La decisión de ERC
Excepto en la teoría absurda del cuanto peor mejor a la que juega Junts, es difícil imaginar que a Cataluña le pueda ir bien sin una alianza progresista en toda España. Comenzando por Barcelona
Aparecer como el gran perdedor de estas elecciones en una situación de extrema fragilidad en el Gobierno de la Generalitat no resulta fácil de gestionar. Es comprensible que después de haber perdido casi 300.000 votos en las elecciones municipales, a ERC le tiemblen las piernas. No lo es tanto que vuelva a dudar de su estrategia de alejarse de Junts. Es cierto que una parte de los electores independentistas han castigado a los partidos que los representan quedándose en casa, pero no sabemos en qué medida han castigado la falta de unidad o la política concreta de cada partido. En el cómputo glo...
Aparecer como el gran perdedor de estas elecciones en una situación de extrema fragilidad en el Gobierno de la Generalitat no resulta fácil de gestionar. Es comprensible que después de haber perdido casi 300.000 votos en las elecciones municipales, a ERC le tiemblen las piernas. No lo es tanto que vuelva a dudar de su estrategia de alejarse de Junts. Es cierto que una parte de los electores independentistas han castigado a los partidos que los representan quedándose en casa, pero no sabemos en qué medida han castigado la falta de unidad o la política concreta de cada partido. En el cómputo global de votos, no puede decirse que a Junts le haya ido mucho mejor que a ERC si se descuenta el efecto dopaje que ha tenido el voto útil de la derecha a Xavier Trias en la ciudad de Barcelona. Teniendo en cuenta que Trias ha ganado en la capital 71.000 votos y que en el conjunto de Catalunya Junts ha perdido 7.000, no puede decirse que le haya ido mucho mejor.
En Barcelona, el candidato de ERC, Ernest Maragall, atrajo en 2019 el voto útil del independentismo. Parte de esos votos han podido ir ahora a Trias, pero aún se ha quedado 12.000 por debajo de los que obtuvo Maragall en 2019. El ascenso de Trias viene de los caladeros de la derecha y los ha conseguido ocultando precisamente la agenda independentista. El politólogo Toni Roldán estima, en un análisis sobre trasvases de votos publicado en el diario Ara, que Trias ha recibido 36.000 votos de ERC, 12.000 de la CUP y 27.000 de anteriores votantes de Valls. Aparte de los 36.000 votos cedidos a Trias, ERC ha tenido fugas hacia Barcelona en Comú (18.000) y hacia la CUP (9.000). Con estos números, ¿por qué debería temer ERC participar en un gobierno tripartito de izquierda? ¿Por qué ERC ha de permitir que gobierne la ciudad un alcalde de derechas cuando hay una sólida mayoría de izquierda de 24 concejales? De hecho, Trias solo ha ganado en Pedralbes.
ERC parece atrapada de nuevo en la trampa de decidir si sacrifica su alma de izquierdas para satisfacer la independentista. Pero, como en La decisión de Sofía, el hecho de plantearse que ha de elegir es ya una derrota. Sacrificar su ideario para plegarse a la estrategia de Junts supone volver al callejón sin salida de la confrontación y situarse en una posición de subordinación: en la subasta independentista a la que juega Junts, ERC nunca hará lo suficiente para ser suficientemente patriota. Subordinarse es perder. Ya lo estamos viendo: Junts quiere una lista única al Congreso. ERC se resiste, pero si en las elecciones generales le va mal al independentismo, culpara a ERC por no facilitar la unidad. En la confrontación entre el nacionalismo de derechas español y el nacionalismo de derechas catalán, ¿qué gana un partido de izquierdas independentista como ERC?
Pere Aragonès se precipitó en su alocución institucional al dar por hecho que habría una mayoría de PP y VOX en las próximas legislativas. Pero si así fuera, el problema no lo tendría solo el independentismo. Sería un desafío mayúsculo para todos los progresistas. Excepto en la teoría absurda del cuanto peor mejor a la que juega Junts, es difícil imaginar que a Cataluña le pueda ir bien sin una alianza progresista en toda España. Comenzando por Barcelona.
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