El padre Apeles: “La televisión me pide lo que no puedo darle y yo pido a la televisión lo que no me va a dar”

El sacerdote más televisivo confiesa que se fue a Roma “harto” del independentismo y asegura “no tener ningún interés” en volver

El padre Apeles, junto a un helicóptero en Barcelona en 2018.

Los noventa fueron años extraños. España se mostraba al mundo. El monopolio de la televisión desaparecía y lo que se suponía que iba a abrir los ojos a una población de botijo y pandereta acabó convirtiéndose en una ventana hacia la ordinariez. Las Mamachicho bailaban de fondo en el televisor. La bautizada como telebasura se adueñaba del tubo catódico y entonces apareció él: El padre Apeles (Barcelona, 56 años). Un sacerdote con alzacuellos romano que salpicaba toda la parrilla de televisión dando ...

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Los noventa fueron años extraños. España se mostraba al mundo. El monopolio de la televisión desaparecía y lo que se suponía que iba a abrir los ojos a una población de botijo y pandereta acabó convirtiéndose en una ventana hacia la ordinariez. Las Mamachicho bailaban de fondo en el televisor. La bautizada como telebasura se adueñaba del tubo catódico y entonces apareció él: El padre Apeles (Barcelona, 56 años). Un sacerdote con alzacuellos romano que salpicaba toda la parrilla de televisión dando su opinión entre contertulias saturadas de silicona, colaboradores de bajo nivel, cantantes como Ramoncín y videntes como Aramís Fuster. Un cura polémico y con respuestas cargadas de cinismo se convirtió en el sacerdote más famoso de España. Hoy El padre Apeles —José Apeles Santolaria de Puey y Cruells— vive en Roma, “muy cerca del Vaticano”, tirando de los ahorros que hizo en aquella época y convertido en una rata de biblioteca. EL PAÍS se ha puesto en contacto con él. ¿Cómo aquella España en pleno segundo o tercer destape permitió que un cura se adueñara de la televisión? Apeles es el único que conoce el secreto de su éxito.

Antes de ser cura, el niño Apeles de 12 años era un adicto a los programas de radio. “Me encantaba Encarna Sánchez. Era demagoga, ignorante… pero tenía un poder hipnótico. Un verano estaba su sustituta, Julia Bustamante, y yo llamé para dar mi opinión sobre la guerra del Líbano. A partir de entonces empezaron invitarme para ir a Radio Miramar”, recuerda. Tras radio Miramar vinieron otras radios. Se ordenó sacerdote en Italia y ya vestido con clériman hizo incursiones en programas de TV3 o de La 2 en catalán. “Me vio en un debate Joan Ramon Mainat y le dijo a Xavier Sardà que me invitara a La Ventana de la Cadena SER. Luego a Sardà le ofrecieron presentar el programa de debate Moros y Cristianos en Telecinco. Yo entonces estudiaba en la escuela diplomática y cada día iba a clase en metro. Un sábado aparecí en Moros y Cristianos y el lunes me conocía toda España. Ya no podía coger el metro”, recuerda. “Me convencieron para presentar mi propio programa: Cita con Apeles junto con Rocío Carrasco. Fue un error. Yo tenía que haber hecho un programa parecido a los de Buenafuente pero acabamos haciendo el Semáforo donde venía gente a cantar o hacer cosas estrambóticas”, lamenta.

Cuando trabajaba en televisión no tenía ningún encargo religioso, no pertenecía a ninguna diócesis y era —y sigue siendo— un cura sin dependencia con la Iglesia y sin labor dentro de la misma. “La Conferencia Episcopal Española publicó una nota diciendo que yo no representaba a la Iglesia. Llevaban razón, yo no he sido nunca portavoz de la Conferencia Episcopal, de hecho, yo solo me representaba a mí mismo”. Hubo meses en que Apeles aparecía seis días a la semana en televisión y llegó a copresentar el Telecupón con Carmen Sevilla.

De un día a otro dejaron de llamarle. “Yo no encajo en ciertos formatos. Me dicen que vuelva a la televisión pero yo no estoy a gusto en programas del corazón con peleas y gritos. A mí me gusta la provocación y la polémica. La televisión me pide ahora lo que yo no puedo darle y yo pido a la televisión lo que no me va a dar”, confiesa. Ganó mucho dinero y le permitió estudiar humanidades, ciencias políticas, criminología, investigación privada, geografía, historia, es capitán castrense… y más carreras que nunca ejercerá. El teléfono dejó de sonar a la par que Apeles se quedó sin familia en Barcelona. Fue entonces cuando volvió a Italia. “En Ferrara, por primera vez, trabajé para la iglesia como canciller del arzobispo y en el archivo histórico. Hace dos años me trasladé a Roma y me dedico al estudio”. Apeles lleva una vida sencilla, vive en su casa, estudia y se alimenta de sus ahorros. Como el común de los mortales, también colecciona problemas: “Soy depresivo de una manera endógena. Hubo una época en que tomaba muchos somníferos. Cuando dejaban de hacer efecto, los mezclaba con whisky para poder dormir. Estuve enganchado y destrozado, pero ahora estoy bien”.

¿Volvería a España? “No tengo ningún interés. Me fui de Barcelona harto. Soy catalán, tengo el título de profesor de catalán y soy catalanista porque me gusta la cultura y la lengua, pero es un atraso que se pretenda después de 500 años que Cataluña sea una nación diferente que, además, no tendría ni una mayoría de catalanoparlantes. La independencia nos hace pequeños y cerriles y solo se debe a la avidez de algunos políticos que lo que quieren es exaltar los sentimientos de la gente para mantenerse en el poder”, arenga.

Los ritos religiosos los celebra siempre en privado y confiesa que echa de menos los medios de comunicación. “Aunque tampoco puedo salir a cualquier precio en un reality o un programa del corazón”. Sabe que no es un sacerdote convencional. “A pesar de lo que pueda parecer no soy de tener muchas relaciones con la gente. No me gusta hablar demasiado, no tengo paciencia para aguantar a las personas. No me hubiera gustado ser párroco para nada”, confiesa.

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