De vacaciones estratégicas, todavía
Los europeos hemos vivido nuestra mejor época, pero parece que tanta fortuna y bienestar nos hayan embotado la memoria de nuestro pasado trágico
Europa se ha dado de bruces con la realidad desnuda de la política de la fuerza y nadie sabe si llegará a tiempo para que Ucrania sobreviva. Y luego, si por desgracia no lo consiguiera, para evitar al menos que Putin siga desparramando su autocrático y belicista mundo ruso hasta la demolición, a la vez, de la unidad europea y de la alianza atlántica. No es rara la dificultad para reaccionar ante un cambio que convierte en frágil todo lo que se daba por sólido y descontado para siempre. Ochenta años tiene la extraordinaria experiencia europea. Han sido más que brillantes los resultados del may...
Europa se ha dado de bruces con la realidad desnuda de la política de la fuerza y nadie sabe si llegará a tiempo para que Ucrania sobreviva. Y luego, si por desgracia no lo consiguiera, para evitar al menos que Putin siga desparramando su autocrático y belicista mundo ruso hasta la demolición, a la vez, de la unidad europea y de la alianza atlántica. No es rara la dificultad para reaccionar ante un cambio que convierte en frágil todo lo que se daba por sólido y descontado para siempre. Ochenta años tiene la extraordinaria experiencia europea. Han sido más que brillantes los resultados del mayor experimento de construcción política de la historia, pero también es enorme el vacío estratégico con que tropieza ahora y excesiva la factura que nos puede pasar si naufragara, hasta terminar con la idea de paz, estabilidad y prosperidad, la esencia de lo que es y de lo que representa Europa.
Los europeos hemos vivido probablemente nuestra mejor época, pero parece que tanta fortuna y tanto bienestar nos hayan embotado la memoria de nuestro pasado trágico y mermado la voluntad política para evitar el regreso, que es un retroceso, al mundo de ayer, el de las viejas naciones que rivalizan entre sí, en vez de cooperar, con frecuencia hasta llegar a las manos. Estamos saliendo de unas largas vacaciones estratégicas, propias de quien vive al día, dedicado a querellas domésticas e incapaz de atender a las amenazas que crecen ante sus ojos.
Suenan las alarmas en todos los pisos del edificio europeo, desde los municipios y regiones hasta Bruselas. También en Cataluña, donde nadie como los partidos soberanistas sufre con tanta intensidad las dificultades europeas para interpretar los grandes cambios de la escena internacional. Protagonistas de una larga cabalgada quimérica e irrealista, ni siquiera ahora, cuando han perdido la hegemonía y empiezan a tocar de nuevo con los pies en el suelo, han sabido desembarazarse de los inservibles tópicos de los que han vivido y concentrarse en pensar sobre lo que se nos viene encima. Diestros en la ventaja táctica que recoge frutos y, sobre todo, beneficios personales de unos votos imprescindibles, la última preocupación de sus dirigentes políticos es pensar estratégicamente sobre el futuro de su país. ¿Por qué deberían hacerlo ahora si no supieron hacerlo cuando se propusieron asaltar los cielos?
Siguen y siguen perorando sobre grandes palabras políticamente disfuncionales, ínfimas querellas nominalistas y minúsculas peleas domésticas, pero vemos estos días que donde se mueven con su habitual soltura es en la defensa de sus intereses personales y en la negociación por debajo de la mesa de las cuotas de poder económico. Tratándose de ciertas élites catalanas, nunca hay que olvidar la frase célebre de Agustí Calvet Gaziel en sus imprescindibles Meditacions en el desert, referidas a la Lliga de Cambó: “Todos, absolutamente todos —como si el destino les hubiera cortado con un patrón único— han terminado igual: políticamente, no han dejado nada; económicamente, todos se han hecho ricos”.