Pep Gimeno, ‘Botifarra’: “Gracias a las mujeres se ha conservado nuestra cultura popular”
El popular cantaor de Xàtiva presenta esta noche en el Palau de les Arts de Valencia un nuevo disco que rescata antiguos cantares del trabajo de las mujeres en el taller y en el campo
Valga el tópico: si no existiera, alguien tendría inventarlo. Pep Gimeno Botifarra (Xàtiva, 1960) lleva casi cuatro décadas décadas convertido en el principal legatario de la memoria musical popular valenciana, aunque no se convirtiera en un fenómeno popular hasta hace relativamente poco, este último lustro. Humilde, siempre ha dicho que él no es más que un transmisor, y no un artista. Pero sin su inagotable t...
Valga el tópico: si no existiera, alguien tendría inventarlo. Pep Gimeno Botifarra (Xàtiva, 1960) lleva casi cuatro décadas décadas convertido en el principal legatario de la memoria musical popular valenciana, aunque no se convirtiera en un fenómeno popular hasta hace relativamente poco, este último lustro. Humilde, siempre ha dicho que él no es más que un transmisor, y no un artista. Pero sin su inagotable trabajo de recuperación de fandangos, jotas, nadales, seguirillas y cants de batre, de llaurar o de segar, serían muchas las músicas de nuestro folk que hubieran quedado sumidas en el olvido. Su nuevo álbum es, además, un alegato feminista sin pretenderlo, simplemente por pura justicia histórica: se llama Ja ve l’aire (2023), lo presenta esta misma noche en el Palau de les Arts de València y es, tal y como nos cuenta, “un brindis a ellas, a las mujeres, porque gracias a ellas se ha podido conservar la cultura popular”.
Lo dice con su habitual apasionamiento, con ese modo tan torrencial que tiene de contar y explicar los cantares que se fueron legando de generación en generación, en épocas en las que cualquier dispositivo que pudiera grabar o registrar sonidos (no digamos ya los discos de pizarra, la radio o cualquier otro de los muchos formatos de almacenamiento musical del siglo XX) no era más que una quimera. Botifarra es algo así como el Alan Lomax valenciano. El equivalente a aquel etnomusicólogo norteamericano, coleccionista de canciones populares del siglo XX, que dio fe de estilos musicales prácticamente desconocidos para el gran público e iluminó la obra de ignotos bluesmen que luego cobraron un aura legendaria. Con la salvedad que este nuevo trabajo de Botifarra, el decimoprimero a su nombre, subsana una deuda histórica: “Llevo once años grabando a la gente mayor, y la mayoría de cantos son de faena, de cuando las mujeres estaban trabajando en el campo y también limpiando en casa, y yo siempre digo que estoy cantando gracias a las mujeres, porque el noventa por ciento de las grabaciones que tengo son de ellas: las de hombres son generalmente de cuando estaban en la era, pero las de mujeres son romances, oraciones, dichos…”
Cree absolutamente necesario explicar que “las mujeres entonces acababan a las doce del mediodía de trabajar en el campo, se iban a casa para hacer la comida de su marido e hijos en una sola hora y luego volvían para seguir trabajando hasta las ocho o las nueve de la noche: eso no se paga con dinero”. Se desdoblaban en trabajos que, a fuerza de darse por supuestos, se desvalorizaban hasta invisibilizarse.
Es por eso que en Ja ve l’aire (2023) las aportaciones son femeninas. Las catalanas Maria Arnal, Judit Neddermann y Carmen París (“la reina de la jota, un estilo que siempre me ha gustado mucho”) y la valenciana Noelia Llorens “Titana” integran el heterogéneo listado de colaboradoras de un disco inspirado y concretado por mujeres. Una nómina a la que se suma su hija Miriam, de 24 años, quien solía cantar con él era cuando era una cría hasta que un día le dijo “que cante tu tía”, según recuerda con sorna. Aquí un cant de bressol, que es algo que Botifarra ya les cantaba a todos sus hijos, tiene la culpa de que padre e hija se reencuentren.
El disco cuenta con una preciosa portada de Belén Segarra y con la participación esencial en la reconstrucción de las letras del músico Feliu Ventura, y en él destacan varios interludios (“Café Radical”, “Espardenyetes blanques” o “La bambunera”) que parecen grabaciones casi espectrales, extraídas de la noche de los tiempos. “Toda la vida me he dedicado a recuperar el fandango, la jota, la seguiriya, pero estas empezaron a desaparecer del folklore del País Valenciano cuando llegaron las polkas y las mazurcas”, cuenta. Una de las piezas del disco, “La murga del dengue”, era una de las que cantaba su abuela, “nacida en 1900″, y que en realidad “se cantaba aquí en carnaval aquí, igual que en Cádiz”, por sorprendente que ahora nos pueda parecer.
¿Queda mucha tradición aún por recuperar?, le pregunto. “Por desgracia, la gente ya no canta. Ahora ya no cantamos nadie: solo los aparatos y los teléfonos móviles. Pero gracias a gente como Vicent Torrent (Al Tall), que hizo una faena como un capitán general diciéndole a los niños en las escuelas que grabaran a sus abuelos cantando lo que supieran, o al trabajo que hicieron Fermín Pardo, María Teresa Oller, el Mestre Palau o Salvador Seguí, se fue recogiendo todo lo que no estaba escrito: plantaron una semilla y una herencia que se quedará el día que nosotros nos vayamos. Ya no hay marcha atrás”.