El último paseo de Carmen de Mairena
La newsletter de EL PAÍS en Barcelona recuerda con el cupletista que se convirtió en la mano derecha de la folclórica las calles por donde sobrevivió la artista
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Este artículo corresponde al envío de la newsletter de EL PAÍS en Barcelona. La newsletter es gratuita y se envía cada miércoles a las 9.30 a los correos electrónicos de aquellos que se han suscrito. Todos aquellos que quieran inscribirse pueden hacerlo en este enlace.
Buenos días:
Incapaz de recordar fechas, sé que cuando apareció por primera vez en televisión –debía ser a mediados de los años 90– con su peluca obscenamente roja y los labios saturados de silicona yo ya la había visto, por lo menos, media docena de veces. Aún no sabía su nombre pero era imposible no distinguirla entre la jauría canalla y las toneladas de lumpen que se concentraban en el antiguo bar Cosmos de la Rambla. Luego le llegó la fama. Se convirtió en la transexual más famosa de España (con permiso de la Veneno) y todos la conocimos con el nombre y apellido que ella misma eligió: Carmen de Mairena. La vi en una verbena de Sant Joan en una discoteca de Lleida. Cantaba sobre la barra: “Yo soy esa que pone la cosa tiesa. Soy elegante por detrás y por delante…”. Se bajó el vestido, enseñó sus pechos siliconados y se ganó centenares de carcajadas. Ella ni siquiera sonrió. No sé si disfrutaba con aquello. Salió otras veces en la tele, después desapareció.
El 22 de marzo de 2020, en plena pandemia, murió con 86 años. Al día siguiente de su muerte conocí, vía telefónica, a Adrián Amaya, un joven cupletista que hoy tiene 29 años y que se convirtió en su mano derecha los últimos años de su vida. “Como mínimo una vez a la semana la visitaba en la residencia. La maquillaba, le colocaba la peluca, merendábamos y nos íbamos a su barrio: al Chino”, recuerda Amaya (es su nombre artístico; en realidad se llama Adrià García Pau).
Llamada de teléfono de un día indeterminado de la semana pasada: “Adrián, soy Alfonso, periodista de EL PAÍS. Estoy preparando la próxima newsletter de Barcelona (en este punto le dije que la enviamos a los suscriptores cada miércoles, etc., etc.). ¿Qué te parece si hacemos una sobre el último paseo que hiciste con Carmen?”.
Cuando hago estas propuestas por teléfono cierro los ojos instintivamente durante esos segundos incómodos de silencio en el que todo es posible.
“Claro que sí. ¿Cuándo quedamos?”
La cita fue el jueves frente a la fuente de Canaletes en el corazón de la Rambla. Le dije que trajera algo de Carmen para que se hiciera la foto que aparece aquí, pero también creí que era una manera de que la folclórica nos acompañara. Hubiese querido que trajese una peluca de la artista pero Adrián fue más cabal. Sacó de una caja -parecía que estaba desembalando la Gioconda- dos pendientes manchados de maquillaje. Era una reliquia conservada por un fan que supo conocer la Mairena que el resto no conocimos.
“Yo, como la mayoría, también descubrí a Carmen en Crónicas Marcianas, pero entonces era muy pequeño. Con 13 años empecé a cantar copla. Ella iba mucho a un programa de televisión que se llama Toni Rovira i tú. Les pedí a mis padres que me llevarán y allí la conocí. Me acerqué a ella y le dije que la admiraba como artista folclórica”, recuerda Adrián mientras bajamos la Rambla. Mairena se quedó perpleja. “¿Cómo que me conoces como cantante de copla si eres un crío?”, le espetó. Le hizo gracia, rebuscó entre el bolso y le entregó al adolescente una foto dedicada. “Mírala, me firmó. No se entiende nada. Y le plantó un beso con esos morros que tenía. Míralos aquí”, señala unos restos de carmín. También le entregó una tarjeta de visita. Y esa cartulina, que todavía conserva, con un número de teléfono se convirtió en el salvoconducto que uniría a la artista con el joven cupletista. “La llamaba muchas veces por teléfono pero era la época en la que Mairena iba a muchos programas y hacía muchos bolos. Era un poco inaccesible”, recuerda. Aquel adolescente urdió un plan b para llegar a su ídolo. “Cada quince días se montaban cenas en el restaurante Danzarama. Allí acudían fans y artistas y cenaban juntos. Me sentaba al lado de Carmen y cantábamos. Me quedaba embobado mirándola”.
