado de forma. Mientras medio país se rebela contra el edadismo rock y perdona a Bruce Springsteen una ligería afonía por su indiscutible condición de titán y otra media – bueno, o quizá sea la misma – solo comparte fotos de Françoise Hardy cuando no rebasaba la treintena (como si no hubiera seguido siendo guapa y talentosa en su crepúsculo), Chrissie Hynde sigue dictando lecciones magistrales desde los escenarios al frente de unos Pretenders de quienes solo queda lo que es la marca: ya ni siquiera Martin Chambers (de su misma edad), batería original de la formación, es capaz de seguirle el ritmo porque no está en esta gira. Tampoco el teclado de Carwyn Ellis, a quien por Valencia no vemos el pelo desde que vino con Edwyn Collins al Loco Club hace algo más de una década. Pero sí comparece, y de qué modo, el guitarrista de aquella noche, un enorme James Walbourne que bien podría ser su hijo (44 años), y que replica con vigor los riffs, los solos y los punteos de las canciones de discos tan merecidamente señalados como Pretenders (1980) y Learning To Crawl (1984), que fueron los más representados anoche: el primero por imbatible, el segundo por cumplir cuatro décadas (y ser casi imbatible). Hynde y Walbourne: qué parejón en escena.
El asunto tardó en despegar, con ligero retraso respecto a la hora anunciada en la Marina Nord y un sonido apocado, tibio, que no cobró altura de vuelo hasta que el concierto no estuvo bien entrado en harina. Para entonces ya habían quemado algunas de las salvas de sus dos últimos discos, los muy dignos Relentless (2023) y Hate For Sale (2020), pero eso no era lo que todo el mundo había acudido a ver. La rockera de Akron (Ohio), tan delgada como siempre, tejanos y ceñidas – y altas – botas blancas, tan sobrada de carisma como rebosante de actitud, se acercó varias veces al borde del escenario sin su guitarra (con Hymn To Her o I’ll Stand By You, momentos balada en los que los móviles reemplazaron – por suerte esta vez – a los mecheros) en los escasos respiros que se tomó un set de alto octanaje rock, solventado como si fueran una banda atronando en un pub, bullendo en la distancia corta. Apenas el ritmo reggae de la extensa Private Life permitió una escapada a la barra o al urinario. La exuberancia melódica de Kid sedujo, los directos al mentón de Tatooed Love Boys y Bad Boys Get Spanked noquearon, Don’t Get Me Wrong estimuló la memoria de aquellos viejos días en que un hit podía ser transversal, Back On The Chain Gang nos recordó su proverbial instinto de supervivencia y lo de Mystery Achievement fue una incendiaria locura. No tuvimos un Stop Your Sobbing que llevarnos a la boca, pero sí – a diferencia de lo ocurrido en Bilbao unos días antes – una emocionante Brass in Pocket al final.
Los teloneros habían sido los Seguridad Social de la formación de finales de los ochenta, la que grabó el rotundo Introglicerina (1990), justo antes de la fusión latina y la rumba rock, el semillero de Acción, 1,2,3 mueve los pies o ¿Qué quieres tú?. Un José Manuel Casañ muy metido en situación – cresta naranja, levita, cadenón colgando del bolsillo –, Cristóbal Perpiñá – camiseta del CBGB – , Emilio Doceda y Julián Nemesio las dejaron caer junto al pionero rap rock de Que te voy a dar, el recuerdo a Bruno Lomas de Todo por el aire y el ska de Comerranas, en un concierto que fue de menos a más, en el que (cosas del sonido) ni las guitarras propinaban las mismas dentelladas con las que rescataron el disco en la 16 Toneladas hace dos años ni tampoco las voces se escuchaban con la misma nitidez.