El río se desbordó en Benamargosa: “Nos ha salvado Valencia: si no hubiera pasado nada allí, aquí estaríamos muchísimo peor”
Bomberos, personal de servicios y voluntariado achican agua y limpian el lodo que afectó a casas, bares, oficinas, la parroquia y el campo de fútbol del pueblo malagueño, pero sin causar víctimas
El colombiano Carlos Samuel Córdoba, de 40 años, llegó hace solo dos semanas a Benamargosa (Málaga, 1.519 habitantes). Es el nuevo párroco de la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación y apenas ha tenido tiempo para conocer a sus nuevos vecinos. La mañana de este jueves lo ha hecho en circunstancias inesperadas: mientras muchos les echaban una mano para achicar agua y barro del templo. “Ayer salía un río del interior. Todo estaba flotando: los bancos, el confesionario... Yo agarré el sagrario y me fui para c...
El colombiano Carlos Samuel Córdoba, de 40 años, llegó hace solo dos semanas a Benamargosa (Málaga, 1.519 habitantes). Es el nuevo párroco de la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación y apenas ha tenido tiempo para conocer a sus nuevos vecinos. La mañana de este jueves lo ha hecho en circunstancias inesperadas: mientras muchos les echaban una mano para achicar agua y barro del templo. “Ayer salía un río del interior. Todo estaba flotando: los bancos, el confesionario... Yo agarré el sagrario y me fui para casa porque seguía lloviendo”, relataba este jueves el cura, que celebra que no haya que lamentar víctimas mortales tras el paso de la dana por la provincia malagueña y solo haya daños materiales. “Ver a la gente tan volcada con ayudar a los demás da mucha esperanza”, decía al señalar la intensa actividad de bomberos, maquinaria y voluntarios que había a su alrededor. Todos trabajaban en un paisaje arrasado por lo que parecía un tsunami después de que el río Benamargosa se desbordase en la tarde del miércoles por las intensas lluvias, que obligaron a desalojar, de manera preventiva, a más de 4.200 personas en distintos puntos de la provincia andaluza.
“Nos ha salvado Valencia: si no hubiera pasado nada allí, aquí estaríamos muchísimo peor. Pero teníamos la lección aprendida”, añade Pablo Díaz, que desde la primera parte de su vivienda veía cómo el agua entraba en el restaurante familiar que hay en el bajo y su moto, guardada en el interior, flotaba. “Tengo ahí cerca los dos coches y no he querido mirar si arrancan o no. Estoy cansado. No hemos dormido en toda la noche porque a las tres de la mañana nos dijeron que igual volvía a subir el río”, destaca. El que tampoco pegó ojo fue el alcalde, Salvador Arcas, que pasó probablemente las peores 24 horas de su vida. El miércoles gastó todas sus energías en avisar a sus vecinos que abandonaran la parte baja del pueblo, en recomendar que subieran a los pisos y zonas más altas, en acompañar a Protección Civil y Guardia Civil ante el miedo a que el río se desbordara. “Lo que no esperaba es que llegase hasta mi casa, que ya está en alto: de madrugada tenía un metro de agua dentro, con el sofá flotando por el salón”, señala. Su hermana Estefanía limpiaba la casa con las vecinas esta mañana mientras el regidor gestionaba la ayuda y acompañaba al presidente de la Diputación Provincial, Francisco Salado, y al de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno.
Este pequeño pueblo de la comarca de La Axarquía vive prácticamente del campo. Mangos y aguacates cubren las lomas de alrededor hasta que se pierde la vista. Nació alrededor de una vieja posada que, dicen los mayores, existía hace siglos junto al río. Allí mismo, con el tiempo, fueron estableciéndose algunas casas y luego los primeros negocios. Este jueves, a un paso de llamado puente de Los Diez Ojos, se concentra toda la actividad de la localidad: hay varios bares, una ferretería, un kiosco, un único supermercado y las sucursales de dos cajas. Todo se inundó sobre las cinco de la tarde del miércoles, cuando más arriba del pueblo el agua se acumuló en poco tiempo en el cauce del río Benamargosa —los registros de la Junta de Andalucía indican hasta 150 litros por metro cuadrado en pocas horas— y los dos azudes que frenan las riadas se llenaron y el caudal siguió hacia abajo. El nivel medio llegó a rozar los seis metros de altura, el doble de su anterior máximo histórico. Entonces devastó cultivos de subtropicales y el campo de fútbol quedó destrozado, con coches junto a las porterías, el césped artificial levantado y los banquillos hundidos.
Entonces el lodo y las cañas tomaron Benamargosa. “Fue como una ola: llegó, rompió la puerta y se llevó todo por delante”, explicaba Laura Ramírez, de 33 años, con un escobón en la mano, manchada de por todas partes y los ojos hinchados de llorar. A su alrededor se repetía la estampa: decenas de personas cargadas con cepillos, recogedores y lo que tuvieran a mano para sacar barro de todos los rincones. Lo hacían en el supermercado Covirán, en el bar Los Pepes, en la ferretería Jugreyma. También en la oficina de Cajamar, completamente anegada y donde todo quedó inservible. Más arriba, las sillas, impresoras y demás materiales de la sucursal de Unicaja se acumulaban en la puerta llenas de tierra ya seca. Varias familias sacaban todos sus muebles a la calle para echarles agua y esperar que se secaran al sol. Los vecinos se subieron a sus máquinas excavadoras y tractores para limpiar lo que podían. “Había que venir a ayudar”, decían las hermanas Rocío y Toñi Calderón, de 40 y 48 años, residentes en la parte alta del pueblo y que a primera hora bajaron a echar una mano a los afectados.
Con orgullo del apoyo vecinal, pero también triste por lo que tenía delante, Laura Ramírez mostraba cómo ha quedado el local que llevaban meses preparando para abrir un nuevo restaurante. “Las neveras, los frigoríficos, la cocina. Todo está hecho polvo. Esto nos va a costar mucho tiempo arreglarlo. Al menos son cosas y no vidas. Menos mal que no había nadie en la calle ni en esta zona cuando llegó el agua gracias a las alertas”, añade.
La Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) había activado el aviso rojo la medianoche anterior y el Ayuntamiento alertó durante todo el día del peligro. Ella, de hecho, no fue a su puesto de trabajo en un bar cercano porque ante las previsiones por su jefe dijo que el miércoles no abrirían. “Nosotras sí lo hicimos, pero al ver que llovía mucho nos fuimos pronto por la mañana y cerramos. Menos mal”, dice Brígida Martín, de 18 años, mientras limpia botellas y latas de refrescos del kiosco, donde el agua llegó al mostrador.
Operarios de ambas administraciones limpiaban las carreteras de acceso al municipio, con tramos repletos de tierra y piedras, desde primera hora de la mañana de este jueves. También había varios retenes de bomberos del Plan Infoca —generalmente dedicados a la extinción de incendios— y del Consorcio Provincial, que achicaban agua de garajes, sótanos o la sacristía de la iglesia. Allí media docena de sacerdotes de los pueblos cercanos se sumaron a la ayuda para salvar lo que se pudiera. Dos pequeños tronos se secaban en la calle y más allá se apilaban bancos, paños, flores, jarrones, las velas eléctricas o el confesionario. “Ahora empezaremos de cero: toca reinventarse”, apuntaba el nuevo párroco, Carlos Samuel Córdoba, que jamás esperó un recibimiento como este.