Opinión

El derecho a un entorno digital seguro

Gran parte de la oferta en la red responde a los principios del neoliberalismo sin ningún filtro ni control

Un niño utiliza un iPhone, en una imagen de archivo.Godong (Getty Images)

Según el estudio El ocio digital en la población adolescente del Centro Reina Sofía, un 80,4% de los jóvenes de 15 a 19 años utilizan tecnologías digitales para sus actividades de ocio; 9 de cada 10 disponen de teléfono móvil propio que utilizan para chatear, jugar a videojuegos y consumir productos audiovisuales y, entre ellos, pornografía. Un tercio quiere ser influencer, en torno al 75% reconoce que mira el móvil constantemente y un 66% considera que pasa un tiempo excesivo en Internet.

Un informe de la Síndica de Greuges de Catalunya presentado este pasado noviembre en...

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Según el estudio El ocio digital en la población adolescente del Centro Reina Sofía, un 80,4% de los jóvenes de 15 a 19 años utilizan tecnologías digitales para sus actividades de ocio; 9 de cada 10 disponen de teléfono móvil propio que utilizan para chatear, jugar a videojuegos y consumir productos audiovisuales y, entre ellos, pornografía. Un tercio quiere ser influencer, en torno al 75% reconoce que mira el móvil constantemente y un 66% considera que pasa un tiempo excesivo en Internet.

Un informe de la Síndica de Greuges de Catalunya presentado este pasado noviembre en el Parlament, titulado La protección de los niños y adolescentes en el entorno digital, aborda desde el derecho al acceso a Internet (brecha digital), hasta los riesgos de su abuso. No es necesario un análisis demasiado profundo para constatar que gran parte de la oferta en la red responde a los principios del neoliberalismo sin ningún filtro ni control. Los contenidos mayoritarios procuran satisfacer los intereses más simples de la persona sin conciencia educativa ni de mejora social. Responden a estrategias e intereses como la discriminación por razón de género, el racismo, el interés estrictamente comercial por extraer beneficios mercantiles, la adicción al juego o la pornografía como modelo de relación satisfactoria.

Francesc Torralba, en su obra reciente La ética algorítmica, desgrana la cantidad de decisiones que se toman al diseñar algoritmos y que convendría que éstos respondieran a una ética. Son criterios que alguien decide con total opacidad y orientan los recursos que consumimos por Internet. Identificando incluso a qué target pertenecemos, se nos ofrecen productos audiovisuales que pueden despertar lo más primitivo de la persona y que nos orientan a consumir en beneficio de alguien habitualmente oculto.

Aquellos derechos que en el mundo real son preservados con normas de protección de las personas y sobre todo del niño, ese acompañamiento que puede hacer el adulto, aunque sólo sea viendo una película juntos, se pierde del todo cuando el adolescente se cierra en su dormitorio siguiendo lo que le atrae desde el teléfono móvil. ¿Cuántos niños de muy corta edad vemos distraerse con el teléfono móvil que les han dejado los padres para que no estorben? ¿Cuánto ha costado a los profesores despegar a los jóvenes de los partidos del mundial de fútbol para poder dar las clases? ¿A qué edad descubren los maestros que los alumnos se han fotografiado en posiciones impropias para TikTok, Youtube u otras redes sociales?

Es cierto que en la red también existen proyectos educativos y de ocio que aportan a los jóvenes competencias y valores para su futuro profesional y personal. Pero como sociedad, es necesario desarrollar legislaciones que protejan a las personas, y en especial a la infancia, en Internet y que regulen lo que ya está reglamentado en el mundo físico: conviene regular efectivamente el acceso al juego, la cosificación de las relaciones interpersonales, la protección de la propia imagen. Conviene aumentar la producción de productos audiovisuales interesantes para los nuevos canales que respondan a unos valores educativos éticos mínimos. Y, sobre todo, las familias debemos concienciarnos del riesgo del uso continuado y descontrolado de dispositivos móviles por parte del niño/a y el/la adolescente. Estamos refiriéndonos a unos derechos de primer orden que debemos preservar.

Josep Oriol Pujol i Humet es director general de la Fundació Pere Tarrés

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