Madre sirena por un día
Una academia que enseña a nadar con la cola desde 2014, resiste contra viento y marea en Tarragona
“Vamos, mamá, deja de mentirme. No te creo”. La niña de cuatro años abre los ojos como platos mientras su boca permanece tapada por la mascarilla azul. Camino de una vida más o menos normal, a las 8.30, en coche, con el bañador puesto y el desayuno en la mochila, con desinfectante en las manos, hacia el campamento de verano —que ha abierto en el mismo edificio donde el colegio ha permanecido cerrado por la crisis del coronavirus—. La niña, rubia de pelo rizado, no deja de cuestionar a su madre. Sin dudarlo, se saca la mascarilla y exclama: “¿Cómo vas a ser sirena? Solo Ariel es una sirena”. Al...
“Vamos, mamá, deja de mentirme. No te creo”. La niña de cuatro años abre los ojos como platos mientras su boca permanece tapada por la mascarilla azul. Camino de una vida más o menos normal, a las 8.30, en coche, con el bañador puesto y el desayuno en la mochila, con desinfectante en las manos, hacia el campamento de verano —que ha abierto en el mismo edificio donde el colegio ha permanecido cerrado por la crisis del coronavirus—. La niña, rubia de pelo rizado, no deja de cuestionar a su madre. Sin dudarlo, se saca la mascarilla y exclama: “¿Cómo vas a ser sirena? Solo Ariel es una sirena”. Al volante, la madre calla y piensa: “Te lo demostraré”.
Reconozco que esta no debería ser mi crónica, sino la del periodista Jacinto Antón. Me lo recuerda sin vacilaciones, pero luego me anima a seguir y a meterme en el mar. Antes de emprender ese viaje hacia el fondo del mar –para ser sincera el camino es hasta Tarragona–, Antón recomienda un libro, que define como culto y apasionante, del especialista en la antigüedad clásica Carlos García Gual: Sirenas, seducciones y metamorfosis. García Gual explica el éxito de las sirenas: “Es la llamada del placer ligada a la seducción femenina, el espejismo encantador, la atracción fatal, la mujer regresiva que arrastra al desenfreno al hombre —a su vez ansioso de ser seducido—, cosas muy universales. La sirena se va dotando de características que robustecen el mito. Obviamente la vinculación al agua, el que sea medio pez, da mucha mayor fuerza, nos remite al mundo del subconsciente. El líquido está muy unido a la idea del placer”. Antón recomienda también una canción: Song to the Siren, de Tim Buckley.
Después de dejar a la niña en el campamento, la cita es en la playa del Miracle. Una parada técnica para poner gasolina demuestra que vamos por buen camino: en la tienda venden esas sirenas de peluche y colores chillones que valen 12,95 euros. Lucen largo pelo rizado y joyas. El GPS nos lleva hasta la cita. Poca gente a primera hora en la playa. Una persona medita. Otra carga con el parasol para instalarlo en la arena, seguida de varios hijos. Y entonces llega la sirena. La reconozco por el pelo, largo y rizado como el peluche o como la imagen idílica que se tiene de ellas. Ella es Susana Seuma, responsable de la academia de sirenas, la primera que surgió en España en 2014. Desde entonces enseñan a ser una sirena o un tritón. En Tarragona, pero también en Barcelona y en Canarias.
“No deja de ser un deporte, una forma de nadar. En ese momento, cuando entro en el agua, me convierto en un mamífero marino, que es lo que me gustaría ser”, explica Seuma, de 46 años. Hace 10 años esta leridana, filóloga y ahora residente en Tarragona, sufrió un accidente que la dejó cuatro meses sin poder caminar. “El agua fue mi forma de recuperación”. Trabajaba entonces como encargada en una tienda de electrónica. “Tuve que dejarlo porque no aguantaba de pie. El que es mi socio vio en mí a una sirena”. Su socio y cocreador de Sirenas Mediterranean Academy es Alejandro Rodríguez Bosch. Y así nació esta escuela. Y su forma de vida. La actividad de una jornada ronda los 50 euros, aunque hay diferentes propuestas con distintos precios.
Seuma, con la sonrisa puesta, saca de su bolsa el traje de licra y la monoaleta. El suyo, azul. El mío, anaranjado. En la orilla, estirada de lado, se pone su traje y enseña cómo hacerlo. Primero la aleta y luego ir deslizando la licra hacia arriba poco a poco. Tras una entrada poco glamorosa por parte de la que escribe, y unas fotos realizadas por Joan Sánchez que quedarán en un cajón, la sensación es brutal. Movimiento y rapidez en el agua. Y, tras el confinamiento, después de todos esos meses encerrados: la libertad.
“No deja de ser un deporte. Cuando entro en el agua, me convierto en un mamífero marino: es lo que quiero ser”
¿Cómo ha pasado la sirena esta cuarentena? “La he pasado en seco y ha sido muy duro. Mi última clase fue el 8 de marzo [Día Internacional de la Mujer], una clase especial con niñas por el día que era. Y estuve sin nadar hasta que el Gobierno nos dejó salir al agua, ya no me acuerdo en qué fase. El primer lunes que nos dejaron libres, a las 6.30 estaba viendo amanecer. Añoraba mucho el contacto con el agua”.
Su academia resiste contra viento y marea. Seuma asiente con cara de esperanza: “Es un año complicado. Las restricciones y los protocolos en las piscinas hacen muy difícil que la gente venga. Para nosotros, sin embargo, la seguridad ha sido muy importante y siempre hemos trabajado con grupos reducidos para poder enseñar. Pero es en verano cuando más acciones hacemos”. Este año, Seuma no solo será sirena, sino también trabajará como socorrista, para poder así afrontar el invierno. La despedida es optimista, como lo es Susana. Esto acabará pronto. O al menos así lo esperamos todos los presentes.
Vuelta a casa con teléfono en mano. La niña de cuatro años ve la imagen. La vuelve a mirar. Coge el teléfono y con sus dedos minúsculos amplía la foto. Sonríe. Mamá es, más o menos, sirenita. Por un día.