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El terror detrás del crimen de Badajoz: “Podían ser los hijos de cualquiera”

El crimen de la educadora Belén Cortés en un piso tutelado de menores infractores supone un reflejo de una realidad silenciada de estos centros y se cuela en las casas de todos

Entrada al piso tutelado de Badajoz donde murió Belén Cortés Flor, educadora de 35 años.Jaime Villanueva

Cuando los agentes le dejaron ver a su hijo después de una semana desaparecido, le sorprendió que pareciera como “uno de esos hombres que se esconden en los camiones de Algeciras”. El chaval, de 14 años, llevaba unos pantalones de chándal del Barça que no eran suyos, el pelo rasurado por encima de las orejas, un trasquilado con mechones azules, la mirada perdida. El padre de este joven, un líder sindical de Extremadura llamado a dirigir la organización nacional, hacía seis meses que había decidido que ya no podía con él. Después de que consiguiera la custodia en septiembre, su hijo le fracturó...

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Cuando los agentes le dejaron ver a su hijo después de una semana desaparecido, le sorprendió que pareciera como “uno de esos hombres que se esconden en los camiones de Algeciras”. El chaval, de 14 años, llevaba unos pantalones de chándal del Barça que no eran suyos, el pelo rasurado por encima de las orejas, un trasquilado con mechones azules, la mirada perdida. El padre de este joven, un líder sindical de Extremadura llamado a dirigir la organización nacional, hacía seis meses que había decidido que ya no podía con él. Después de que consiguiera la custodia en septiembre, su hijo le fracturó la nariz de un puñetazo. Nunca imaginó, como tampoco lo hizo el padre del otro chico de 15 años, un famoso cocinero y líder político local, lo que iba a suceder casi 48 horas después. El crimen brutal de la educadora social, Belén Cortés, que los custodiaba la noche del 9 de marzo en un piso tutelado de Badajoz, ha helado las casas extremeñas porque nadie se explica qué tiene que fallar para que unos jóvenes a los que aparentemente no les había faltado nada, un día decidan coger un cinturón y estrangular con él a su cuidadora hasta quedar seguros de que dejaba de moverse.

“Podían ser los hijos de cualquiera y eso es lo que asusta”, resumía una vecina en Castuera mientras sentía el terror y la incredulidad de medio pueblo el día en que sepultaban a Belén. Mientras los tacones arañaban el asfalto y alguna tos rompía el silencio que imponía el féretro de una mujer “alta y fuerte” de 35 años, no se oían llantos, ni consignas. Ella también podía haber sido la hija, la hermana, la vecina de cualquiera.

Los detenidos por su crimen son tres, una joven de 17 años y los dos de 14 y 15. Pero solo se les menciona a ellos cuando se habla del caso. Quizá porque ella ha declarado en la Fiscalía “no haber tenido nada que ver con el homicidio”, aunque las autoridades continúan investigando su participación, pues se escapó esa noche en el coche robado con los otros dos. Y puede que solo se hable de ellos porque, una semana antes, esos dos compañeros de piso habían protagonizado una fuga nada discreta, que los llevó de los botellones en los carnavales de Mérida, a robar la caja de una cafetería, a saquear otra casa, a visitar el piso okupado de la madre de uno de ellos, a consumir cocaína y fumar heroína en papel de plata. Y porque todo apuntaba a que volverían a hacerlo, según los mensajes que la misma Belén le envió a su novio y a uno de los padres de los chicos esa noche.

Una fuente cercana a éste recuerda que los vio llegar deshechos a la comisaría de Badajoz después de su aventura, trasladados por los agentes desde el pueblo de uno de ellos, en Villafranca de los Barros, a 80 kilómetros de la capital pacense. Así como venían, de madrugada, acusados de dos robos menores, en una decisión altamente cuestionada estos días por los protagonistas de este suceso, incluida la familia de la educadora, un juez de guardia decidió enviarlos de nuevo a su casa. Eran las primeras horas del sábado 8 de marzo.

Para llegar a la noche del domingo 9 de marzo a las 22.30 horas, es necesario remontarse meses atrás. A los puntos que llegan a conectar a estos dos chavales, de familias conocidas de la región, con historias parecidas, que la Junta de Extremadura —encargada de su guarda y custodia—, a través de un juez de menores, decidió reunir dos semanas atrás en un chalet adosado de la calle Castillo de Benquerencia de Badajoz. Un domicilio en apariencia familiar, que funcionaba como un centro de menores a pequeña escala (solo convivían cuatro) que habían cometido alguna infracción. El lugar de trabajo de Belén, que se repartía con otros cuatro educadores la custodia por turnos de los menores. En este reportaje, para respetar su identidad, se les llamará Juan (al de 14 años) y Pedro (al de 15).

Cuando el padre de Juan, líder de la rama regional de un sindicato, logró en septiembre la custodia de sus dos hijos, hubo un titular en la prensa local: “Un juzgado de Don Benito retira la custodia de dos menores a una madre por obstaculizar las visitas al padre”. Eran Juan y su hermana, entonces de ocho años; él tenía 13 todavía. Según se lee en la nota del Canal de Extremadura y que detalla a este diario el abogado del padre, Fernando Cumbres, desde un restaurante de Badajoz, los niños llevaban cuatro años sin ver a su padre. Su madre, una científica que trabaja en una empresa agraria de la zona, había acusado a su exmarido de haber abusado de su hija, un hecho que nunca pudo demostrar. El letrado recordaba aquella noticia este miércoles, en la que declaró que su cliente había vivido un “calvario judicial”. Ni se imaginaba el vía crucis que le tocaría emprender solo seis meses después.

