Cádiz llora a Juan Carlos, el artista sin hogar que vivió 20 años en una playa y la llenó de delfines de arena

El repentino fallecimiento de este escultor efímero canario conmociona a los vecinos que le ayudaban

Carlos, 'el canario', escultor de figuras de arena y persona sin hogar que falleció el pasado 6 de marzo en la calle en una foto de febrero de 2012.kiki

Juan Carlos Bacalleda estaba ahí haciendo delfines con la arena de la playa de la Victoria mucho antes de que Cádiz fuese la que hoy es. Antes de que Rafael Torres se lanzase a ayudar a personas sin hogar como él: “Cuando empecé a hacer el voluntariado, ya estaba en la playa”. También mucho antes de que Susi trabajase en el restaurante desde el que lo veía a diario. Pero el pasado lunes, cuando Cádiz despertó, Bacalleda ya no estaba allí. Amaneció muerto a pocos pasos de su último delfín, medio desmoronado, quizás po...

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Juan Carlos Bacalleda estaba ahí haciendo delfines con la arena de la playa de la Victoria mucho antes de que Cádiz fuese la que hoy es. Antes de que Rafael Torres se lanzase a ayudar a personas sin hogar como él: “Cuando empecé a hacer el voluntariado, ya estaba en la playa”. También mucho antes de que Susi trabajase en el restaurante desde el que lo veía a diario. Pero el pasado lunes, cuando Cádiz despertó, Bacalleda ya no estaba allí. Amaneció muerto a pocos pasos de su último delfín, medio desmoronado, quizás porque se lo dejó a medias o porque la lluvia de esa madrugada comenzó a deshacerlo. Y media Cádiz, encariñada ya con ese escultor efímero canario que recaló en la ciudad por un motivo ignoto hace 20 años, ahora le llora mientras que el nuevo fallecimiento en la calle de una persona sin hogar lleva a una inexorable e incómoda reflexión implícita: ¿qué ha fallado?

Bacalleda nació en Santa Cruz de Tenerife hace 56 años y recaló en Cádiz hace aproximadamente dos décadas, tras pasar un tiempo por Málaga. Eso es de lo poco claro que tenían quienes se acercaron durante años a charlar con él a la bajada a la playa de la Victoria —justo enfrente del edificio de viviendas homónimo— que convirtió en su casa. “El porqué exacto de venir aquí no lo sabemos porque nos contó varias versiones. Todas coincidían en que era un alma libre y que no podía estar bajo techo”, explica Torres. El voluntario comenzó a colaborar hace 17 años con la asociación Calor en la noche, dedicada a dar atención a las personas sin hogar, y en ese tiempo le dio para intimar con Bacalleda, hasta el extremo de que en la entidad se convirtieron en su familia gaditana. “La calle hace mella, creas lazos. Al final, llegas a conocer a la persona”, explica Torres, emocionado, mientras lucha porque no se le quiebre la voz.

Juan Carlos El Canario o El Chicharrero, como era conocido en el barrio, pasaba los días haciendo esculturas de arena de delfines, que adornaba con ojos de tapones u otros objetos reutilizados. “Siempre eran delfines, nosotros bromeábamos con él por eso”, apunta el voluntario. Sus creaciones se convirtieron en un elemento más del paisaje playero de la zona, hasta el extremo de que aparecen en instantáneas capturadas y subidas a redes sociales como Twitter a lo largo de los años. A pocos pasos de sus figuras de arena, vivía él en la misma arena al resguardo solo de un par de sombrillas. Solo cambiaba de lugar en los días de temporal en los que se guarecía bajo unos soportales cercanos. “Era un hombre solitario, nunca pedía y solo daba charla si le hablabas. Yo hice amistad con él de bajar a sacar a mi perra y de darle para desayunar”, explica Francisco Rodríguez, todavía conmocionado por su pérdida.

Pero, cuando se le daba charla, Bacalleda se animaba “a contar chistes y refranes”, como recuerda Carmen, camarera del restaurante Arte Serrano, el mismo negocio en el que trabaja la joven Susi, acostumbrada desde niña “a verle ahí con sus figuras”. “Tenía un carácter muy afable, de humor. Él nos animaba a nosotros contando poesías y chistes, haciendo el payasete”, añade Torres. Pero el voluntario reconoce que “el sentido del humor era un caparazón” que le protegía de la vida dura en la calle y de los problemas de salud —sufría ataques de epilepsia— y que arrastraba. Los vecinos los conocían bien. Además de Calor en la noche, a Juan Carlos no le faltaba ayuda de residentes cercanos “para acercarle comida o acompañarle al médico”, como recuerda el conserje de un edificio cercano, Marcos Torres.

