Las últimas horas de los héroes que perdieron su vida en la dana: “Acaba de salvarme tu marido”
José Vicente Fernández y Carlos González rescataron al menos a cuatro personas antes de ser arrollados por la tromba de agua que se cobró la vida de 229 personas
Salvarlos a todos antes que salvarse a sí mismo. Eso quería José Vicente Fernández Comos. Pensó en todos antes que en él. Cuando la riada ya se había cobrado la vida de más de 130 personas, José Vicente luchaba por poner a salvo a sus vecinos. Y lo logró. Sobrevivieron. Mientras el agua lo sobrepasaba, este chófer fuerte y corpulento subía a los demás al capó de un coche que servía como puente para llegar a un balcón. Al mismo tiempo, en el tercer piso de la vivienda donde residían, en la calle Joaquín Escrivà Peiró de Catarroja, se encontraba su esposa, Rosa María Pascual. Tenía su teléfono e...
Salvarlos a todos antes que salvarse a sí mismo. Eso quería José Vicente Fernández Comos. Pensó en todos antes que en él. Cuando la riada ya se había cobrado la vida de más de 130 personas, José Vicente luchaba por poner a salvo a sus vecinos. Y lo logró. Sobrevivieron. Mientras el agua lo sobrepasaba, este chófer fuerte y corpulento subía a los demás al capó de un coche que servía como puente para llegar a un balcón. Al mismo tiempo, en el tercer piso de la vivienda donde residían, en la calle Joaquín Escrivà Peiró de Catarroja, se encontraba su esposa, Rosa María Pascual. Tenía su teléfono en la mano cuando recibió la llamada de Silvia. “Acaba de salvarme tu marido. No te preocupes que ahora nosotros lo vamos a salvar”, escuchó al otro lado de la línea. José Vicente ya había cumplido su misión y pensó que era su turno, pero cuando intentaba subir, una tromba de agua lo arrastró. Su resistencia no se acabó ahí. En medio del mar de coches que lo rodeaban y tragando agua, el hombre sacó la cabeza y con la energía que le quedaba se sujetó a los cables de la luz. Desde los pisos más altos intentaron ayudarlo con flotadores y escaleras, pero la corriente se lo llevó. El hombre que acababa de cumplir 58 años fue una de las víctimas de la dana de Valencia del pasado 29 de octubre de 2024. Su esposa sabe de tres personas a las que salvó, pero cree que pueden ser más.
Ya ha pasado un año. Algunas paredes, visiblemente desgastadas, muestran marcas de agua que delatan hasta dónde llegó la inundación. También hay algunos rayones con mensajes en contra del presidente de la Generalitat valenciana, Carlos Mazón. En el mismo lugar donde José Vicente salvó a sus vecinos, las palmeras se mueven con fuerza. Se ha caído un árbol sobre un coche que estaba aparcado. Los niños corren y gritan, mientras los mayores observan las nubes. Rosa sigue viviendo en el mismo edificio. Sale con el carro de la compra y se queja del sonido del martillo demoledor que taladra el suelo que está en obras. Se encuentra con una vecina.
―Rosa, qué difícil es verte.
―¿Cómo lo llevas? — pregunta Rosa.
―Vamos, aguantando. Hoy, aire; ayer, aire. Llevamos una semanita que vamos… Yo llevo peor el aire que la lluvia porque como ese día no llovió y hacía aire, lo llevo peor.
Se despiden, pero la mujer le recuerda que está ahí para lo que necesite. “Ella es Silvia. La última persona a la que mi marido salvó. A ella y a su marido”, dice Rosa recordando la llamada que le hizo la mujer aquel 29 de octubre. José Vicente disfrutaba de su último día de vacaciones. Su hijo menor los llamó para avisarles de que en su trabajo lo habían mandado pronto a casa por el riesgo que existía de que se desbordara el barranco. “Pues vamos a por mi moto y la llevamos a una zona más alta, que mañana trabajo”, cuenta Rosa que le dijo José Vicente. Pensaron que podrían inundarse los garajes como ya había pasado antes.
