El éxodo de Vitaly, el ruso sevillano que huye del reclutamiento forzoso y a quien España niega el visado

El joven, de 28 años, creció en la capital andaluza, huyó de su país para no ir a la guerra en Ucrania, pero no puede reunirse con su madre española por problemas burocráticos

Vitaly Agilar y su mujer, Anna, al finalizar su jornada laboral de 12 horas en un hotel de Asia. Foto: EL PAÍS | Vídeo: EPV
Sevilla -

Cuando Vitaly Agilar estaba haciendo el servicio militar en Murmansk, en 2016, ideó un plan por si el Gobierno ruso decidía mandarlo a combatir a Siria: huir a Marruecos, país que no exige visado, para poder estar más cerca de Sevilla, donde vive su familia de acogida y donde él creció desde que con ocho años fue por primera vez a la capital andaluza para pasar los veranos, a través de un programa de una ONG hispano-rusa. Nunca pensó que esas cavilaciones con las que fantaseaba en el Mar del Norte se harían realidad el 8 de octubre de 2022, la fecha en la que escapó de Moscú junto a su mujer, ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Cuando Vitaly Agilar estaba haciendo el servicio militar en Murmansk, en 2016, ideó un plan por si el Gobierno ruso decidía mandarlo a combatir a Siria: huir a Marruecos, país que no exige visado, para poder estar más cerca de Sevilla, donde vive su familia de acogida y donde él creció desde que con ocho años fue por primera vez a la capital andaluza para pasar los veranos, a través de un programa de una ONG hispano-rusa. Nunca pensó que esas cavilaciones con las que fantaseaba en el Mar del Norte se harían realidad el 8 de octubre de 2022, la fecha en la que escapó de Moscú junto a su mujer, Anna, con destino Rabat para evitar ir al frente ucranio y luchar por una causa en la que no cree. El objetivo de Vitaly, de 28 años, de reunirse con su madre Carmen y sus tres hermanos, sin embargo, no ha salido como soñaba en el Ártico. La maraña burocrática de la legislación española le ha impedido obtener el visado necesario para pasar a España y solicitar asilo. El agotamiento del tiempo para permanecer en suelo marroquí de forma legal le ha obligado a viajar con su pareja a un país asiático —que él prefiere no revelar― donde malvive mientras se consumen sus escasos recursos económicos, los plazos de su visa de turista y, sobre todo, sus esperanzas de reunirse con su familia española.

“Terminé la ESO en España, cursé un módulo de cocina, estudié en la Escuela Gambrinus e hice las prácticas en el Hotel Colón y en el restaurante de Manuel de la Hoz, que tiene una estrella Michelin. Tengo un buen currículo, pero todo eso no es lo importante. Lo que cuenta es mi familia, mi madre y mis hermanos, que desde chico han batallado por mí. Eso para el Estado español no cuenta”, se lamenta en un perfecto castellano con acento andaluz en conversación telefónica, a las 12 de la noche, justo cuando ha terminado su jornada laboral en el hotel en el que él y Anna limpian habitaciones durante 12 horas diarias. “Nosotros también huimos de la guerra porque no apoyamos lo que pasa, pero somos rusos y nos miran todos los papeles”, añade.

La vida en España que Vitaly resume en apenas una frase la relata de forma profusa Carmen Aguilar, su madre española, con el álbum de fotos a mano para ilustrar la historia de su cuarto hijo. “Es el único que no he parido, pero como le digo siempre, su parto es el que más me ha costado”, dice con una media sonrisa. Es el único gesto distendido que se permite, porque lleva la angustia agarrada en su mirada y en su voz. No entiende cómo si Vitaly tiene arraigo, una familia en España y posibilidades de trabajar de manera inmediata se encuentra vagando por medio mundo y varado en el otro extremo del planeta. “Va camino de convertirse en un apátrida, de hecho, porque si volviera a Rusia lo mandarían a la guerra o a la cárcel”, sostiene.

Carmen Aguilar, de 71 años, conoció a Vitaly cuando él tenía ocho, casi por casualidad. “La familia que iba a acogerlo ese verano se echó atrás y, como acababa de quedarme viuda y no me apetecía ir a la playa, me ofrecí”, explica. La convivencia fue muy problemática durante las primeras semanas, pero rápidamente “el niño nos entró a todos por el alma”, reconoce su madre. Poco a poco, entendió el duro pasado que había transitado Vitaly en sus primeros siete años de vida. Hijo de una madre alcohólica y sin padre conocido, salía solo a buscar pan hasta que cogió un tren de San Petersburgo a Moscú, donde un policía lo encontró y acabó en un orfanato.

Carmen Aguilar muestra fotos de su hijo Vitaly y el resto de su familia.PACO PUENTES

Después de pasar las navidades con el niño en Rusia —”para que no estuviera solo en el orfanato”, cuenta Aguilar―, logró que con nueve años hiciera el curso escolar completo en Sevilla. Sin embargo, justo entonces apareció el abuelo materno y exigió que Vitaly volviera a Rusia pese a que fue enviado al orfanato. Cuando el niño tenía ya 14 años, este pariente accedió a que regresara a España. Hizo prácticas de hostelería y encadenó trabajos en restaurantes de prestigio de la capital andaluza. En verano viajaba a su país de origen para estar con sus abuelos. Allí se enamoró de una joven y decidió dejar su vida en España, en contra del consejo de su madre, que le instó a que se quedara para conseguir la nacionalidad por arraigo.

