En busca de mi Seat Ibiza amarillo: “Lo tenía ahí en la gasolinera. Se lo llevaron y no sé nada”
En el polígono de Valencia, donde los vecinos de la capital y de los pueblos suelen venir a comprarse el coche, el daño es inmenso. Se calcula en más de 90.000 los vehículos dañados
Rogelio Moreno camina a paso lento sobre una botas de agua, chubasquero negro y chándal a juego, muy cerca de unas vías de tren anegadas. Cabizbajo, sigiloso, con la mirada perdida, lleva unos días aturdido por la catástrofe que ha puesto en el foco a su pueblo valenciano de Sedaví, donde reside junto a 10.000 vecinos que viven, mayoritariamente, de la industria del mueble y el sector servicios. Aquí, quince días después de una riada –más bien tsunami, de casi dos metros de altura, visible por la marca que ha dejado en los edificios que eran blancos y hoy marrones de un barro que no se acaba n...
Rogelio Moreno camina a paso lento sobre una botas de agua, chubasquero negro y chándal a juego, muy cerca de unas vías de tren anegadas. Cabizbajo, sigiloso, con la mirada perdida, lleva unos días aturdido por la catástrofe que ha puesto en el foco a su pueblo valenciano de Sedaví, donde reside junto a 10.000 vecinos que viven, mayoritariamente, de la industria del mueble y el sector servicios. Aquí, quince días después de una riada –más bien tsunami, de casi dos metros de altura, visible por la marca que ha dejado en los edificios que eran blancos y hoy marrones de un barro que no se acaba nunca— y que arrasó como una gigantesca lengua voraz las calles, las peluquerías, las pollerías, los comercios, las inmobiliarias, Moreno trata de localizar a su viejo Seat Ibiza amarillo que se compró hace 17 años. No. No será por empeño. Cada mañana, este jubilado de 72 años sale un rato a pasear por las calles, por los descampados, pregunta a policías, a militares, voluntarios, al seguro, pero no, no hay rastro. “Lo tenía ahí en la gasolinera”, apunta con la perilla blanquecina. “Se lo llevaron y no sé nada”.
No es el único. La montonera de coches destrozados en Sedaví, Paiporta, Alfafar, Chiva… los pueblos pegados a Valencia que aquí se recitan de carrerilla y cada vez en más rincones de España por el eco de una catástrofe que aún es incalculable, sigue visible por las calles y las avenidas, hasta en bloques de cuatro pisos. Sí, hay vecinos que salvaron sus coches de milagro, pero estos días andan temerosos de que un día salgan de casa y tampoco los encuentren, que se confundan con los inservibles. De hecho, colocan carteles escritos de su puño y letra sobre las lunas, como si fueran multas o tickets de aparcamientos enormes. “No retirar este coche. Funciona y lo utilizo para trabajar”. “Esta moto funciona perfectamente. En el caso de que le moleste llame por favor a este teléfono”. “No tocar”. “No mover. Son de Autosport”. Se calcula que son cerca de 90.000 los coches destrozados.
En el polígono de Valencia, donde los vecinos de la capital y de los pueblos suelen venir a comprarse el transporte que les lleva al trabajo, al pueblo o de vacaciones, el daño es inmenso. Aquí viene desde hace una semana sobre las seis de la mañana el argelino Sofian “como la reina de España” Kebir, de 43 años. Sofian se mueve entre el barro como pez en el agua. Arranca el montacargas con sus dos piernas enormes que salen como ganchos, como si fueran el dedo índice y el corazón, y agarra por los bajos a los coches, y los levanta hacia arriba, como legos que pesan toneladas. Sofian tiene la misión de ordenar la calle, los aparta, uno a uno. Minutos después, aparecen grúas que los suben y se los llevan de viaje a desguaces, a descampados e incluso a campos que antes ofrecían pachangas de fútbol.
Aquí, en este polígono, se empieza a ver la luz. Hace dos días que el concesionario KIA, en mitad del barrizal y tras perder más de 160 coches, ha colocado una inmensa lona blanca visible de la carretera: “Abierto. Ventas”. José Arno, de 61 años, es uno de los trabajadores de este esquinazo. “Hemos abierto por un tema psicológico, para intentar reactivar la venta”. Han vendido un par de coches desde el lunes.
Pablo Estrela, de 44 años, no. Estrela ha venido esta mañana a supervisar los cinco concesionarios que coordina en la zona. De BMW, Nissan, BMG, Hyundai. Calcula que ha perdido más de 200 coches. Ellos se los llevan a Alicante. “Hay que ir cumpliendo una demanda. La gente está buscando coche”. Espera abrir la próxima semana.
En caso de ser uno de los vecinos afectados, los seguros privados no son los encargados de abonar los daños, sino el Consorcio de Compensación de Seguros. Aun así, para poder aspirar a una ayuda económica del Consorcio, el dueño de un vehículo siniestrado deberá de tener un seguro contratado.
Los encargados de la valoración de los daños son los peritos del propio consorcio. Francisco Carsi es uno de los 20 que están ahora mismo por Valencia. Cada uno tiene asignado un descampado de coches en función de los daños: muy dañados, dañados y poco dañados. En Sedaví, por ejemplo, hay tres solares. Donde trabaja ahora Carsi antes era un aparcamiento de Hyundai, que guardaba aquí coches impolutos para los clientes. Carsi llega a las ocho y media de la mañana. Se marcha sobre las seis de la tarde. Hace fotografías con su móvil a cada coche. Envía fichas con el parte a través de una plataforma. Si no tiene matrícula, lo intenta con los bastidores.
Una vez identificados y peritados, cuenta, el consorcio trata de localizar a los propietarios para tratar de cobrar las ayudas. Asegura que van bastante ágiles. Que ya hay vecinos que las están cobrando. “Los 1.000 coches de esta montaña están siniestros, prácticamente. Esto es una catástrofe”. La coordinación entre el caos se abre paso, pero las tormentas no entienden de burocracias. Un compañero de Carsi, poco antes de las diez de la mañana, se ha acercado a avisarle ante la lluvia que acechaba y traía, de nuevo, otra maldita dana:
— El coordinador nos dice que nos podemos ir a casa.