Una pausa con salida compleja

Si Pedro Sánchez renuncia, los riesgos de crisis en el Gobierno y en el PSOE se multiplican. Si se queda, las críticas se recrudecerán

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto a la vicepresidenta primera, María Jesús Montero, este miércoles durante la sesión de control al Gobierno en el Congreso.Claudio Álvarez

España afronta un insólito periodo de incertidumbre que se resolverá el lunes, cuando Pedro Sánchez anuncie el resultado de su reflexión sobre si le merece la pena continuar como presidente del Gobierno. Acostumbrado a vivir la política como un ejercicio de alto riesgo, el líder del PSOE adoptará ese día la decisión más compleja, y de consecuencias más imprevisibles, de su ya dilatada e intensa trayectoria.

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España afronta un insólito periodo de incertidumbre que se resolverá el lunes, cuando Pedro Sánchez anuncie el resultado de su reflexión sobre si le merece la pena continuar como presidente del Gobierno. Acostumbrado a vivir la política como un ejercicio de alto riesgo, el líder del PSOE adoptará ese día la decisión más compleja, y de consecuencias más imprevisibles, de su ya dilatada e intensa trayectoria.

La sorprendente carta a la ciudadanía en la que revelaba que cancelaba su agenda para decidir si dimite se produjo tras conocerse que un juzgado había abierto una investigación a su esposa, Begoña Gómez, por tráfico de influencias. La denuncia, basada en recortes de periódicos digitales que incluyen bulos notorios como que el Gobierno ocultó una subvención a nombre de Gómez, fue presentada por Manos Limpias, una de las organizaciones ultras que hacen un uso espurio del Estado de derecho y que en su historial acumula distintas causas por presentar denuncias falsas.

Ni el sospechoso origen del denunciante, investigado en varios procedimientos por extorsión, ni la cutrez de la denuncia hicieron recelar al juez Juan Carlos Peinado, que abrió diligencias sin más, en una decisión que alimenta a quienes creen que un sector de la magistratura practica el juego sucio contra determinadas opciones políticas. El caso más reciente es el de la dirigente de Compromís Mónica Oltra, que dimitió como vicepresidenta de la Generalitat valenciana por una causa delirante que finalmente fue archivada.

La decisión del juez Peinado, que ni siquiera preguntó a la Fiscalía sobre la admisión a trámite de una denuncia que tenía todos los elementos para ser una bomba política, conduce a pensar que la calidad democrática de un país no se mide solo por la talla de sus políticos, sino también por la de quienes ejercen constitucionalmente un poder del Estado. Y los jueces no pueden quedar al margen del escrutinio público, como tampoco pueden quedar quienes, bajo el gigantesco paraguas del periodismo, hacen de la insidia, la mentira y el odio una práctica cotidiana.

Aduce en su carta Pedro Sánchez que esta campaña contra su esposa, de la que hace copartícipes a la derecha (el PP) y a la ultraderecha (Vox), es la que le ha llevado a tomarse esta pausa, que ha causado zozobra entre los suyos, y por extensión a quienes defienden posiciones progresistas; y reproches más acerados entre sus críticos, que solo ven un movimiento táctico del líder socialista para victimizarse y aumentar la polarización social.

Resulta difícil creer que tras la decisión de Sánchez haya una estrategia política (el entorno más cercano ignoró hasta el último momento sus intenciones) y parece más lógico creer que todo obedece a un impulso fruto de la erosión personal y familiar.

Un impulso que ha cogido a casi todos a contrapié porque se trata de un político que ha hecho de la resiliencia una seña de identidad; que se impuso al aparato y la aristocracia del PSOE en 2017 en las primarias; que ganó una moción de censura un año después con una alianza imposible a múltiples bandas; que ha surfeado contradicciones flagrantes como la amnistía a los implicados en el procés; o que convocó el año pasado unas elecciones generales un día después de un batacazo espectacular del PSOE en las autonómicas y municipales. Y de cada una de estas batallas salió airoso.

Es cierto que otros presidentes del Gobierno han sufrido campañas de acoso y derribo que han llegado al ámbito personal —las críticas a las hijas de Zapatero por la foto que se hicieron con Obama fueron mucho más allá de la crueldad—, pero en esta ocasión hay tres factores que contribuyen a un ambiente más asfixiante. En primer lugar, Vox, cuya violencia verbal (Abascal pidió “colgar de los pies” a Sánchez) arrastra al PP a una escalada impropia de un partido de Estado. En segundo lugar, la proliferación de diarios digitales a los que la definición de libelos se les queda corto. Y tercero, las redes sociales, que esparcen el odio a una velocidad nunca vista.

Dicho esto, Sánchez debió encauzar el impacto personal de los ataques de una forma más discreta, sin necesidad de trasladar sus dudas a la ciudadanía. Porque las opciones del lunes no parecen óptimas. Si se va, los riesgos de inestabilidad en el Gobierno y en su partido se multiplican. Si se queda, y el PSOE se está movilizando para que así sea, la campaña se recrudecerá, con el añadido de que ahora todos saben dónde atacar para debilitar al político que parecía inquebrantable. Y una legislatura que caminaba sobre el alambre, queda aún más tocada con el golpe más inesperado.

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