Foto de uno de los delfines de arena realizado por Carlos en 2018 y compartido en el perfil de los Agentes de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía en Twitter.JJ Aniceto

Uno de esos reveses que ocultaba con bromas fue el que, en 2016, llevó a Torres y a Calor en la noche a pagarle y organizarle un viaje a su isla natal para ver a su madre enferma, que acabó falleciendo un año después. Lo recogí en la playa. Estaba super nervioso, tanto que se escondió porque a última hora no quería ir. Supongo que era el miedo de enfrentarse a la familia. Al final se subió al barco. Al la vuelta nos contó que lo había pasado fatal porque se ahogaba con el techo, también le costó dormir en casa de su familia”, detalla Torres. En ese periplo fue como la asociación entró en contacto con la hermana de Carlos. Incluso llegaron a pensar que el escultor “no volvería a Cádiz”. Pero regresó a su punto habitual, donde años después ha acabado falleciendo por causas aún desconocidas.

A Bacalleda le encontraron ya sin vida al alba del pasado lunes 6 de marzo, en medio de la lluvia con la que amaneció Cádiz ese día. Su muerte, pese a no tener indicios de violencia, según explica la Policía Nacional, ha activado una investigación del juzgado en funciones de guardia. La familia en Canarias se enteró de la noticia a las pocas horas. “La hermana nos llamó para darnos las gracias por la atención que le dimos todos estos años”, explica Torres, de nuevo emocionado, sabedor del sufrimiento implícito que padecen los allegados de las personas sin hogar. EL PAÍS ha intentado ponerse en contacto con la familiar a través de la asociación, pero no ha recibido respuesta.

Mientras, en Cádiz, el duelo por Juan Carlos continúa. Ya se han celebrado dos concentraciones de homenaje en su honor y el lugar donde vivía lucía este pasado martes cuajado de seis ramos de flores. En la de este pasado jueves, organizada por la Asociación Pro Derechos Humanos, los convocantes clamaban en su manifiesto porque “estas personas no formen parte del paisaje”. Su fallecimiento incluso ha llegado a la agenda política, ante el debate suscitado de si se podía haber evitado su deceso en la calle, el segundo en lo que va de año, después de que en enero muriese otro hombre de 52 años en las calles del centro. “Ha sido una persona muy querida. Lo hemos ayudado hasta donde se ha dejado, pero no consentía un techo, quería las estrellas. Se ha ido como él deseaba. Sé que hasta vecinos que le han ofrecido casa”, explicó este pasado miércoles la concejala de Asuntos Sociales en el Ayuntamiento de Cádiz, Helena Fernández. El Consistorio ya ha avanzado que se hará cargo del sepelio de los restos de Bacalleda, una vez lo autorice el juez.

Fernández asegura que su concejalía intentó incluso que, durante el confinamiento, Juan Carlos se trasladase a las instalaciones de emergencia habilitadas en un edificio municipal, pero “no quiso”. Torres confirma ese extremo y valora los avances realizados en los últimos años por el Consistorio en la atención a los sin techo. De hecho, la institución ha habilitado un centro de día que se ha sumado al albergue exisente, modificó la normativa municipal para permitir el empadronamiento en la calle —fundamental para poder acceder a servicios como el médico— y elabora un censo anual de personas sin hogar. Pero Torres cree que aún quedan “muchas cosas por hacer” para llegar a los problemas que afectan al centenar de personas que viven en la calle, la mayoría hombres de entre 45 y 65 años, según la cifra que se mantiene estable en los censos municipales. “El cambio es evidente. Ahora hay más servicios para ellos, el Ayuntamiento tiene un equipo de calle y trabaja en red con asociaciones como la nuestra. Sabemos que es un colectivo complicado, pero hay políticas que aún deberían modificarse. La burocracia es mortal para ellos”, detalla el voluntario.

El chirimiri intermitente cala hasta los huesos en la tarde noche del pasado martes. En apenas media hora, más de diez personas se paran ante el altar de flores improvisado. En la arena, una rosa blanca le recuerda, ya no hay ni rastro de Carlos, el canario. “La misma mañana de su muerte tiraron sus cosas y aplanaron la arena”, se queja Miguel, también camarero del Arte Serrano. María José, vecina de la zona, detiene su caminata deportiva a la altura de las flores. Las mira y rememora cómo en el confinamiento Carlos el canario “era el único que siguió” en la playa. “Si vas a escribir sobre él, recuérdalo como alguien que fue libre”, recomienda la gaditana, antes de continuar su marcha.

Operarios y agentes inspeccionan las pertenencias de Carlos, tras su fallecimiento este pasado lunes.kiki

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