José Vicente era chófer de una empresa de logística. Empezó trabajando con un tráiler en una empresa de pescado y de ahí sus amigos lo conocen como El Pesca. A veces se iba el lunes y regresaba el domingo. Su voluntad de ayudar siempre fue visible: muchas veces sus exjefes lo llamaban para preguntarle si conocía a algún parado que estuviera en búsqueda de empleo y él, sin pensarlo, pasaba la información, según señala su esposa. Rosa recuerda el sonido del móvil en las madrugadas, se trataba de algún compañero que estaba en carretera y preguntaba por una ruta. “Eran las 4 de la mañana y él se despertaba para ayudar en lo que necesitaran”, relata Rosa con un pañuelo con el que seca las lágrimas que caen por sus mejillas. No importaba la hora ni la situación, siempre estaba para todos. Lo demostró hasta su último suspiro.
El día de la riada ya estaban en el tercer piso del edificio donde vivían. José Vicente bajó hasta tres veces al garaje con otro de sus hermanos. El miedo invadía a Rosa. Desde su balcón veía cómo el nivel del agua empezaba a inundar las calles. El hombre le dijo que bajaría una última vez porque su hermana Lourdes —a quien quería como a una madre— necesitaba un motor de arranque para su coche. Le pidió que se quedara arriba, pero él solo la besó y le dijo: “Venga, que mi hermana me está esperando”. Entre las 19.30 y las 20.00 recibió una llamada de su cuñada Lourdes en la que le pedía auxilio. Cuando estaban intentando sacar el coche, fueron sorprendidos por la tromba de agua. La puerta se cerró y quedaron atrapados, pero entre todos lograron abrirla. Los hermanos de José Vicente lograron salvarse.
Los coches ya estaban flotando. José Vicente empezó a subir a sus vecinos que se ponían a salvo en un balcón. Cuando él intentó subir al balcón con ellos, una ola se lo llevó. La alarma de la Generalitat llegó cuando él intentaba salvarse, eran las 20.11. Rosa no sabía lo que estaba pasando, tampoco podía verlo, pero desde la ventana le gritaba que resistiera por ella, por sus dos hijos, por su familia. Pensó en saltar. Su corazón latía con fuerza, ya presentía la mala noticia.
A una semana de que se cumpla un año de la tragedia, Rosa llama a uno de sus cuñados que al otro lado de la línea le contesta: “Me pongo mal si hablo de esto. ¿Cómo era mi hermano? Pues como un padre. Siempre estaba ahí para todos”. Rosa cuelga y dice “ese era mi marido. Era mi media naranja”.
Frente al cementerio de Catarroja, a Manolo Gil se le ponen los pelos de punta cuando escucha hablar de José Vicente. Se queda en silencio y toma una bocanada de aire: “Mira como me he puesto solo de escuchar su nombre. Él salvó a varias personas”. Este diario ha tratado de contactar a los supervivientes que rescató, pero han preferido no tener que revivir aquel 29-O.
Pero hubo otros héroes. Hace unas semanas, Elena González se enteró de que el día de la riada su hermano Carlos González, que vivía en Benetússer, también salvó a una mujer. Un amigo, que estuvo esa tarde con él y que sobrevivió, le contó que entre los dos sacaron a una señora que había quedado atrapada en su coche. Mientras el agua les llegaba al cuello, consiguieron abrir el vehículo y ponerla a salvo, pero justo entonces llegó una ola que los arrastró a los tres. “Mi madre siempre repite que él ha muerto salvando a la gente”, relata Elena con los ojos encharcados. La mujer que lleva el nombre de Carlos en una camiseta negra tiene en la ventana de una cocina las flores artificiales que su hermano le regaló por última vez. “Si él hubiera sobrevivido a esto, él habría sido de los voluntarios con medalla, porque habría estado más que ninguno de todos nosotros”, señala.
Carlos conducía por la antigua carretera Real de Madrid, una vía que atraviesa los municipios de Benetússer, Alfafar y Massanassa. Mientras conducía, intercambiaba mensajes por WhatsApp con sus dos hijos, quienes le comentaron que parecía que iba a llover. Durante el trayecto, se encontró con un amigo. Según relata Elena desde su casa en El Saler, al sur de Valencia, “la señora desapareció y el amigo logró sujetarse a un árbol después de haberse golpeado”. A las 20.54 ya no le llegaban los mensajes.
El hombre de 56 años era muy enérgico, alguien que vivía la vida con intensidad, como recuerda su hermana. Emprendió varias veces y con lo que tenía se dedicó a vivir la vida. No se perdía una fiesta y tenía un entusiasmo contagioso: quería comerse el mundo. Le encantaba disfrutar la vida al máximo, sin reservas. Siempre estaba dispuesto a ayudar, ya fuera a su madre o a cualquier persona que lo necesitara. Lo demostró.