Opinión

Un armisticio para el pleito catalán

La suspensión temporal pactada de las hostilidades es la mejor fórmula actualmente asequible para afrontar la crisis de la autonomía catalana

Primera reunión de la mesa de dialogo. Pedro Sanchez y Pere Aragones en el Palau de la Generalitat.MASSIMILIANO MINOCRI (EL PAÍS)

Es imposible prefigurar a estas alturas cuál puede ser el contenido de un eventual acuerdo en la negociación entablada entre los gobiernos de Pedro Sánchez y Pere Aragonès. Y cuesta mucho imaginar en qué puede consistir un substituto del referéndum de autodeterminación y la amnistía puestos sobre la mesa por los catalanes. Pedro Sánchez ya ha dicho categóricamente que esas demandas no son atendibles. Pero los interlocutores no se han levantado de la mesa. Entonces, ¿qué se va a negociar?

La revuelta de 2017 tuvo un ganador y un perdedor claros, de modo que en el mejor de los casos lo qu...

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Es imposible prefigurar a estas alturas cuál puede ser el contenido de un eventual acuerdo en la negociación entablada entre los gobiernos de Pedro Sánchez y Pere Aragonès. Y cuesta mucho imaginar en qué puede consistir un substituto del referéndum de autodeterminación y la amnistía puestos sobre la mesa por los catalanes. Pedro Sánchez ya ha dicho categóricamente que esas demandas no son atendibles. Pero los interlocutores no se han levantado de la mesa. Entonces, ¿qué se va a negociar?

La revuelta de 2017 tuvo un ganador y un perdedor claros, de modo que en el mejor de los casos lo que se podría negociar, quizá, sería algún tipo de desistimiento. Los derrotados no han dicho nunca que se rindieran, propiamente. Al revés, si algo ha enardecido los ánimos de los ganadores ha sido la voluntad de repetir el intento exhibida por los líderes independentistas. El “volveremos a hacerlo” proclamado por algunos de los condenados significa que aceptan que sí, han sido derrotados, claro, pero también implica que no ha llegado la paz. Al menos no para ellos.

No ha habido una renuncia al programa máximo de los independentistas y sería iluso pensar que vaya a producirse. No es lo que está en sus proyectos, pese a que la desorientación reine en sus filas. Su retaguardia vigila estrechamente a los negociadores y no cesa de advertirles que no la aceptaría de ninguna forma. Lo que sería quizás factible, buscando la metáfora en los conceptos de las máximas confrontaciones, las bélicas, es un armisticio. Un armisticio es una suspensión temporal pactada de la lucha entre dos bandos. No es un tratado de paz, no es el fin de un conflicto, pero asegura el cese de las hostilidades.

La ventaja de un armisticio en este caso es que deja en primer término los problemas del día a día. Eso es lo que persigue el presidente Sánchez cuando ofrece negociar lo que ha bautizado como la agenda del reencuentro. Este planteamiento desemboca, como máximo, en una negociación sobre el autogobierno y su techo.

No es poco. El margen del gobierno socialista en este campo es bastante amplio, porque dispone de la caja y tras una década de paralización del desarrollo de la autonomía catalana hay bastante recorrido para una mejora. Pero la experiencia histórica reciente es contradictoria e induce a los independentistas a la desconfianza. Lo ocurrido con el Estatuto de Autonomía de 2006 está ahí. Lo pactó el Gobierno de Rodríguez Zapatero cuando Pasqual Maragall presidía la Generalitat pero luego el PP logró en 2010 que el Tribunal Constitucional lo recortara. Eso produjo en Cataluña el efecto de romper la baraja.

El actual rechazo del PP a cualquier pacto para la renovación del Consejo General del Poder Judicial y otras instituciones centrales del Estado cierra toda perspectiva de estabilidad para una eventual elevación del techo del autogobierno. Para que fuera sustancial tendría que modificar algunos artículos o interpretaciones de la Constitución. Ahí Sánchez puede ofrecer acuerdos, pero no garantía alguna si no cuenta con la participación del PP, que está en las antípodas de este planteamiento. El independentismo ha aprendido que una cosa es un Gobierno del PSOE y otra el Estado.

Un armisticio lo mismo puede durar cinco meses que cinco años o cincuenta, eso nunca se sabe a priori. Pero para un conflicto cuya raíz es un enconado y persistente choque de nacionalidades puede ser un buen paso. Puede crear las condiciones para encauzarlo. La recuperación de la Generalitat en 1978, la Constitución de 1979 y el consiguiente Estatuto de Autonomía crearon la ilusión de que el antiguo pleito catalán estaba encauzado, si no resuelto. Ha durado 30 años. El retroceso de 2010 hizo volar aquellos pactos. Tras la crisis, toca reencauzarlo.

Vista en esta perspectiva, la mesa de diálogo recién estrenada ofrece una novedad histórica digna de ser reseñada. Y es que la parte catalana está dirigida por Esquerra Republicana, un partido que no formó parte del consenso constitucional de 1978, y desde entonces se ha movido ambigua y contradictoriamente con los pies dentro pero el alma fuera de ese marco político. Sánchez tiene ahí una oportunidad para encauzar de nuevo el pleito catalán, ya que no resolverlo, y meter dentro del marco constitucional como protagonista del acuerdo a una vieja fuerza política que hasta ahora ha predicado el antagonismo contra el sistema autonómico. ERC es un mata-gigantes. En 1931 proclamó la República. Ahora se ha alzado con la primacía en el catalanismo que Jordi Pujol retuvo durante décadas. Paz por amnistía o algo que surta sus efectos y permita reencauzar el pleito no sería un mal pacto

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