Opinión

Nada cambiará si las palabras no cambian

ERC, con Junqueras al frente, tiene un largo y tortuoso camino para deshacer la palabrería engañosa en la que sigue enredado y con la que sigue enredando a todos los catalanes

Oriol Junqueras, presidente de ERC, el pasado día 9, en un acto de homenaje a los alcaldes que apoyaron la Segunda República.

De las palabras que sirvieron para mentir no puede surgir la verdad. Menos todavía pueden corregirse los errores que se cometieron con palabras mentirosas. No se corregirán, sin duda, si antes no se reconoce que se mintió. Y que fue a sabiendas. Nada cambiará si las palabras no cambian. Y las palabras, por el momento, siguen siendo exactamente las mismas.

Ha cambiado la realidad, es cierto. Incluso ciertas actitudes, afortunadamente. Pero las palabras permanecen intactas, a modo de cárcel de la que parece imposible escapar. La prueba más visible es la figura de esfinge de Oriol Junquera...

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De las palabras que sirvieron para mentir no puede surgir la verdad. Menos todavía pueden corregirse los errores que se cometieron con palabras mentirosas. No se corregirán, sin duda, si antes no se reconoce que se mintió. Y que fue a sabiendas. Nada cambiará si las palabras no cambian. Y las palabras, por el momento, siguen siendo exactamente las mismas.

Ha cambiado la realidad, es cierto. Incluso ciertas actitudes, afortunadamente. Pero las palabras permanecen intactas, a modo de cárcel de la que parece imposible escapar. La prueba más visible es la figura de esfinge de Oriol Junqueras, oráculo inmóvil que no responde a ninguna pregunta y sigue entonando como una salmodia las envejecidas sentencias que condujeron a la década catalana perdida y al callejón en el que estamos y del que tanto cuesta salir.

La victoria del primero de octubre, su legado y su mandato, la independencia declarada, los presos y exilados políticos, el mayor acto de desobediencia civil de la Europa contemporánea, la violencia desenfrenada del Estado español, los millares de víctimas y represaliados, la construcción de la república catalana, la mayoría del 80% soberanista, el bloque del 155 o las presiones de la corona sobre las empresas catalanas... pertenecen al repertorio verbal y a las fantasías de la postrera etapa del Procés, cuando el independentismo intenta salvar con palabras falsificadoras o directamente mentirosas su estrepitoso fracaso y sus insalvables y crecientes divisiones.

Venían precedidas por otras palabras igualmente falaces, ahora enterradas bajo la hojarasca de la retórica más reciente: el derecho a decidir, la unilateralidad, el referéndum con garantías, la autodeterminación reconocida por Naciones Unidas, la mirada admirada y el asombro del mundo… Todo en dirección a la palabra más encantadora y pura, pero al final también la más embustera, la de una independencia que nadie sabía entonces ni sabe ahora qué es, ni cómo se alcanza, ni tan sólo como explicarla.

Difícil será convencer a nadie con tal persistencia verbal. Ni ampliar la base, ni restañar las heridas, ni recuperar el consenso civil en una sociedad catalana dividida. Al contrario, estas palabras fraudulentas ofenden a quienes las denunciaron y combatieron y todavía más a quienes las creyeron y actuaron en consecuencia. Alguna razón hay que reconocer a Oriol Junqueras cuando señala que “el Partit dels Socialistes de Catalunya tiene un largo camino si quiere reconciliarse con la sociedad catalana”, pero más largo y dificultoso es el camino que tiene ante sí Esquerra Republicana, con el propio Junqueras al frente, no tan solo para reconciliarse con la entera sociedad catalana, sino sobre todo para deshacer la palabrería engañosa en la que sigue enredado y con la que sigue enredando a todos los catalanes.

“¿Tu crees que alguien pedirá perdón? ¿Admitirá alguien que mintió y pedirá perdón?”. Lo ha escrito Francesc Serés, en su novela La mentida més bonica, de la que se deduce cuánta razón le asiste en los durísimos reproches a los partidos y a los personajes mentirosos que dirigieron el Procés y también cuán incongruente es el título. ¿O acaso la mentira no es siempre fea, cobarde y destructiva?

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