No es neoliberalismo, es machismo
En el caso de Errejón no se adoptaron las mínimas medidas que le son exigibles a una formación de izquierdas que tanto ha trabajado en favor de las mujeres, porque lo primero siempre son las víctimas
El feminismo gana batallas. Se ha roto el silencio de las mujeres. Hablan las mujeres que sufren acoso y violencia sexual por parte de varones poderosos y hay otras mujeres que las sostienen. Ahí está la red de Cristina Fallarás. Lo hemos visto en el cine y en el mundo de la cultura. Es el momento de la política.
Considerando las circunstancias, que doy por conocidas, y sin prejuzgar el caso desde el punto de vista jurídico, queda claro ...
El feminismo gana batallas. Se ha roto el silencio de las mujeres. Hablan las mujeres que sufren acoso y violencia sexual por parte de varones poderosos y hay otras mujeres que las sostienen. Ahí está la red de Cristina Fallarás. Lo hemos visto en el cine y en el mundo de la cultura. Es el momento de la política.
Considerando las circunstancias, que doy por conocidas, y sin prejuzgar el caso desde el punto de vista jurídico, queda claro que la dimisión de Íñigo Errejón era la salida más responsable y la decisión más razonable. Que la ejecutiva de Movimiento Sumar se la exigiera y después la aceptara, por unanimidad, era la única alternativa. Un ejercicio de higiene democrática del que hoy ya no se puede escapar, aunque es probable que, en este caso, llegue demasiado tarde. Todo el mundo sabe que en junio de 2023 se difundió en redes un testimonio similar al de estos días en el que se acusaba directamente a Íñigo Errejón y al que es evidente que no se prestó la atención que merecía. Es verdad que un tuit no es una denuncia y una delación anónima no puede dar lugar a una caza de brujas. Errejón ha sido un político brillante y audaz, un gran intelectual, un referente indubitado de la izquierda española, y un portavoz excepcional. Nunca es fácil postergar o prescindir de personas con habilidades y capacidades tan poco comunes. Sin embargo, hay que reconocer, sin paliativos, que no se adoptaron las mínimas medidas que le son exigibles a una formación de izquierdas que hace bandera del feminismo y que tanto ha trabajado en favor de las mujeres. Lo primero, siempre, son las víctimas.
Está claro que los políticos no son héroes virtuosos. No se les puede exigir que vivan conforme a dogmas, como si fueran santos o eremitas, porque nadie está a la altura de sus propios ideales, ni mucho menos de los ideales de aquellos a los que representa. Pero los políticos tampoco son simples gestores. En la medida en la que se ostenta un cargo de representación pública, en la política no se puede cultivar una distancia abismal entre lo que se hace y lo que se dice, entre “la persona y el personaje”. Y si esa distancia se transita con actitudes altamente reprochables que pueden ser constitutivas de delitos, menos todavía.
Lamentablemente, Errejón se marcha con una carta autoinculpatoria, extremadamente eufemística y autocomplaciente, en la que no aclara nada acerca de las acusaciones por maltrato psicológico y vejaciones sexuales que se han vertido sobre él y descarga su responsabilidad en los ritmos de la política. Lo que no logra justificar, salvo por razones machistas, es que esos ritmos le afecten más a él que a otros hombres y más a los varones que a las mujeres, a quienes no se les conocen derivas de semejantes características. De hecho, ellas sufren exigencias y presiones específicas solo por ser mujeres y un más que probado acoso laboral y sexual por parte de sus jefes y compañeros, y, hasta donde sabemos, no protagonizan casos similares a los que se han denunciado ahora. Muchos partidos políticos son máquinas oligárquicas dominadas por varones o por lideresas que reproducen sus comportamientos tras haber superado las fases depurativas por las que hay que pasar para acceder a un escaño o a un cargo de poder. Y no se entiende que, siendo todos y todas víctimas del patriarcado, las subjetividades tóxicas y las monstruosidades caigan siempre del mismo lado. En definitiva, la culpa no es del neoliberalismo, sino del machismo estructural y transversal, del que tampoco escapan quienes dicen ser feministas y aliados.
Como Errejón señala en su carta, con el tiempo, no es extraño que en la política se genere una distancia afectiva y cierta falta de identificación real con los principios propios, el programa o las personas cuyas demandas hay que satisfacer. La presión de los medios y las redes sociales alimentan al personaje en detrimento de la persona. No es fácil superar un escrutinio público cada vez más exigente, más tóxico y agresivo, en el que los odiadores marcan el paso. La competitividad partidaria y las ambiciones electorales favorecen la performance y los liderazgos-producto. Y el exceso de velocidad, los horarios maratonianos, la incertidumbre permanente y el cansancio, desembocan en decisiones aceleradas, en las que no hay espacio para un debate sincero, ni una comunicación horizontal. Pero es que en este difícil contexto se desempeñan también hombres y mujeres honestos y eficaces. O sea, hay buenas razones para preocuparse por la salud mental de nuestros políticos, pero el primero que tiene que preocuparse es el afectado que elige ese tipo de vida, de forma deliberada y reiterada, y que disfruta y abusa del poder que esa vida le proporciona.
La caída de Íñigo Errejón es un mazazo para Sumar, que pierde a uno de sus principales referentes parlamentarios. No es descabellado pensar que Movimiento Sumar, el partido de Yolanda Díaz, pierda peso en la coalición y que las formaciones políticas que la componen exijan una reconfiguración del espacio y un nuevo equilibrio de fuerzas.