Un superviviente de la dana: “Conozco al menos 30 personas que podrían haber muerto”
Los vecinos de Sedaví y Alfafar, dos localidades golpeadas por una riada, rememoran la noche del desbordamiento que colapsó los municipios
Los vecinos de Sedaví y Alfafar, dos localidades que bordean por el sur a la ciudad de Valencia, han sufrido algunas de las peores consecuencias de la dana sin recibir una sola gota de lluvia. Alfafar, con cerca de 21.000 habitantes, fue el primer municipio en ser golpeado por el ...
Los vecinos de Sedaví y Alfafar, dos localidades que bordean por el sur a la ciudad de Valencia, han sufrido algunas de las peores consecuencias de la dana sin recibir una sola gota de lluvia. Alfafar, con cerca de 21.000 habitantes, fue el primer municipio en ser golpeado por el desbordamiento del barranco del Poyo, una rambla cercana que colapsó en la noche del lunes ante las abundantes precipitaciones causadas por la gota fría que ha asolado el Levante. Enseguida, le llegó el turno a Sedaví, con 10.000 habitantes y a la que solo una estrecha calle le separa de Alfafar. Hasta las siete de la noche, en las localidades reinaba una tensa calma. “Estábamos tranquilos porque solo hacía viento, pero ni rastro de la lluvia” recuerda Alfonso De Juan, un joven de 18 que se ha criado en la zona.
Sin embargo, una hora después, algunos residentes empezaron a recibir mensajes de alerta en sus móviles. “Unos amigos de Masanasa me dijeron que me metiera en casa, que el río se venía encima”, añade De Juan. Y en menos de 30 minutos, las localidades quedaron cubiertas por el alud de agua lodosa proveniente del barranco. “Estaba llegando del trabajo, eran las ocho y media y apenas me dio tiempo a cerrar la puerta”, narra Jeovany Moreto, un vecino de 45 años. Cuenta que el agua pasó por su calle, llevándose los automóviles estacionados y empujándolos contra garajes y locales comerciales.
Relata que se encerró con su hijo en el garaje, pero enseguida el agua le llegó hasta la cintura, por lo que tuvo que pedir auxilio a la vecina del segundo piso, que los llevó hasta la terraza. Este es un relato común para la mayoría de vecinos que comparten que han tenido que pasar la noche en casas de desconocidos ante la imposibilidad de llegar a sus viviendas.
El desbordamiento cubrió las calles de ambos pueblos hasta cerca de las cuatro de la mañana del miércoles y, en paralelo, interrumpió el suministro energético, de agua potable. Fueron siete horas de caos absoluto. La crecida dejó atrapados a muchos vecinos en el interior, sus vehículos o dentro de los locales comerciales. De Juan vio cómo varios residentes tiraban cuerdas desde los balcones para rescatar a quienes habían conseguido subirse a su propio coche o agarrarse de una farola para evitar ser arrastrados por la corriente. “Conozco al menos 30 personas que estuvieron a punto de morir anoche”, comparte.
Fue el caso de Juan P., que no quiere dar su apellido. Narra que salió en rescate de un familiar únicamente con el apoyo de un palo de escoba. “En algún momento, mientras caminaba, me caí en una alcantarilla que estaba destapada; si no llego a estirar los brazos para agarrarme, ahora no estaría contando esto”, comparte con serenidad. Aunque no todos corrieron la misma suerte, una vecina de 18 años de Alfafar murió tras intentar abandonar su negocio de estética. La fuerza del agua impidió que saliera a pedir ayuda. Los vecinos la encontraron en el local una vez se redujo el nivel del agua. Se estima que la dana ha dejado al menos tres fallecidos en esta localidad. Y en total, el paso de la gota fría ha dejado unos 100 fallecidos en toda la Península, así como centenares de desaparecidos, entre ellos niños y hasta un bebé de pocos meses.
Ya en la mañana, montañas de hasta tres vehículos de altura se erguían en las principales avenidas de los dos pueblos. Mientras, cientos de vecinos achican con escoba en mano el agua lodosa de los rellanos. Otros escalan las montañas de chatarra intentando llegar hasta sus portales o negocios. De Juan se escabulle al interior del colegio de Alfafar, donde unas marcas en la pared revelan la altura de la riada.
Prácticamente, ningún establecimiento a nivel del suelo se ha salvado de la fuerza del alud. El Ayuntamiento de Sedaví se ha quedado sin paredes frontales y la biblioteca local ha terminado colapsando. Cientos de libros han quedado esparcidos por la plaza central del pueblo, donde un enorme charco recubre por completo la entrada de un aparcamiento subterráneo. Oficinas bancarias, promotoras de vivienda, bares y hasta el supermercado Consum de la calle principal de Alfafar también han quedado inoperativos. De este último comercio salían vecinos con carritos llenos de productos. “Es gente salvando lo que de otra manera quedará inservible”, comenta De Juan. Imágenes parecidas se han visto en Paiporta, La Torre, el Horno de Alcedo, que también bordean por el sur a Valencia.
El Ikea de la ciudad, localizado en un extremo de Alfafar, se ha convertido en un refugio provisional donde solo pueden entrar vecinos de las localidades con autorización de la Guardia Civil. Desde Alfafar han explicado que los mismos agentes han trasladado a afectados de la zona a estas instalaciones, en las que siguen teniendo luz gracias a un generador propio. Moreto ha recorrido toda la zona para encontrar uno de sus vehículos de trabajo, una furgoneta que compró hace seis meses y que ha encontrado varias calles más allá de su casa “sin daños aparentes”, pero que prefiere no encender “hasta que los circuitos internos se sequen”. La situación es igual para la mayoría de vecinos que no han pegado ojo en toda la noche. “Vamos a tardar meses en salir de esta”, comparte este residente ecuatoriano a quien le han comentado que algo así no sucedía desde 1957, cuando Valencia vivió otra riada histórica.
“Algunos lo han perdido todo, sobre todo aquellos que vivían en un primero o tenían locales a pie de calle”, agrega De Juan, quien se encuentra con unos amigos en la calle principal de Alfafar, frente al supermercado, de donde aún salen vecinos con cajas de cereales o bolsas de café.
—¿Ves eso? Esa es la peluquería donde solía cortarme el pelo, dice mientras señala un local cercano.
El sitio, cuyo cristal delantero está partido en mil pedazos, luce un mostrador destrozado por el agua y varias sillas volcadas. Fuera, un grupo de vecinos se ha detenido a tomar un descanso. De fondo suena la sirena del supermercado que empezó a pitar en la madrugada, según De Juan. La mayoría parece haberse acostumbrado ya.