El síndrome de Estocolmo de la izquierda
La valentía del gobierno de coalición español, apoyado por las nacionalidades periféricas, contrasta con la plana timidez de la izquierda catalana no independentista
La concesión de los indultos abre nuevas perspectivas en Cataluña. Ha sido un acto de valentía, inédito en la historia de la democracia constitucional que nació en 1978, del gobierno de coalición del PSOE-Podemos. Un indulto político con luz y taquígrafos, atacado por la derecha política, la derecha judicial, la caverna mediática, e incluso por Felipe González, que hace años que no decepciona. Los indultos políticos hasta ahora se hacían en la penumbra del BOE —como el de Tejero, el mismo que agujereó de balas el techo del Congreso de Diputados—, sin primeras páginas de los diarios ni matinale...
La concesión de los indultos abre nuevas perspectivas en Cataluña. Ha sido un acto de valentía, inédito en la historia de la democracia constitucional que nació en 1978, del gobierno de coalición del PSOE-Podemos. Un indulto político con luz y taquígrafos, atacado por la derecha política, la derecha judicial, la caverna mediática, e incluso por Felipe González, que hace años que no decepciona. Los indultos políticos hasta ahora se hacían en la penumbra del BOE —como el de Tejero, el mismo que agujereó de balas el techo del Congreso de Diputados—, sin primeras páginas de los diarios ni matinales de televisión entre el rosa y el amarillo, ante el silencio de los grandes partidos del Congreso y el nihil obstat de los tribunales.
Sin embargo y a pesar del indulto, todavía humea la mecha de la independencia que encendió el PP con la suicida recogida de firmas contra el Estatut en 2006 y su recurso ante el Tribunal Constitucional, el mayor error estratégico partidista de la España democrática. Un PP que sopló con fuelle la hoguera con la incompetente intervención policial del 1 de octubre de hace solo tres años y medio, aunque parezca una eternidad.
La valentía del gobierno de coalición de la izquierda española, apoyado por las nacionalidades periféricas, contrasta con la plana timidez de la izquierda catalana no independentista, PSC y los comunes, que no han puesto una sola propuesta nacional alternativa conjunta sobre la mesa, a pesar de gobernar juntos la joya de la corona, casi una ciudad Estado, Barcelona. Mientras la política independentista es capaz de juntar extraños compañeros de cama, que ni se cogen la mano en público ni se dan ni los buenos días, la izquierda catalana acostumbra a remar junta en Madrid, a darse algún pico en los ayuntamientos, y a ignorarse cordialmente en la política catalana.
Esa desconfianza mutua convierte a comunes y PSC en fuerzas subalternas de ERC, ninguneadas por tierra, mar y aire en la formación del Parlament y del Govern, demostrando que en Cataluña, salvo la esperanzadora excepción del tripartito, las cabras todavía tiran al mismo monte, recto a la derecha, a la masía de Convergencia, donde ahora vive Junts.
La izquierda no independentista ha sido incapaz de acordar una propuesta nacional integradora. Una parte habla de referéndum acordado, una forma elegante aunque perezosa de pasar el marrón a la ciudadanía sin hacer ninguna propuesta alternativa a la independencia, que no sea la lejana utopía de una república plurinacional o el quedarnos como estamos.
La izquierda catalana en ningún caso debería pedir perdón por el retraso del indulto, sino hacer examen de conciencia, dolor de los pecados y propósito de enmienda por no tener una propuesta conjunta de futuro para corregir los tachones del Constitucional al Estatut, refrendarlo en referéndum e iniciar el camino para convertir la España autonómica en la España Federal. Pero eso no será posible hasta que unos y otros nos liberemos del síndrome de Estocolmo: el secuestro de la política por el procesismo.
José Luis Atienza es coportavoz de Comuns Federalistas.