Opinión

A la guerra con Pasqual…

1992, año de gloria para Barcelona, fue trágico para la ex-Yugoslavia. Y entonces se puso en marcha la campaña ‘Sarajevo depèn de tu’. Sin la luz verde que dio Maragall, nada hubiera sido posible

Pasqual Maragall visita Sarajevo en enero de 1994.reuters

Pasqual Maragall cumplió hace poco 80 años, y hemos podido leer muchos artículos sobre su persona y su obra, con particular insistencia en el año olímpico y también en las llamadas “maragalladas”. La primera conclusión, como dijo una vez el malogrado Alfredo Rubalcaba, es que “en este país enterramos bien”. La segunda es que, a la espera de ver el documental Maragall i la Lluna, quisiera aportar mi personal visión de una “maragallada” de considerables proporciones. De ahí el título de esta pieza: “A la guerra con Pasqual”. Literalmente.

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Pasqual Maragall cumplió hace poco 80 años, y hemos podido leer muchos artículos sobre su persona y su obra, con particular insistencia en el año olímpico y también en las llamadas “maragalladas”. La primera conclusión, como dijo una vez el malogrado Alfredo Rubalcaba, es que “en este país enterramos bien”. La segunda es que, a la espera de ver el documental Maragall i la Lluna, quisiera aportar mi personal visión de una “maragallada” de considerables proporciones. De ahí el título de esta pieza: “A la guerra con Pasqual”. Literalmente.

Surgió justo al acabar los bombardeos el apoyo a la reconstrucción del estadio olímpico de Zetra

1992, año de gloria para Barcelona, fue un año trágico para la ex-Yugoslavia, y en particular para Bosnia Herzegovina. A primeros de marzo empezó en Sarajevo la tercera de las guerra yugoslavas, después de Eslovenia (que tan a la ligera pone como ejemplo algún político indepe) y de Croacia, y cuando se acercaba la inauguración de nuestros Juegos Olímpicos, Maragall decidió reunir a alcaldes de ciudades que habían sido olímpicas para mirar de hacer algo. Apareció el nombre del alcalde de Sarajevo, entonces el Sr. Kreselvjacovic, un hombre ya mayor, y surgió la idea de proponer una especie de “tregua olímpica” para la guerra en Bosnia. Algo muy ceremonioso pero poco práctico. A Pasqual le supo a poco, en su entorno surgió un reducido grupo (no pondré los nombres para no olvidar a nadie) que, con el apoyo de algunos “externos”, puso en marcha la campaña “Sarajevo depèn de tu”, de donde surgió más adelante la propuesta de convertir Sarajevo en el “Distrito 11” de Barcelona, y poner en marcha un activismo bastante extraordinario. De allí se pasó al envío (acompañado) de convoyes humanitarios a partir de octubre de 1992, en algún caso incluyendo ambulancias medicalizadas, y multitud de acciones solidarias en todas partes. Sin la luz verde que dio Maragall a este equipo informal, nada hubiera sido posible, créanme. El entusiasmo dentro de la estructura municipal tradicional, al principio fue bastante limitado. Pero cuando se sumaron las ciudades de Estrasburgo, Bolonia, Ámsterdam y alguna otra, el número de los que querían salir en la foto fue creciendo.

Al oír esa palabra Pasqual levantó la mirada y dijo: “Sarajevo…”. Sarajevo, mi maragallada preferida…

Y llegó el momento en que Pasqual dijo “bueno, habrá que ir, ¿no?”. En pleno enero del año más frío de la guerra, el nuevo alcalde de Sarajevo, el amigo Tarek Kupusovic, se mostró entusiasmado, quería reunir en la ciudad, para celebrar (es un decir) “los 1.000 días de guerra”, a alcaldes, intelectuales, artistas de toda Europa. Alcaldes en total hubo dos, Pasqual Maragall y Antoni Farrés. Intelectuales, alguno más, entre ellos vino a saludarme nada menos que Bernard Henry Levy, creyendo que yo era el alcalde de Barcelona. Deshice el entuerto y le presenté a Pasqual. Apareció por allí –y el impacto que nos produjo a algunos fue enorme– Marek Edelman, uno de los últimos supervivientes de la insurrección del gueto judío de Varsovia en 1943. Le pregunté qué hacía en Sarajevo y me dijo textualmente: “Algo sé de ciudades rodeadas…”. La comitiva, con Pasqual, Mendiluce y Kupusovic a la cabeza, fue a la plegaria a la mezquita más antigua de la ciudad, nos acercamos luego a La Benevolencija, centro judío sefardí de la ciudad, y seguía nevando. Tenía Pasqual querencia por no desdeñar sitios muy expuestos. Allí, ante los restos del Holiday Inn, a 120 metros de las posiciones de los francotiradores serbios, se hizo dar una explicación por un suboficial francés de los cascos azules, este periódico publicó la foto que hizo Enric Martí de AP. En otras ocasiones volvía y se detenía en Mostar, ciudad todavía más castigada que Sarajevo. En otra ocasión, en septiembre de 1995, el entonces líder de la oposición municipal, Miquel Roca, se sumó al viaje, y volvió profundamente conmovido, expresando además que aquello era un fracaso de Europa. De ahí surgió justo al acabar los bombardeos el apoyo internacional a la reconstrucción del estadio olímpico de Zetra, que Barcelona impulsó junto a la reconstrucción del barrio de Mojmilo. Después, Joan Clos y Jordi Hereu siguieron la estela, fueron allí, y vieron de primera mano la huella de esta “maragallada”, que había cobrado vida propia.

Hace pocos meses, al comienzo de la pandemia, me crucé con Pasqual y una de sus hijas en la calle donde viven. Con la hija comentamos varias cosas. Pasqual, cabizbajo, no estaba. O un poco sí estaba, porque mencioné que yo acababa de volver de Sarajevo, y al oír esa palabra levantó la mirada y, mirándome, dijo: “Sarajevo…”. Sarajevo, mi maragallada preferida…

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