Opinión

Cuando la culpa siempre es de otro

El Gobierno catalán responsabiliza ahora a la ciudadanía de los rebrotes que no ha sabido controlar. La rapidez con la que levantó las restricciones en la desescalada han contribuido al exceso de confianza

Miquel Buch, Meritxell Budó y Alba Vergés en una rueda de prensa.MARTA PÉREZ (EFE)

Tres o cuatro semanas de gestión propia y estamos peor que el resto de España”. Lo ha dicho Benito Almirante, jefe del servicio de Enfermedades Infeccionas de Vall d’Hebron. Esta valoración expresa un sentir muy general entre los profesionales de la salud pública, que observan con estupor la dificultad que tiene la Generalitat para transmitir autoridad y solvencia en la lucha contra la pandemia. Está claro que tanto en la gestión del brote del Lleida como en el de la Torrassa se ha actuado tarde. En el caso de Lleida, el riesgo de rebrote era evidente desde el momento en que se supo que había ...

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Tres o cuatro semanas de gestión propia y estamos peor que el resto de España”. Lo ha dicho Benito Almirante, jefe del servicio de Enfermedades Infeccionas de Vall d’Hebron. Esta valoración expresa un sentir muy general entre los profesionales de la salud pública, que observan con estupor la dificultad que tiene la Generalitat para transmitir autoridad y solvencia en la lucha contra la pandemia. Está claro que tanto en la gestión del brote del Lleida como en el de la Torrassa se ha actuado tarde. En el caso de Lleida, el riesgo de rebrote era evidente desde el momento en que se supo que había tres comarcas aragonesas limítrofes con brotes vinculados a un tipo de industria y trabajo temporal idénticos a los que hay en el Segrià. Y el barrio de la Torrassa entró en la parte roja de la estadística de riesgo doce días antes de que se adoptaran medidas.

La consejera Alba Vergés pone voluntad y empeño, pero es evidente que el Gobierno catalán no ha sabido transmitir ni la autoridad ni la confianza necesarias, lo cual es grave después de haberse pasado semanas criticando las decisiones del Gobierno central, la administración que en ese momento tenía la responsabilidad de la lucha contra la pandemia. Pese a la retórica encendida con que la portavoz Meritxell Budó y el consejero Miquel Buch criticaban las decisiones del “Gobierno de España” para minar su credibilidad, en realidad la Generalitat no dejó de tener nunca el mando de la gestión directa de la respuesta sanitaria y social. Lo único que no tenía era la responsabilidad de las decisiones que afectaran a derechos fundamentales. Pero sobre todo no dejó de tener nunca la responsabilidad y la capacidad de prepararse para la fase de la desescalada.

Han pasado solo unas semanas y ahora es el Govern de la Generalitat el que recibe críticas, especialmente desde el ámbito sanitario, por una gestión que muchos consideran errática, tardía y poco transparente. Y lo más sorprendente es que la reacción ante estas críticas haya sido un nuevo intento de responsabilizar a otros de lo que ocurre. Si antes culpaba al Gobierno central, ahora culpa a la ciudadanía. Es cierto que en las últimas semanas se ha producido un relajamiento en las medidas de distancia y seguridad, pero también en esto tiene parte de responsabilidad el propio Gobierno catalán, por las manifiestas contradicciones en las que ha incurrido.

En una crisis como esta, es vital generar confianza y esta depende de la capacidad para comunicar bien las decisiones que se toman. Pero para comunicar bien hay que tener las ideas claras y saber hacia dónde se quiere ir. Difícilmente se puede comunicar claridad donde hay oscuridad. Después de exigir medidas de confinamiento más duras y de criticar el sistema de fases impuesto en la desescalada, en cuanto recuperó el control la Generalitat se apresuró a levantar las restricciones. En las dos zonas donde ahora hay rebrotes graves la fase tres no duró ni 24 horas. Eso contribuyó al exceso de confianza que ahora se vuelve contra todos como un bumerán.

Los expertos habían insistido en que, para evitar rebrotes, era vital desplegar un sistema de vigilancia epidemiológica que permitiera controlar los nuevos casos y sus contactos y frenar así la cadena de contagios. Ha tenido más de cuatro meses para desplegar estos dispositivos, pero cuando han sido necesarios, no estaban a punto. Que ahora alegue problemas burocráticos para contratar resulta más bien patético. En realidad, es imprevisión. Hasta mitad de julio, cuando la situación ya se había descontrolado en Lleida y Barcelona, Vergés no anunció la incorporación de 500 agentes de salud más. Si aplicara los criterios de Alemania, debería contratar a cerca de 2.000. Nueva York, con 8 millones de habitantes, estimó necesario un dispositivo de 16.000 agentes para los rastreos.

La actual situación demuestra que no se ha sabido aprovechar la ventaja lograda en los meses de confinamiento. El virus dejó de circular, pero para evitar rebrotes era preciso aplicar una política proactiva. En lugar de esperar a que aparezcan los nuevos casos, hay que ir a buscarlos. Ahora sabemos que 70% de las personas que dan positivo en las pruebas PCR son asintomáticas. Eso significa que pueden haber estado contagiando hasta cinco días antes del resultado. La rapidez en la búsqueda es crucial. Hasta ahora se sigue a un promedio de cuatro contactos por cada positivo, cuando deberían ser por lo menos diez. En el caso de L’Hospitalet, el factor de reproducción del virus ha escalado hasta situarse en dos contagios por cada infectado nuevo. Con esta progresión, es difícil que pueda controlarse sin un confinamiento severo.

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