El virus no puede con Villapalacios
La localidad de Albacete se adapta a la nueva situación con un ojo puesto, como siempre, en los efectos del clima en sus cultivos y otro en la despoblación
El virus ha cambiado muchas cosas en Villapalacios, el pueblo de Albacete de mis padres en el que desde que tengo uso de razón he pasado todos mis veranos. Se han acabado los besos ráfaga que las mujeres te daban al llegar apretando con pasión sus mejillas, seguidas de las consabidas preguntas: ¿Cuándo has llegado?, ¿y tus hermanicas, van a venir? Y no por falta de cariño hacía mí, mis hermanas y, sobre todo, mis padres, sino porque en mi pueblo se cumplen, de forma estricta, las normas de distancia social impuestas para frenar el coronavirus.
A caballo de Castilla-La Mancha, And...
El virus ha cambiado muchas cosas en Villapalacios, el pueblo de Albacete de mis padres en el que desde que tengo uso de razón he pasado todos mis veranos. Se han acabado los besos ráfaga que las mujeres te daban al llegar apretando con pasión sus mejillas, seguidas de las consabidas preguntas: ¿Cuándo has llegado?, ¿y tus hermanicas, van a venir? Y no por falta de cariño hacía mí, mis hermanas y, sobre todo, mis padres, sino porque en mi pueblo se cumplen, de forma estricta, las normas de distancia social impuestas para frenar el coronavirus.
A caballo de Castilla-La Mancha, Andalucía y Murcia, los villapalacenses son personas secas pero generosas, fuertes, austeras y directas: “Aquí hemos estado muy bien, veremos ahora que empezáis a venir los de fuera”, te lanzan a ti, que acabas de llegar. No les falta razón. Aquí no ha habido bajas. Solo dos infectados, trabajadores de la residencia de la vecina Salobre, donde fallecieron 20 ancianos.
En una localidad en la que nunca hay prisa se sabe cuando entras a una tienda, pero no cuando vas a salir. Como en Casa Quijano, el corte inglés local en el que te dan toda la conversación que quieras y te aconsejan siempre lo mejor, que casi nunca es lo más caro. Por eso, ahora que solo puede entrar una persona en los comercios, correos y ayuntamiento, es normal ver colas de gente en la calle, aunque se superen los 30 grados.
Tampoco te preguntan si te vas a quedar hasta la Feria, porque este año no habrá. Fue una de las medidas que tomó el alcalde José Ángel. No habrá procesión del Santo Cristo el 14 de septiembre, aunque alguna fórmula creará el padre Alejandro para cumplir con la tradición, él que ha revolucionado las redes conectando a los del pueblo y a los de fuera retransmitiendo charlas, encuentros y ceremonias durante todo el confinamiento. Tampoco invadirán la plaza con sus puestos los turroneros ni el del tiro, irresistible por muy pacifista que seas y aunque el premio sea un llavero del equipo contrario. Y no habrá Juego de la Taza, en el que, durante tres noches al año, ocho bolas, que los jugadores suelen lubricar con un escupitajo para que les dé suerte, deciden en segundos el destino de montones de billetes que pasan de mano en mano, en este juego ancestral que no conoce género ni clases y que es único aquí y en la vecina Cózar (Ciudad Real).
Y si no hay feria no vendrán muchas familias, como la mía, que el desempleo arrojó a Valencia, Mallorca (sobre todo Felanitx) y Barcelona; algo que permitía ver durante los veranos circular por las calles de Villapalacios a varios taxis amarillos y negros que daban ganas de pararlos para que te llevaran a La Glorieta o al río Guadalmena.
En Villapalacios se ha acabado jugar al truque en el bar de Chicharro durante la siesta. Cierran a mediodía para evitar propagaciones, pero antes y después es posible seguir comiendo su brutal carne con ajos, mientras que en el de Geta te hacen “las mejores patatas bravas del mundo” o “matrimonios”, una tapa diez a base de anchoa y boquerón, y en el de Juanpe te preparan un manjar: tomate y pepino del terreno partido con sal y aceite.
La cuarentena también ha llegado a las partidas de cartas, a peseta, de casa de Consuelo, en la que todas las jugadoras, como ella, pasan los noventa, o las que hacían, bajo una farola en la Bolea, otras más jóvenes, sobre los ochenta. “Sus hijas no les dejan venir”, se queja Isabel, sentada al fresco en la puerta de su casa, algo con lo que el virus no ha podido, aunque tenga que hacerse con la mascarilla puesta. También ha resistido el banco de la plaza donde los hombres repasan a todo el que pasa y recuerdan tiempos mejores.
Tras la cosecha “regular” de cereal, más que el virus preocupa la mosca del olivo, que este año amenaza con no poder repetir la hazaña casi épica de vender a la misma Grecia parte del excelente aceite que se produce a más de 800 metros de altura.
Pero el mayor problema de Villapalacios es la despoblación. Si en 1962 se decidió que la vía del tren que unía Andalucía y Valencia no se estrenara impidiendo que la comarca creciera, ahora se espera que la prometida autovía redima la desgracia. Por ahora, y como alarma de esta situación, desde el 31 de julio las 25.000 personas de la Sierra de Alcaraz se han quedado sin Correo para ir y venir a Albacete.
Pero hay esperanza. Emilio José decidió volver con 30 años, después de que sus padres emigraran a Mallorca cuando él era apenas un adolescente. Otros, como Rodri, con 29, no se han movido nunca de aquí. “Soy mi jefe, me organizo como quiero, trabajo muchas horas, no tengo nómina y solo pienso en el día a día, pero soy feliz”, dice, creando cierta envidia.
En Villapalacios no hay palacios; alguna casa solariega de su pasado glorioso en el que los Condes de Paredes, sabios, encontraron aquí su retiro en el siglo XVI. De este esplendor quizá sobrevive un animal extraño en esta tierra de perdices, conejos y liebres, ciervos, cabras montesas, jabalíes y quizá linces: el pavo real de José Luis, que desde hace años luce, tras escaparse por las calles, su exótico plumaje. Ahora confinado grazna encerrado en el corral junto a las insignificantes gallinas para recordarnos, como la esperanza, que sigue vivo.
Pinturas mudéjares y naturaleza pura
Población: 583 habitantes.
Actividades: Agricultura (cereal y olivo) y ganadería.
Lugares para visitar: Iglesia gótica de San Sebastián y su coro con pinturas mudéjares y mirador de La Glorieta con vistas de Andalucía. En las cercanías: la ciudad de Alcaraz y su plaza renacentista con dos torres, una civil y otra religiosa compitiendo en altura. Salobre, con un paseo junto al río tan inolvidable como la comida del restaurante de la Tina, la mejor de la comarca. En Riópar, nacimiento del Río Mundo, naturaleza pura.