Carmen de Mairena comenzó su carrera musical con el nombre artístico de Miguel de Mairena. Seguía los pasos de Antonio Amaya (apellido que ha incorporado Adrián a su apodo artístico) y cuyo referente sirvió para unir, todavía más, al joven cupletista con la folclórica transexual.
Adrián y yo seguimos andando y giramos por Nou de la Rambla. Entramos en el epicentro del imaginario de Mairena. “Mi afición por la copla me llevó a conocer a Antonio Gracia, Pierrot. En 2008, yo era un adolescente y Pierrot estaba escribiendo el libro Memorias del Espectáculo, Antonio Maya y quería entrevistar a Mairena. Me dijo que le acompañara a casa de Carmen. Fuimos al tercer piso del número seis de la calle Sant Ramon. La calle estaba llena de prostitutas y mala vida. Yo era un crío, tenía miedo, pero la casa me atrapó. Era un museo repleto de cuadros de artistas”, recuerda.
En la década de los 70 el cupletista Miguel de Mairena comienza, gracias a las clandestinas inyecciones de silicona, un viaje sin billete de vuelta y se convierte en Carmen de Mairena. Nada en su vida fue fácil y acabó ejerciendo la prostitución. Años más tarde le llegó la fama, nunca abandonó un barrio donde la desestructuración desbordaba las aceras. Carmen regentó en este piso de la calle Sant Ramon un meublé. Fue detenida en dos ocasiones acusada de trata de mujeres. Siempre acreditó que solo se dedicaba a alquilar habitaciones a prostitutas y clientes.
Adrián contempla la fachada del edificio como si Carmen fuese a asomarse a la ventana en cualquier momento. No queda ni rastro del piso de Mairena. “Cuando Carmen salía en televisión y hacía bolos ganaba mucho pero tal y como entraba, ese dinero salía. Tenía mucha gente interesada alrededor y ella llegó a normalizarlo. Si te acercabas a ella con otra intención que no fuese aprovecharse se extrañaba y desconfiaba”, lamenta. “Sí que hubo alguien que le fue muy leal: la Pasti. Era su secretaria, le ayudaba en el meublé, también era transformista. Murió en circunstancias extrañas y aquí empezó el declive de Carmen”, recuerda.
En 2010, “quizás fue en 2011″, echan a Carmen de su piso de la calle Sant Ramon. Vamos a la calle de l’Est donde gracias a los servicios sociales reubicaron a la artista en otro piso. “Los medios dejaron de llamarla y ya no podía hacer bolos. Nunca había cotizado y sobrevivía con 400 euros de pensión. Todo aquel que tenía alrededor desapareció cuando vio que no había dinero. En 2016 ya había sufrido un ictus y se había caído en el piso nuevo fracturándose el fémur. Las hermanas de Carmen también eran ancianas pero hicieron lo posible para que la cupletista pasara los últimos años de su vida dignamente. Ingresó en una residencia de la que salió para fallecer el 22 de marzo de 2020 en el Hospital de la Esperança.
Durante esos cuatro años de epílogo vital solo quedaron un puñado de amigos, entre ellos Adrián. “Carmen era hermética e introvertida, silenciosa y distante, observadora y pensativa. No era cariñosa, pero conseguí que se abriera conmigo. Me dijo que si volviera a nacer se volvería a inyectar aquellos morros y a operar porque gracias a ello fue feliz. Nunca cambió su nombre (Miguel Brau Gou) en el DNI. De alguna manera había interiorizado esa homofobia de la época. Me da pena porque creo que tenía muchas contradicciones y que de tanto que se lo habían dicho llegó a creerse que era un bicho raro”.
El Paral·lel queda a solo unos metros cuando acabamos este paseo de recuerdo a una artista que todos habíamos visto y que pocos conocían. Entre bolo y bolo, Adrián Amaya tiene claro que Mairena se merece un homenaje. Mientras, él redacta su biografía y quiere hacer un documental, “serio” sobre la artista. “Además, ¿quién era Sant Ramon? Esa calle debería llamarse Carmen de Mairena”, concluye.
“Gracias Adrián, esto saldrá publicado en la newsletter el próximo miércoles”. Vuelvo a por mi bicicleta y bajo pedaleando la Rambla. En mi cerebro retumba en bucle una canción: “Soy elegante por detrás y por delante. Qué voy a hacer soy Carmen de Mairena, mis carnes son morenas bajo el sol barcelonés”.
El antiguo Cosmos es hoy una pizzería.
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