Opinión

Ya venimos valencianos de casa

El PP lleva décadas tratando de secuestrar los símbolos y la identidad valencianas, sacando rédito político de una batalla absurda de la que los valencianos hemos salido más pobres, más dependientes y con menos autoestima

La Casa-Museo de Blasco Ibáñez en la playa de la Malva-rosa de Valencia.MÒNICA TORRES

Era una soleada mañana de octubre. Acababa de volver a València desde Salamanca, donde vivo por motivos académicos, para pasar el fin de semana. Tras desayunar con una amiga por la playa de La Patacona, decidí quedarme paseando y disfrutar de esa luz tan maravillosa que tiene València y que, cuando estoy lejos, sólo puedo contemplar a través de los cuadros de Sorolla y las fotos de Toni Sendra. No obstante, por suerte o por desgracia, creo que llevar viviendo fuera 7 años me da la distancia física y sentimental necesaria para poder comprender mejor lo que acontece en nuestra tierra.

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Era una soleada mañana de octubre. Acababa de volver a València desde Salamanca, donde vivo por motivos académicos, para pasar el fin de semana. Tras desayunar con una amiga por la playa de La Patacona, decidí quedarme paseando y disfrutar de esa luz tan maravillosa que tiene València y que, cuando estoy lejos, sólo puedo contemplar a través de los cuadros de Sorolla y las fotos de Toni Sendra. No obstante, por suerte o por desgracia, creo que llevar viviendo fuera 7 años me da la distancia física y sentimental necesaria para poder comprender mejor lo que acontece en nuestra tierra.

Paseando por la zona, y casi por casualidad, me topeté con la Casa Museo de Blasco Ibáñez, un lugar al que siempre había querido ir, pero que, por tiempo o por avatares de esta vida frenética, no había podido visitar todavía. De allí salí maravillado, empuñando la novela Entre naranjos, como aquel niño al que sus tíos le acaban de regalar un sobre lleno de cromos de la Liga. Ya de vuelta en el tren me sumergí en la historia de los Brull, una ficticia dinastía política de Alzira que tejía y destejía a su antojo durante los tiempos de la Restauración, siempre siguiendo las órdenes que el Partido Conservador dictaba desde Madrid. Rafael, el heredero, seguía la estela de su padre, quien montó un imperio con las naranjas y la política.

Casi de manera premonitoria, Blasco ya advertía de algunos de los grandes males de las derechas valencianas: su complejo de inferioridad para con Madrid y su patrimonialización de los símbolos valencianos. El otro día, reflexionando en el duermevela sobre la historia de los Brull y la novela de Blasco Ibáñez, me vino a la cabeza un momento de 2019 en Les Corts Valencianes. El exportavoz socialista Manolo Mata le dijo a una diputada de la derecha que “ya venía valenciano de casa”, después de que esta le acusara de “catalanista”. Y es que el Partido Popular lleva décadas tratando de secuestrar los símbolos y la identidad valencianas, sacando rédito político de una batalla absurda de la que los valencianos hemos salido más pobres, más dependientes y con menos autoestima.

Por eso, con la vuelta de las derechas a las instituciones valencianas, no dejo de recordar algunos de los grandes éxitos cosechados por el PP durante aquellos locos años 2000. No se me olvidan Camps y Rita a lomos de aquel cavallino rampante azul cobalto en el malogrado circuito urbano. Tampoco aquella fiesta que no acababa nunca, pero a la que sólo podían acceder unos pocos. Sigue habitando en mi mente la imagen de Alfonso Rus contando billetes y la de Paco Camps posando junto a una popular barraca valenciana y diciendo que él era como los naranjos, que no había quien lo tumbara, “ni las heladas ni las ponentàs”

Por eso, en estos días de momento populista reaccionario que vivimos en España, València se configura como uno de los puntos calientes. Y, como decía mi abuela, quien siembra vientos recoge tempestades. Por eso, periodistas de la radiotelevisión pública son agredidos en horario de máxima audiencia. Y, por eso también, gritan al president de la Diputació de València Vicent Mompó que haga sus discursos-en-español-que-para-eso-estamos-en-España. No les dejemos que vuelvan a dividirnos entre valencianos de primera y de segunda. Y, lo que es más importante, no caigamos en el juego de la polarización; como decían los estoicos, quien controla nuestra mente nos controla a nosotros. En estos tiempos, no hay nada más revolucionario que un corazón y unos brazos abiertos. I recordeu: ja venim valencians de casa!

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