Opinión

El puente del post ‘procés’

El Gobierno de ERC y Junts ha alcanzado acuerdos con fuerzas no independentistas. El pacto entre los que piensan diferente se había convertido en algo imposible en las dos legislaturas anteriores

El presidente de la Generalitat, Pere Aragonés, tras la reunión con la presidenta del grupo parlamentario de En Comú Podem, Jéssica Albiach.Enric Fontcuberta (EFE)

En un solo mes se han producido dos episodios que apuntan decididamente en la dirección de la superación de la dinámica de bloques que ha imperado en la política catalana por años. El presupuesto del Govern de la Generalitat se ha aprobado con una mayoría distinta de la de la investidura y a los pocos días se ha anunciado un acuerda para la renovación de los más de 100 cargos pendientes de renovación por parte del Parlament que afectan a hasta 28 órganos y que en algunos casos llevaban fuera de mandato hasta seis años.

La nota común de los dos importantes anuncios es que el Gobierno de ...

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En un solo mes se han producido dos episodios que apuntan decididamente en la dirección de la superación de la dinámica de bloques que ha imperado en la política catalana por años. El presupuesto del Govern de la Generalitat se ha aprobado con una mayoría distinta de la de la investidura y a los pocos días se ha anunciado un acuerda para la renovación de los más de 100 cargos pendientes de renovación por parte del Parlament que afectan a hasta 28 órganos y que en algunos casos llevaban fuera de mandato hasta seis años.

La nota común de los dos importantes anuncios es que el Gobierno de coalición de ERC y Junts ha alcanzado acuerdos con fuerzas no independentistas. El acuerdo entre los que piensan diferente, piedra angular del pacto y la transacción en la vida parlamentaria, se había convertido en algo imposible en las dos legislaturas anteriores. La retórica de “ningún pacto” con los no independentistas se había instalado en las filas de los máximos dirigentes de los gobiernos pretéritos con expresiones como “no se puede pactar con los representantes de la represión”. No me refiero a exaltados en los márgenes de los partidos políticos sino a parlamentarios en activo, algunos en altas posiciones, que a día de hoy o han renunciado a sus principios —a mi entender equivocados por frentistas— o están viviendo un fin de año en el silencio compungido. Los indicios me hacen pensar que la última opción no es la que les está torturando. Es más, algunos de ellos han renunciado a su escaño para incorporarse a organismos de mandatos largos e inamovibles lejos de las legislaturas cortas que desde hace diez años son la tónica en el parlamento catalán. Para su elección en las votaciones del próximo mes de enero recibirán los votos de los que en la retórica de hace unos meses —en las elecciones de febrero de este año— no eran oponentes políticos sino enemigos.

Parece claro que se está construyendo el puente del post procés por el que podrán transitar el diálogo, el pacto y el acuerdo entre las dos trincheras que tanto daño han hecho a la posibilidad de hacer buena política. Este puente no era posible con Ciudadanos como primer partido de la oposición y con la llave para conformar mayorías cualificadas. Por este puente del entendimiento también podrán transitar las ideas sobre cómo preservar el modelo educativo basado en el catalán como lengua vehicular a la vez que una reflexión sobre una sociedad más compleja “en un contexto en que la diversidad cultural y lingüística del país no ha parado de crecer y de enriquecerse con aportaciones de todo el mundo” (palabras del president Pere Aragonès en su discurso de fin de año del 26 de diciembre de 2021). El diálogo a través del puente del post procés parece posible cuando se escuchan discursos y planteamientos como los del Pere Aragonés o Salvador Illa. La pregunta pertinente es saber que posición adoptarán los lideres de Junts. No parece el mismo tono el del conseller Jaume Giró que ha dirigido la elaboración y aprobación de los presupuestos que los de la presidenta del Parlament que se refirió a los catalanes que tienen como lengua habitual de uso el castellano como “castellanos”: “Todos estos castellanos que tienen el castellano como lengua, van a una escuela y aprenden catalán y castellano…” (declaraciones de Laura Borràs en el programa El café d’idees de TVE el 13 de diciembre de 2021).

No quiero obviar que el propio presidente de la Generalitat situó lo que podríamos llamar el “programa de máximos” —autodeterminación y amnistía— en su discurso de fin de año. Tan cierto como esto es que los dirigentes de ERC han hecho una revisión crítica del otoño de 2017 y han decidido, por ejemplo, jugar un papel activo (y útil) en la aritmética parlamentaria a nivel español. A nadie se le pide, por favor, que renuncie a sus ideales. Simplemente que no vuelva sobre los errores del pasado y que dirija un mensaje pragmático y realista a la ciudadanía. Y cuando se habla de “alternativas” a un posible fracaso de la mesa del diálogo, la mejor es avanzarse con una alternativa que nazca del Gobierno español o de la propia sociedad catalana. Lo que no volverá es la hegemonía de un independentismo de la “resistencia ghandiana” que tanto ha hecho para la infantilización de una parte de la política catalana. Que no vuelva como hegemonía no quiere decir que no sea una minoría persistente, ruidosa e iconoclasta. Es una nota común en las democracias irritadas.

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