Aslán, el obrero muerto al que nadie conoce

La justicia investiga por homicidio imprudente a tres personas tras el accidente mortal de un trabajador ruso sin contrato del que nadie se hizo cargo

Angela Margieva, de 38 años, muestra una foto con su marido, Aslán Margiev, fallecido en un accidente laboral.Albert Garcia (EL PAÍS)

La última vez que Angela Margiev pisó España, su marido estaba vivo. Esta semana ha vuelto para testificar por su muerte. El juez que investiga el accidente laboral que acabó con la vida de Aslán Margiev a los 44 años no le ha permitido declarar por videoconferencia “por falta de medios” del juzgado. De modo que Angela, que de medios tampoco va sobrada -cobra 200 euros como empleada de una tienda de ropa- ha tenido que volar desde la república rusa de Osetia del Norte, en un viaje con perspectivas muy distintas del...

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La última vez que Angela Margiev pisó España, su marido estaba vivo. Esta semana ha vuelto para testificar por su muerte. El juez que investiga el accidente laboral que acabó con la vida de Aslán Margiev a los 44 años no le ha permitido declarar por videoconferencia “por falta de medios” del juzgado. De modo que Angela, que de medios tampoco va sobrada -cobra 200 euros como empleada de una tienda de ropa- ha tenido que volar desde la república rusa de Osetia del Norte, en un viaje con perspectivas muy distintas del emprendieron juntos para cumplir su sueño de prosperar en Barcelona.

“Arregló nuestro piso con sus manos, creó un hogar para nosotros. Él era quien sostenía a la familia y cuidaba de nosotros. Ahora he perdido la esperanza”, cuenta Angela sentada junto al hijo de ambos, Marat, desde el despacho de sus abogados en el paseo de Gràcia, una avenida frecuentada por otros rusos, los que compran en las tiendas de lujo. Aslán, un operario del Cáucaso, llegó en un vuelo para turistas con experiencia profesional -se había especializado en carpintería de aluminio- pero sin permiso de residencia ni de trabajo.

La mañana del 18 de noviembre de 2020, Aslán habló por teléfono con Angela, que había viajado a Rusia para visitar a su padre. Llamó también a Marat para pedirle que comprara macarrones en el supermercado, que él se los prepararía al volver a casa. Ese día tenía que seguir trabajando en la reparación del techo de una nave logística en Sant Andreu de la Barca, a 30 kilómetros de Barcelona. Un conocido, también ruso, le había conseguido el trabajo, seguramente a cambio de una comisión del constructor, necesitado de mano de obra barata. Mientras trabajaba a ocho metros de altura y sin ninguna las medidas de seguridad que se exigen para los trabajos en altura, Aslán pisó un trozo de uralita que cedió ante el peso y cayó al suelo. Murió allí mismo.

Cuando la policía llegó a la nave e inspeccionó el cadáver, nadie sabía nada de aquel hombre sin contrato. Pese a que llevaba tres semanas trabajando allí, Aslán era, al parecer, un perfecto desconocido. Nadie le conocía. Nadie le identificó como trabajador. Nadie vio lo ocurrido. Incluso el operario que estaba con él en el techo -socio de la empresa de construcción- afirmó que ignoraba lo que había pasado.

Ante las “contradicciones e incoherencias” de los testigos, según el atestado policial al que ha accedido EL PAÍS, los Mossos d’Esquadra iniciaron una investigación que, unas semanas después, culminó con la detención de tres personas: los dos socios de la empresa encargada de las obras -incluida la persona que estaba en el techo con él- y el intermediario ruso. Aslán, por supuesto, no figuraba como trabajador de la pequeña empresa constructora. La hipótesis de los investigadores es que la empresa utilizaba al intermediario para conseguir operarios en situación irregular que se prestaban a trabajar de forma ocasional a precios muy bajos.

La noche del accidente, dos hombres se presentaron en la casa familiar, en Barcelona, para explicar al hijo (para mentirle) que su padre se había hecho daño en una pierna y estaba en el hospital. Uno de ellos, el intermediario, se quedó allí a pasar la noche. El otro “cogió un talador y unas herramientas y se marchó”, cuenta Marat, que ante esa extraña situación se encerró en su habitación hasta el día siguiente.

Aslán fue abandonado por las personas que le rodeaban y que le contrataron de forma irregular, pero también por la administración, denuncian los abogados de la familia, Roman Bazoev e Iván Ramírez. Aseguran que, pese a que Marat era menor de edad (lo sigue siendo), ningún organismo público se hizo cargo de él, y solo la intervención de una familiar lejana del fallecido hizo que las cosas empezaran a rodar: acogió temporalmente a Marat, informó de lo ocurrido a Ángela -que no pudo viajar a España por las restricciones derivadas del coronavirus-, contactó con los abogados y preparó el regreso de las cenizas de Aslán a Rusia.

Un juzgado de Martorell mantiene abierta una investigación por homicidio imprudente y un delito contra los derechos de los trabajadores. Ángela afirma que desconocía las condiciones en las que trabajaba su marido, pero explica que acudía a trabajar “en chándal”, sin equipo de trabajo ni uniforme de ninguna empresa. Evita señalar a personas concretas, pero cree que hay “responsables” de lo que le pasó a su marido y pide “que paguen por ello” porque “no hicieron bien las cosas”. “Es inadmisible que estuviese allí arriba sin ninguna medida de seguridad. Por culpa de eso, nuestro proyecto de vida desapareció”.

Los abogados de la familia mantienen todas las vías abiertas para que alguien se haga cargo y, al menos, asuma una indemnización. Creen que está fuera de toda duda que Aslán trabajaba en la nave: su cadáver fue encontrado allí pero, además, hay otros indicios: en el piso encontraron su carnet de conducir -creen que le conducían hasta la nave- y el dueño de un bar cercano de Sant Andreu aseguró haber visto a Aslán, varios días, pedir un bocadillo y una botella de agua.

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