El fiestón valenciano de Zoo en Barcelona
La banda de Gandía llenó el Sant Jordi poniéndolo en danza con la despedida de la gira ‘Llepolies’
Cuando en un concierto de masas quien camina por las zonas más alejadas del escenario, pongamos pasillos de acceso, canta con vocación de afonía, lo que en escena pasa ha prendido como yesca en paja seca. Sonaba Carrer de l’amargura, y eso ocurría exactamente en el Palau Sant Jordi durante la despedida de la ...
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Cuando en un concierto de masas quien camina por las zonas más alejadas del escenario, pongamos pasillos de acceso, canta con vocación de afonía, lo que en escena pasa ha prendido como yesca en paja seca. Sonaba Carrer de l’amargura, y eso ocurría exactamente en el Palau Sant Jordi durante la despedida de la gira de Zoo Llepolies que tenía en Barcelona su última parada. El concierto había comenzado sólo tres piezas antes, pero el público, ya humeante, había determinado que no quedaba más remedio que pasárselo bien. Para más inri los músicos del grupo valenciano lo hacían todo para que eso ocurriese, transmitiendo desde el inicio una alegría incontrolable por estar allí y así. Sí, allí y así. Puede que sorprenda ver a Marruecos en una semifinal mundial, pero casi a la altura está el que una banda valenciana que canta en valenciano con una base de hip-hop llene un recinto así, sin tener el apoyo de la gran industria, trabajando con la humildad del “garrofó” y trasmitiendo un mensaje de reivindicación y enfado que por otra parte es uno de los argumentos que les han coronado. Sí, Zoo, reyes republicanos y hasta cierto punto inopinados. “Som del sud, venim del País Valencià”, dijo Panxo, su cantante, como carta de presentación poco más tarde de interpretar, La del fútbol, una pieza que precisamente cuestiona el uso narcótico del espectáculo del balón y los pantaloncitos cortos.
Recinto lleno, con espacio suficiente en pista como para bailar sin compresiones mientras sonaba Dieixa’m que caiga o Camins, cuando todo el mundo usó sus brazos a guisa limpiaparabrisas mientras las gargantas tarareaban fiesta ya en frontera con la juerga. Público joven con algunos entreverados de canas, suelto, alegre y jovial, tan suelto y jovial que en Correfoc, una canción bailable, ya encendió los móviles como si de una balada se tratase. Los más lanzados danzaban en una suerte de “pogo” estático en la parte izquierda, frente al escenario, una forma de manifestar alegría física botando como criaturas sobre camas elásticas. Se mirase donde se mirase el Sant Jordi vivía la alegría, un inacabable festín de cuerpos agitados. Sólo faltó que en Panya se pusiese en marcha una coreografía que Panxo explicó, consistente en hacer que la pista al completo se desplazase de derecha a izquierda y viceversa como si la multitud fuese una sola persona matando el tiempo mientras espera el metro deambulando de punta a cabo por el andén. Si eso no te mete en un concierto es que no estás allí.
La gasolina de tal celebración se llama música, en el caso de Zoo una formulación expresada en lenguaje de hip-hop sin refinar, de primera prensada, con dicción musicalizada más que cincelada, sobre bases permeadas por sonidos jamaicanos, básicamente reggae, electrónica de combate y un remate de sección de metal que remite tanto a Jamaica como a las bandas populares de Levante. Y letras en clave de afirmación cultural de quien por hablar en valenciano y sentirse parte de una cultura más amplia vinculada con Catalunya ha de ir dando explicaciones. Mensaje de descontento social de jóvenes en tiempos de economía precaria. Letras, además, no expresadas con la circunspección propia de la canción de autor, donde en ocasiones prima un mensaje de severidad. En Zoo la relevancia es el tono combativo y crítico de sus letras, presentadas como acicate para bailar, porque aunque se sepa desde antaño que pensar y bailar no son incompatibles, el disfrute siempre parece acompañado por la banalidad, fruto de un poso de prejuicios y cierta educación católica con la permanente sombra del pecado. En la noche del sábado el único pecado fue aburrirse.
El espectáculo descansó más que nada en los propios músicos, que, en un formato usado en los conciertos de Madrid y Barcelona, contó con 11 personas en escena, con cuatro metales y dos coristas (dos de las tres de Marala). Realmente no hizo falta más. Máxime si encima se sumaron a la fiesta algunos invitados, entre otros Toni Mejias, uno de los miembros de Los Chikos del Maíz, que subió todavía más el octanaje de Imperfeccions. Entonces el concierto, cuyo desarrollo podría haber sido más lineal, sin algunas interrupciones que permitían una no solicitada recuperación del resuello, ya encaraba su tramo final, donde se sumaron los grandes éxitos de la banda, encabezados por Llepolies, cuyo vídeo propone una aproximación digamos laica a ciertas figuras religiosas. Ya todo estaba dislocado, y en Esbarzers la pista parecía un mar de excitación mientras los “pogos”, a golpe de reggae-ska, abrían islas de espacio vacío en la multitud. Ya en festiva pendiente descendente, sólo atenuada con la balada Sereno, se sucedieron entre otras Estiu, Impresentables, Ventiladors y la final y apoteósica Tobogan. Un grupo valenciano que durante casi tres horas hizo de Barcelona su casa, con un público que acogió a amigos y familia llegados desde su tierra en una noche donde la identidad acortó distancias.