Cumbres habla por él, porque asegura que el padre —contactado también por este diario— no se encuentra en condiciones de relatar nada. Su hijo mayor, cuya imagen ha circulado sin reparos porque la familia la envió a la prensa cuando andaba desaparecido, con su pelo alborotado, sus ojos pícaros y sonrisa de niño, es posible que haya matado a sangre fría a una mujer. Que como mínimo haya visto por primera vez de cerca la muerte de una persona, un cadáver vapuleado y asfixiado, con 14 años. El de la mujer con la que él se mensajeaba esa misma noche sobre si le había hecho efecto un jarabe y que hacía las veces de madre durante unas horas. Juan vivía en esa casa desde el 13 de enero, después de que su padre decidiera un buen día que no podía más con él: el chaval le había dado una paliza y no había sido la única.

Pedro también vivía con su padre antes de llegar al centro de menores. Este conocido cocinero de la televisión regional, que se presentó a las últimas elecciones autonómicas, también le arrebató judicialmente la custodia de sus tres hijos a su madre hace nueve años. Pedro, como Juan, era el mayor. El padre habla con EL PAÍS por teléfono, consciente de cuál es el posible papel de su hijo y debe ser el suyo: “Sé muy bien que es un crimen horrible y debe pagar por ello y pedir perdón, pero creo también que hay que llegar a comprender cómo ha podido pasar algo así. Sé que esto era evitable desde el minuto uno”, advierte.

Antes de que le tuviera que “rogar” a la Junta que se hiciera cargo de su hijo hace algo más de un año, cuenta, la situación en su casa con sus otros dos hijos adolescentes era “insostenible”. “Tuve que ceder la guarda y custodia porque no éramos capaces con él. De un año para acá no podíamos más, y eso que mi hijo nunca ha sido violento conmigo, pero sí muy conflictivo, había mucha tensión en casa. Y tengo otros dos niños más pequeños, que se llevan un año, y tengo que protegerlos si uno ha perdido el control”, explica su padre. Pedro ha vivido desde hace dos meses y medio en centros de menores, pero solo 14 días en el piso que custodiaba Belén. De los cuales, una semana estuvo fugado. “No creo ni que la conociera bien”, apunta su padre. “De él se ha dicho de todo, hasta que si era experto en robar coches... Por favor, es un niño que se ha juntado con quien no debía, con mayores de edad que hacían eso. Es un niño que ha visto lo que no tenía que ver”, continúa.

Tanto el entorno de Juan, como el padre de Pedro, coinciden en algo: los jóvenes no tenían que haber regresado nunca a esa casa a cargo de Belén. Cuando la Guardia Civil encontró a los dos en el pueblo de la madre de Pedro y prestaron declaración por el robo de la cafetería sin un fiscal de menores presente —no había ninguno de guardia el sábado— que pudiera solicitar una medida más estricta, un juez determinó que volvieran al punto de partida. Y ese movimiento administrativo tan cotidiano, tan aparentemente inocuo, pudo poner a la educadora ante un riesgo extremo, aseguran.

¿Qué sucedió minutos antes del crimen de Belén?, ¿por qué no esperaron a volver a fugarse sin violencia por la mañana, como al menos Pedro había hecho en cuatro ocasiones anteriores? Estas preguntas siguen rebotando en las cabezas de sus progenitores. ¿Qué pasó en esas cuatro paredes para que sus “niños”, criados en familias de clase media, que faltaban al instituto, pero que ni siquiera habían golpeado a un compañero (según asegura el padre de Pedro), decidieran apretar con fuerza un cinturón, con la decisión que eso requiere para matar?

El crimen de Badajoz ha supuesto un golpe al hígado a una Administración que da explicaciones estos días a cuentagotas sobre un servicio a menudo invisibilizado, en este caso, externalizado a una empresa privada, Cerujovi, en la que trabajaba Belén Cortés con un turno sola por las noches con cuatro menores que habían cometido algún tipo de infracción. También ha sacudido a un sistema de justicia del menor, que en Badajoz (150.000 habitantes) no contaba con un fiscal de guardia por ser fin de semana— según ha asegurado a EL PAÍS un alto cargo de la Fiscalía Superior de Justicia—, como si la delincuencia infantil tuviera que restringirse al calendario escolar. Y a una realidad casi siempre en la sombra, la que viven cientos de educadores y trabajadores sociales que, tras la brutalidad del crimen de Cortés, han revelado las decenas de amenazas y agresiones con las que tienen que convivir en unos puestos de trabajo precarios.

El crimen de Belén Cortés ha removido aún más cosas. Los detalles de vida de cada uno de los implicados han pulverizado, sin necesidad de datos ni estadísticas, los prejuicios que habitualmente se utilizan para agitar el odio contra los menores que viven en este tipo de centros, especialmente con los de origen extranjero. Un crimen atroz, salvaje, presuntamente cometido por españoles como muchos otros. “No entiendo la opinión gratuita de la gente que no sabe lo que ha pasado, que no sabe lo que hay detrás. Pero les digo algo: Esto le puede pasar a cualquiera”, insiste el padre de Pedro.

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