No es país para liberales
Según el barómetro de 40dB. para EL PAÍS y Cadena SER, hay más votantes de Cs que en unas futuras elecciones generales votarían al PP antes que al partido de Arrimadas
Si se cumplen los pronósticos de la encuesta de 40dB. que se publicaba el lunes en estas páginas, Cs habrá completado su ciclo vital en la próxima convocatoria electoral general, prevista para finales de 2023, en la que se espera que la representación parlamentaria de los naranjas quede reducida literalmente a la mínima expresión. Antes, muy probablemente, Cs perderá la representación que aún le queda en ayuntamientos y parlamentos autonómicos, a tenor de la tendencia en aquellas comunidades que han ido celebrando elecciones en los últimos años.
Según el barómetro de 40dB., hay más vota...
Si se cumplen los pronósticos de la encuesta de 40dB. que se publicaba el lunes en estas páginas, Cs habrá completado su ciclo vital en la próxima convocatoria electoral general, prevista para finales de 2023, en la que se espera que la representación parlamentaria de los naranjas quede reducida literalmente a la mínima expresión. Antes, muy probablemente, Cs perderá la representación que aún le queda en ayuntamientos y parlamentos autonómicos, a tenor de la tendencia en aquellas comunidades que han ido celebrando elecciones en los últimos años.
Según el barómetro de 40dB., hay más votantes de Cs que tienen intención de optar por el PP en unas futuras elecciones generales que los que volverían a votar a la formación de Arrimadas. Más de medio millón del millón y medio cosechado por Cs en noviembre de 2019, que se sumarían al medio millón que ya hizo el mismo camino entre las convocatorias de abril y noviembre de ese año.
Culminaría así el periplo de Cs desde que en enero de 2015 se lanzó a la conquista del país desde su cuna catalana, con una propuesta de regeneración de la vida política, en sintonía con las tendencias de fondo dominantes en una parte importante de la ciudadanía, con un peso determinante por parte de las nuevas generaciones, las hijas e hijos de la democracia que desertaban de los dos partidos, PSOE y PP, que habían dominado el escenario hasta ese momento.
El éxito de Cs en 2015 (tres millones y medio de votos) se había empezado a gestar dos años antes, cuando este periódico publicó, en enero de 2013, los ya famosos “papeles de Bárcenas”, que confirmaban que la gangrena del PP llegaba hasta la mesa de su comité ejecutivo. Es a partir de entonces cuando un núcleo creciente del voto popular empieza a abandonar el partido, refugiándose primero en la abstención y la indecisión, para luego engrosar las filas de Cs. Entre enero de 2012 y enero de 2014 el PP pierde casi cinco millones de votos, que son los que conformarán la base de Cs en las generales de 2015.
A la vista de los datos actuales, el papel de Cs habría quedado reducido a una especie de túnel de lavado político. Los naranjas recogieron unos votantes hartos de la corrupción del PP que, después de unos años, han ido volviendo a su antigua fidelidad limpios de polvo y paja.
Cs no habría sabido estructurar un polo reformista más allá de las proclamas genéricas de sus líderes, lo cual no deja de ser una lástima a la vista de que la prometida regeneración del sistema político ha quedado ahogada por la polarización y la imposibilidad de generar una mayoría transversal para sacarla adelante. Imposibilidad que el propio Cs ayudó a construir llevado por el espejismo de convertirse en el primer partido de la derecha.
La práctica desaparición de Cs que vaticinan todas las encuestas deja en el aire la sensación de oportunidad perdida. Y no solo porque se escapó la posibilidad de un aggiornamento del sistema y con él la oportunidad de conectarlo con las nuevas generaciones, sino porque posiblemente hoy más que nunca es necesaria una propuesta liberal, capaz de unirse al bloque progresista para limitar el poder de los cárteles que desvirtúan la lógica de mercado en sectores tan esenciales como los combustibles o la energía.
Claro que una opción liberal de este tipo no se ha dado nunca en España, donde desde hace décadas la etiqueta liberal la lucen personajes como Esperanza Aguirre o Isabel Díaz Ayuso.