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Guillermo Fernández Vara, gratitud en la despedida

La mejor forma de honrar su legado es recordar lo que siempre fue: un extremeño de pura cepa y un militante orgulloso de su tierra

Hoy todas y todos los socialistas españoles sentimos con profundo dolor la muerte de nuestro compañero Guillermo Fernández Vara.

Pero ese dolor, me consta, es compartido por mucha más gente. Lo sienten igualmente los demócratas de toda España. Y lo siente su tierra, Extremadura, a la que se entregó ...

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Hoy todas y todos los socialistas españoles sentimos con profundo dolor la muerte de nuestro compañero Guillermo Fernández Vara.

Pero ese dolor, me consta, es compartido por mucha más gente. Lo sienten igualmente los demócratas de toda España. Y lo siente su tierra, Extremadura, a la que se entregó en cuerpo y alma. En esa triple militancia —en su partido, en la democracia y en Extremadura— se resume una vida entera de compromiso con la igualdad, la justicia y la solidaridad.

Hace poco más de año y medio, coincidí con él en la apertura del XIV Congreso Regional de mi partido en Mérida. Guillermo subió a la tribuna, como tantas otras veces, entre las muestras de reconocimiento y cariño de sus compañeros y compañeras. La huella de la enfermedad era visible. Avanzaba cruel e implacable a la vista de todos. Pero aquel día Guillermo no iba a dejar que su cuerpo herido hablase por él. Y su voz se alzó firme una vez más para demostrarlo.

En ese acto, Guillermo nos confesó que había titulado aquel discurso bajo una palabra: “despedida”. Y que, poco antes, la había tachado para en su lugar escribir la palabra “gratitud”. Era lo que sentía por sus compañeros. Era lo que sentía por Extremadura. Era lo que sentía por la sanidad pública que cuidaba de él. Incluso en un momento como aquel, era él quien quería expresar gratitud, más que recibir el justo homenaje que merecía. Ese hecho habla por sí solo de su grandeza espiritual y su inmensa talla humana.

Por eso, estoy seguro de que la mejor forma de honrar su legado es recordar lo que siempre fue: un extremeño de pura cepa y un militante orgulloso de su tierra. Su amor por Extremadura era la fuente de toda su acción política. Un amor que nacía de la pasión que sentía por ella y la profundidad con que la conocía.

Sabía de sus potencialidades y virtudes. Sabía de la fuerza y la dignidad de sus gentes. Pero, sobre todo, sabía de los sacrificios y las injusticias con que la historia reciente la había marcado. Una historia que no solo era necesario, sino posible revertir.

Guillermo soñaba con una Extremadura que nunca más fuera tierra de despedidas. Nunca más mera fuente de mano de obra para otras latitudes, bendecidas por la industrialización. El futuro podía y tenía que estar allí. En la misma Extremadura a la que tanto amaba. Hizo de ese sueño una tarea colectiva y embarcó en ella a toda la sociedad civil.

Guillermo supo ver que, en la revolución verde y digital, estaban el porvenir y la modernización de Extremadura.

Era el momento —como él decía— de mirar al futuro sin miedo y sin complejos. Desde el Gobierno, apostó por las energías limpias, por la innovación tecnológica, por la formación y el empleo de calidad. Se volcó con la universidad pública, hasta convertirla en un semillero de talento. Hoy mismo, España tiene como ministro de la gran economía que lidera el crecimiento de la eurozona a un extremeño orgullosamente formado en la universidad pública de Extremadura.

Antes que muchos otros, supo ver que la transición ecológica no solo era una obligación moral y un compromiso con las generaciones venideras. Era, también, una inmensa oportunidad para su tierra. Una oportunidad única para la reindustrialización. Y no la iba a dejar pasar de largo.

Pero su compromiso político y moral trascendía con mucho los límites de su Extremadura natal. Como miembro destacado de la Comisión Ejecutiva Federal, pude compartir con él muchas conversaciones sobre el futuro de España y sobre el papel de los territorios, en una arquitectura institucional compleja como la nuestra.

Siempre aportaba una mirada clara, inteligente y generosa. Sabía escuchar y sumar desde una inmensa autoridad moral forjada sobre su coherencia y ejemplaridad. Y con ellas, trabajó sin descanso por unir la España plural y diversa a la que tanto amó. Por eso su pérdida supone un inmenso vacío. Pero queda el legado de un gran servidor público y de un hombre bueno, en todo el sentido de la palabra.

Querido Guillermo, en el momento de la despedida, y aunque tú nos pidieras lo contrario, nuestra es la gratitud por haber contado con tu compromiso y tu amistad. Por el privilegio de haberte tenido entre nosotros. Y por servir a Extremadura y a España hasta el último aliento de tu vida.

Hasta siempre, compañero.

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