Nada más llegar a Rusia le obligaron a hacer el servicio militar. Cuando lo terminó, su pareja rompió con él y le dejó con deudas. Conoció a Anna, se casó con ella y estalló la guerra de Ucrania. “Mi madre me decía que me viniera ya, pero al tener una reclamación judicial por la deuda no nos daban los visados”, explica Vitaly. En agosto consiguieron finiquitarla, pero los trámites para obtener la documentación para volar a España tardaban dos meses en estar listos. “Y a finales de septiembre se aprobó el reclutamiento forzoso. Mi hermano Juanje me decía que saliera como fuera de allí, mi madre también…”, continúa. Vitaly se acordó de los planes que había pergeñado en Mar del Norte y compró los billetes para Marruecos. El vuelo salía el 8 de octubre y el día anterior por la tarde, un funcionario ruso llamó a su puerta con los papeles para la leva obligatoria. No le abrieron.

Mientras tanto, su madre española ya había avisado a la embajada de España en Rabat de que su hijo iba a llegar y que quería pedir asilo. Cuando el joven se presentó en la delegación diplomática, le dijeron que eso era asunto del consulado. Fue el primer contratiempo burocrático con el que chocó. Gracias a que hablaba español, el guardia de seguridad del consulado consiguió que le recibiera un funcionario —”otro compatriota se quedó en la puerta”, reconoce Vitaly―. Allí le dijeron que no le podían dar asilo al encontrarse en un tercer país, pero que podrían tramitarle el visado para acceder a España y solicitarlo aquí.

Carmen Aguilar guarda todas las fotos y recuerdos de Vitaly, desde que era niño.PACO PUENTES

Malviviendo en Asia a la espera de que “algo ocurra”

Entonces empezó el trasiego de documentación. “Tuve incluso que declarar ante notario que me haría cargo económicamente de mi hijo y su mujer cuando estuvieran aquí”, indica Carmen Aguilar. Con un fajo de informes bajo el brazo, el pasado 20 de octubre ella voló a Rabat para entregarlos en el consulado y, sobre todo, para comprobar cómo se encontraba Vitaly. De nada sirvió. El Gobierno le denegó al joven el visado alegando que “había dudas razonables de que cuando expirara el tiempo, ellos se quedarían en nuestro país”, explica la mujer. “No eran dudas razonables, es lo que desde un primer momento les dijimos que íbamos a hacer. Era el único modo para solicitar el asilo, acceder de forma legal a España, pero si no puede entrar, ¿cómo lo puede pedir?”, cuestiona.

“En ese momento se me vino todo encima”, reconoce Vitaly. Su desesperación llegó al extremo de platearse pasar a España de manera clandestina en un camión. “Tengo un amigo marroquí que vino así y le pregunté, pero ya no tenía los contactos”, dice. Su madre y sus hermanos lo disuadieron de inmediato. El tiempo corría y antes de agotar el plazo de tres meses de su visado de turista, Vitaly y Anna volaron el 1 de diciembre hacia el lejano oriente. El dueño del hotel en el que se alojaron les ha facilitado trabajo, alojamiento y comida. “Trabajamos 12 horas al día y solo tenemos dos días de descanso al mes. Desde que hemos llegado no hemos pisado la calle más que para ir al supermercado”, cuenta Vitaly.

Él se ha puesto en contacto de nuevo con la embajada de España en Moscú, pero ya le han dicho que si se le ha denegado el visado una vez, tiene que pasar cierto tiempo para que pueda volver a solicitarlo. En el país en el que está solo puede permanecer dos meses, luego debe salir para poder volver a entrar y quedarse un mes más. Su madre española ha escrito al Ministerio del Interior, sin obtener respuesta, y acaba de hacer una petición de ayuda al Defensor del Pueblo.

Desde que conoció a Vitaly, esta mujer no ha dejado de luchar por el bienestar de su hijo, que se cambió el apellido por el suyo, aunque se lo transcribieron sin la u de Aguilar. Hizo colas interminables en la oficina de Extranjería de la plaza de España de Sevilla para conseguir que el niño pudiera quedarse en este país. Viajó cada Navidad a Moscú para estar con él. Le costeó una operación de oído y recuerda que dormía en el aeropuerto de Moscú cuando, durante la época que vivió de manera permanente en España, lo acompañaba los veranos para que pudiera ver a sus abuelos. Ha trabado amistad con los traductores que ha necesitado para todos los trámites. Le envió dinero a Rusia para ayudarle cuando estaba acuciado por las deudas. Guarda su ropa y las camisetas y demás recuerdos de su equipo de fútbol, el Sevilla FC, para cuando pueda volver. “Él está huyendo de matar y de que lo maten, como los ucranios, pero tiene ruso en el pasaporte”, lamenta.

En el mercado negro le piden a Vitaly 3.000 euros por los visados, pero no se fía. Tampoco puede reunir tanto dinero con lo poco que ganan Anna y él y no quiere recurrir a la ayuda de su madre. Está a la espera “de que algo ocurra” para que ese plan que ideó ingenuamente hace seis años en medio del frío polar concluya en el destino final que él imaginó: “Estar con mi familia”. “A lo largo de mis 28 años las he pasado canutas, he visto de todo, he vivido muchas cosas y si no hubiera sido por mi familia no habría llegado a ser quien soy, no habría llegado a donde estoy”, reconoce Vitaly.

Sobre la firma

Más información

Archivado En